sábado, 30 de julio de 2016

UNA JUGADA DE LABORATORIO Por Fernando Krakowiak







Por Fernando Krakowiak

A cambio de dejar de aumentar los precios de algunos medicamentos hasta fin de año, los laboratorios exigen “flexibilizar” el Sistema Nacional de Trazabilidad, implementado en 2011 para evitar las ventas en negro, la adulteración de remedios y el fraude al Estado con troqueles falsos.


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BUSCAN AVANZAR CON UNA DESREGULACIÓN RIESGOSA Por Fernando Krakowiak


La causa conocida como “la mafia de los medicamentos” es uno de los antecedentes que llevó a implementar la trazabilidad. Imagen: Sandra Cartasso


› LOS LABORATORIOS PIDEN FLEXIBILIZAR EL CONTROL EN LA DISTRIBUCION DE LOS MEDICAMENTOS

Buscan avanzar con una desregulación riesgosa

En 2011 se comenzó a implementar gradualmente un sistema de trazabilidad para monitorear la venta de remedios. Para reducir costos, los laboratorios piden reducir el número de productos a los que se les hace ese seguimiento. A cambio firmarían un acuerdo de precios.



Por Fernando Krakowiak




El acuerdo en el precio de los medicamentos que está negociando el gobierno con los laboratorios podría incluir una concesión polémica para abaratar los costos empresarios. Luego de haber subido fuerte el valor de la mayoría de sus productos, las principales firmas del sector ofrecen congelar precios hasta fin de año a cambio de una flexibilización del Sistema Nacional de Trazabilidad implementado en abril de 2011 para monitorear la distribución de remedios y evitar ventas en negro, adulteración de productos y fraude al Estado con la presentación de troqueles falsos destinados a cobrar subsidios.

El sistema de trazabilidad permite conocer el origen, la ubicación y la trayectoria de un producto o lote de productos a lo largo de toda la cadena de distribución, incluyendo laboratorios, distribuidoras, operadores logísticos, droguerías, farmacias y establecimiento asistenciales. El seguimiento se realiza a partir de la colocación de un código único por producto que es auditado por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología (Anmat). El envase puede tener un dispositivo electrónico, un código de barras o un código datamatrix, pues cualquiera de ellos cumple con la condición de que no pueden ser quitados sin dejar una marca evidente.

Este sistema de control tiene como objetivo principal garantizar la seguridad de los pacientes al evitar la comercialización de remedios adulterados o falsificados, pero además sirve para evitar ventas en negro y la estafa al Estado con la presentación de troqueles truchos, la porción del envase del remedio que se recorta para luego ingresar al mecanismo de reintegro de las obras sociales. El troquel es fácilmente falsificable porque, si bien funciona como un cheque al portador, no incluye ninguna medida de seguridad.

La causa conocida como “la mafia de los medicamentos” es uno de los antecedentes más resonantes que llevó a implementar el sistema de trazabilidad para reemplazar los troqueles. En 2010 la Justicia comprobó el fraude al Estado a través del cobro de subsidios de la Administración de Programas Especiales (APE), con la presentación de troqueles falsos por tratamientos complejos que nunca se realizaron y medicación que nunca se suministró a los pacientes. Por esta causa fueron procesados y presos como integrantes de una asociación ilícita el secretario general del gremio bancario, Juan José Zanola, y el titular de la droguería San Javier, Néstor Lorenzo. Además, en febrero de 2011, el entonces juez federal Norberto Oyarbide procesó a Juan Rinaldi, ex titular de la Superintendencia de Seguridad de la Salud y del APE, responsable de los reintegros a las obras sociales.

La primera etapa en la implementación del sistema de trazabilidad comenzó en mayo de 2011 e incluyó una serie de productos de alto costo, como oncológicos, HIV y hemoderivados. La implementación de esa disposición se completó en su totalidad. En marzo del año siguiente, Anmat amplió la lista incorporando principios activos de remedios que podían ir de 200 a 100.000 pesos. “De los 350 productos farmacéuticos que se expenden bajo receta incluidos en la primera etapa del Sistema de Trazabilidad, que comenzó a implementarse el año pasado, ahora pasarán a controlarse unos 2.300 medicamentos. Esto abarcará psicofármacos, antibióticos, antidepresivos, antiepilépticos y antiparkinsonianos, entre otros productos”, aseguró entonces el interventor de la ANMAT, Carlos Chiale. Fuentes del sector consultadas por Página/12 estimaron que la trazabilidad se aplicó a cerca del 75 por ciento de los productos de ese segundo listado.

En enero de 2013 hubo una nueva ampliación que sumó una serie de psicotrópicos aunque su cumplimiento hasta el momento ha sido relativamente bajo, en torno al 15 por ciento del listado. A su vez, en enero de 2015 Anmat concretó una última ampliación del listado al sumar principios activos de alto costo, con un cumplimiento hasta ahora cercano al 85 por ciento.

El objetivo final era reemplazar por completo el sistema de troqueles durante este año, pero los laboratorios han venido demorando su cumplimiento y presionan para flexibilizar el sistema circunscribiéndolo sólo a los medicamentos más costosos, como era al inicio. Así se lo manifestaron representantes de la Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos Argentinos (Cilfa) al ministro de Salud, Jorge Lemus, y a Carlos Chiale. A raíz del intenso lobby empresario, en mayo la senadora del Frente para la Victoria, Nancy González, presentó con otros colegas de su bloque un proyecto de comunicación en el Congreso solicitando informes al Ejecutivo sobre el estado de situación del sistema de trazabilidad de los medicamentos, pero todavía no fue tratado.

El argumento de los principales laboratorios, que también controlan distribuidoras y droguerías, es que la trazabilidad encarece sus costos por la logística que conlleva. Desde el gobierno, les hicieron saber a los empresarios que es muy complicado políticamente dar marcha atrás con este sistema porque no habría manera de justificarlo ante la opinión pública. Por lo tanto, lo que les ofertaron inicialmente es flexibilizar los plazos de cumplimiento de las distintas disposiciones vigentes al menos hasta 2017. A los laboratorios, esa propuesta les parece insuficiente y quieren que Anmat publique una nueva disposición reduciendo la cantidad de principios activos que deben ser monitoreados a través del sistema de trazabilidad. A cambio no sólo ofrecen sumarse al acuerdo de precios sino incluso condonar parte de las deudas que el PAMI tiene con ellos. “Parece que finalmente se va a avanzar con esta última opción. Ahora hay cerca de 600 principios activos y quedarían 450, pero además entre los principios eliminados se encuentran varios que tienen un volumen de ventas importante. Por lo tanto, si en lugar de contabilizar los principios activos se toman en cuenta los productos la reducción sería mucho mayor”, señaló a Página/12 una fuente de la industria.

Dar marcha atrás con el sistema de trazabilidad, no sólo supone una reducción de costos para los laboratorios sino también la posibilidad de que continúen los fraudes contra el Estado que protagonizan las empresas del sector y las obras sociales. De hecho, la semana pasada se conoció que un grupo de farmacias de Santiago del Estero le facturaron al PAMI 154 millones de pesos por remedios para diabéticos entre julio de 2015 y febrero de este año, pese a que en esa provincia sólo hay unos 2000 insulinodependientes. El plan consistía en la falsificación de troqueles de diferentes marcas de insulina y de recetas a nombre de afiliados fallecidos o de otros que no padecen diabetes. Una de las farmacias de Santiago del Estero que participó de la estafa facturó sólo en un mes unos 500.000 pesos en insulinas y tiras reactivas para medir el nivel de glucosa. Fuentes de la investigación señalaron que en promedio la venta de los medicamentos para contrarrestar la diabetes suele ser el 1,5 por ciento de la facturación de las farmacias, pero en algunos de los comercios investigados era el 90 por ciento. “Estas redes de corrupción son las que están llevando al PAMI al colapso”, aseguró el titular del organismo, Carlos Regazzoni. Sin embargo, la decisión oficial de flexibilizar el sistema de trazabilidad podría terminar siendo funcional a este tipo de estafas.





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viernes, 29 de julio de 2016

ABASTO: 27 FAMILIAS LLEVAN MÁS DE UNA SEMANA EN LA CALLE Por Julián Martinez







Abasto: 27 familias llevan más de una semana en la calle

Un incendio destruyó sus viviendas y nadie atiende sus reclamos. A la noche, 30 menores van a dormir a un local prestado.



Julián Martinez / Foto: Diego Martinez




Una semana después de haber perdido todo, 27 familias del barrio del Abasto aún permanecen en la calle y sin poder ingresar a sus viviendas, ya que ni desde el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, como tampoco desde EDESUR respondieron la solicitud de los vecinos. “Nosotros queremos volver a nuestras viviendas, por eso pedimos que las examinen para saber si podemos habilitarlas o no”, contó Ana, una de las damnificadas.

El jueves 21 de julio se produjo un incendio en las viviendas de las calles Zelaya y Anchorena. “Fue un accidente con una vela que usamos porque estábamos sin luz. Explotaron garrafas, cayeron paredes y tenemos suerte de no lamentar víctimas fatales”, relataron los damnificados en una de las tantas presentaciones ante diversos organismos. “No tuvimos ninguna respuesta. Ni desde la Legislatura, del IVC (Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires), ni en guardias y emergencias de Edesur”, contó Ana sobre las negativas.


“No tuvimos ninguna respuesta. Ni desde la Legislatura, del IVC, ni Edesur".


Los vecinos que desde el jueves viven en la calle frente a lo quedó de sus casas, con la ayuda de los vecinos y de las organizaciones sociales y políticas, anuncian el corte de la Avenida Corrientes y su intersección con Agüero desde las 18 horas de este viernes. “Vamos a reclamar para que el Gobierno, el IVC y EDESUR nos den una solución a nuestra desesperante situación”, anunció Ana, quien es la encargada de acompañar a 30 chicos y a una anciana de 85 años en su misma situación, a dormir a un local prestado para no padecer los efectos directos del frío, como el resto de los perjudicados.

“En la legislatura nos prometieron acelerar la respuesta para arreglar las viviendas y en el IVC nos propusieron que nosotros pongamos nuestro propio arquitecto, para saber qué hacer”, detalló la vecina, quien es integrante de una de las familias afectadas y que agregó que: “No vino nadie a vernos, a preguntarnos qué nos falta. Pusieron una consigna policial y nada más”, relató además de mencionar que es el BAP (Programa de atención social a personas y familias en situación de calle, Buenos Aires Presente) el que les está llevando la comida.

Los vecinos contaron que habitan ese complejo hace 15 años. “Después de ocho años pagando el alquiler, nos cortaron el gas y ahí nos enteramos que el dueño había muerto y el encargado no pagaba ese servicio, y que nos estafaba también al estar cobrándonos un alquiler de algo que no le corresponde”, detallaron los vecinos que denuncian la indiferencia del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. “No es sólo un accidente lo que nos pasó, es consecuencia de la ausencia de política pública, de planificación y presupuesto”, expresaron los damnificados.

Nuevamente somos las familias más humildes las que sufrimos la inacción del Estado en lo que respecta a la vivienda.. Existe un problema estructural con la vivienda en la Ciudad de Buenos Aires, que nos condena a la precariedad habitacional, a vivir en hoteles, pensiones, inquilinatos o finalmente villas y asentamientos. Para las familias trabajadoras no hay ni una posibilidad siquiera de acceso a una vivienda propia, mientras unas pocas empresas constructoras e inmobiliarias hacen negocios millonarios.




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HOY CHÁVEZ CUMPLIRÍA 62 AÑOS Por Atilio A. Boron




"Tenemos una inmensa deuda continental con Chávez: haber reinstalado el tema de la actualidad del socialismo cuando el neoliberalismo campeaba sin contrapesos en Nuestra América; haber producido el despertar del sentimiento antiimperialista dormido por siglos en la región; haber rescatado la centralidad de la unidad de nuestros pueblos; plasmado en instituciones concretas el ideario nuestroamericano como el ALBA, la UNASUR, la CELAC, Petrocaribe, Telesur, el Banco del Sur, etc".




Hoy Chávez cumpliría 62 años



Fue el Gran Mariscal de Campo descubierto por Fidel cuando recién salido de la prisión y ninguneado por la dirigencia de izquierda latinoamericana nadie daba un cinco por él. La visión de águila de Fidel le permitió discernir ese gran líder regional en ciernes cuando los demás, hombres mortales comunes y silvestres, sólo veían en Chávez a un frustrado golpista y un milico más de los tantos que asolaron Latinoamérica. Y Fidel acertó y fue su Mariscal de Campo en la crucial batalla librada contra el ALCA en Mar del Plata, en Noviembre del 2005. Batalla que marcaría un hito en nuestra larga marcha por la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América. 

Tenemos una inmensa deuda continental con Chávez: haber reinstalado el tema de la actualidad del socialismo cuando el neoliberalismo campeaba sin contrapesos en Nuestra América; haber producido el despertar del sentimiento antiimperialista dormido por siglos en la región; haber rescatado la centralidad de la unidad de nuestros pueblos; plasmado en instituciones concretas el ideario nuestroamericano como el ALBA, la UNASUR, la CELAC, Petrocaribe, Telesur, el Banco del Sur, etc. Fue por eso que se convirtió en el enemigo público número 1 del Imperio, cosa que marca definitivamente su gravitación universal por contraposición a la absoluta indiferencia que el imperio le concede a la inocua ultraizquierda vocifereante de América Latina, esa que hizo de su visceral crítica y repudio a Chávez el leit motiv de su existencia. Este pagó con su vida su audacia revolucionaria concreta, no de pura retórica como la de sus extraviados críticos. 

Por eso a Chávez lo mataron, como poco a poco lo va confirmando el complejo rompecabezas probatorio de esta hipótesis. No falta mucho para que tengamos las pruebas concretas y definitivas de ese magnicidio, cuyos autores intelectuales sabemos que viven en Washington. Su memoria vivirá eternamente en el corazón de nuestros pueblos. Fue un líder extraordinario pero, por sobre todas las cosas, una buena persona, un ser transparente y profundamente humano: inteligente como pocos, amigo fidelísimo, dotado de un fino sentido del humor; lector apasionado al punto que sólo Fidel se le compara en este punto, dueño de una memoria fabulosa capaz de recitar poesías y cantar sin parar hasta el amanecer, hombre de pueblo, profundamente de pueblo y capaz como muy pocos de comunicarse con su gente y entender sus vivencias, sus emociones y sus necesidades. 

Por eso Chávez fue Chávez, y por eso Chávez es pueblo, en Venezuela y en toda América Latina y el Caribe. Decir Chávez es decir pueblo. Por eso su nombre ha entrado definitivamente por la puerta grande de la historia. Por eso recordamos hoy su natalicio y nos basta saludarlo con un ¡Hasta siempre, querido Comandante!




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LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS / 50 años









El Onganiato” no vaciló en apelar a las medidas represivas más violentas. El 29 de julio la Policía Federal, que se hallaba bajo intervención militar, se lanzó sobre las facultades ocupadas, con especial furia sobre las de Ciencias Exactas y Naturales, y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En la primera de ellas, el decano Rolando García y el vicedecano Manuel Sadosky, figuras prestigiosas en el ámbito intelectual, intentaron oponerse pero su protesta fue acallada por golpes asestados por los bastones largos que esgrimía la fuerza represora. Seguidamente, ocuparon las casas de estudio donde detuvieron aproximadamente a 400 personas entre estudiantes, profesores y graduados, y siguiendo las órdenes furibundas de los militares golpistas, especialmente del general Eduardo Señorans, ingresaron a laboratorios y bibliotecas provocando toda clase de destrozos. Equipos completos fueron desmantelados e incluso se ensañaron con “Clementina”, como había sido bautizada la primera computadora que funcionó en Argentina. También desmantelaron el Instituto de Radiación Cósmica. Entre los profesores, se hallaba investigando en “Exactas” el profesor Warren Ambrose, estadounidense quien refirió, por carta al The New York Times, algunos de los graves hechos producidos. Allí relató que los decanos de las facultades se negaron a quedar bajo la dominación militar –que destruía la autonomía universitaria– corriendo la misma suerte de los “resistentes” y describe: “Escuché bombas de gases lacrimógenos y luego llegaron soldados que nos ordenaron a gritos, pasar a una de las aulas grandes donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente… Luego, a los alaridos, nos agarraron uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Allí nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de 10 pies entre sí, que nos pegaban con palos (que se convertirán en los famosos “bastones largos” que dieron nombre a la represión) o culatas de fusiles y nos pateaban en cualquier parte del cuerpo. Pegaban tan duramente como les era posible y en mi caso, fui golpeado en la cabeza, el cuerpo y donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos, mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano, auxiliares, docentes y estudiantes… El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo radio observatorio de La Plata recibió serias heridas en la cabeza, un ex secretario de la Facultad, ya septuagenario, fue gravemente lastimado, como también Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país”.


Norberto Galasso


A 50 AÑOS DE LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS Por Norberto Galasso




"De este avasallamiento resultó la destrucción del proyecto cientificista pues, disipados por la barbarie represiva, ya no volvieron a las aulas muchos de ellos. En total emigraron 301 profesores universitarios que se insertaron en universidades latinoamericanas, norteamericanas y europeas".






A 50 años de la noche de los bastones largos




Por Norberto Galasso


La Reforma Universitaria de 1918 fue una de las grandes gestas de los estudiantes argentinos. Una enseñanza anacrónica, plena de prejuicios y oscurantismo, había dejado a la Universidad al margen de las transformaciones que, con grandes dificultades, intentaba el frente policlasista de clase media del litoral y pobrerío de origen autonomista del interior, liderado por ese “hombre del misterio” que se llamó Hipólito Yrigoyen. Pero, en esa oportunidad, los estudiantes universitarios se levantaron contra el pasado y se lanzaron a la lucha consiguiendo la autarquía universitaria y la participación en el cogobierno de las altas casas de estudio. Inevitablemente, al no lograrse la ruptura del orden semicolonial armado por el mitrismo con el Imperio Británico, el protagonismo de los estudiantes no alcanzó para cuestionar los contenidos con que la clase dominante legitimaba en las conciencias el orden agroexportador.

En la época posterior a la Reforma hubo atisbos nacionales pero ellos se fueron diluyendo en la década del '20 y los universitarios se sumaron en 1930 al derrocamiento del caudillo radical. En los años siguientes se evidenciaban diferencias apreciables entre los estudiantes limitados al conocimiento de su materia específica y aquellos con vocación política, generalmente de diversas variantes de la izquierda, aunque algunas pocas veces sobresalieron muchachos de FORJA, como durante el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Desde esta tradición –limitada por ambos lados– surgió, bajo la presidencia de Arturo Frondizi, una renovación interesante en la atmósfera de estos centros de estudios. Especialmente en las áreas de las “ciencias duras” progresó la indagación más profunda que ponía en cuestión los viejos principios anquilosados e investigaba más intensamente, al mismo tiempo que desarrollaba inquietudes científicas renovadoras. Risieri Frondizi, hermano del presidente, alentó estos cambios –que no llegaron, sin embargo, a abordar una perspectiva nacional, salvo casos aislados como Jorge Sábato y Rolando García– pero esa devoción por la ciencia y la técnica fueron suficientes como para otorgarles a los estudiantes un perfil de “subversivos”, iconoclastas y difundidores de “ideas revolucionarias foráneas”, a los ojos de los reaccionarios.

De allí que los militares liderados por el general Onganía los vieran como un peligro de alterar el orden consagrado por la tradición conservadora y clerical y consideraran necesario eliminarlos de la escena. Así, al mes de instalarse en el poder, decidieron la intervención de las universidades nacionales y adoptaron las medidas represivas para apagar todo intento de resistencia.

Ante la pérdida de las conquistas reformistas, estudiantes, profesores y graduados decidieron la ocupación de los centros universitarios para resistir la embestida retrógrada.

“El Onganiato” no vaciló en apelar a las medidas represivas más violentas. El 29 de julio la Policía Federal, que se hallaba bajo intervención militar, se lanzó sobre las facultades ocupadas, con especial furia sobre las de Ciencias Exactas y Naturales, y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En la primera de ellas, el decano Rolando García y el vicedecano Manuel Sadosky, figuras prestigiosas en el ámbito intelectual, intentaron oponerse pero su protesta fue acallada por golpes asestados por los bastones largos que esgrimía la fuerza represora. Seguidamente, ocuparon las casas de estudio donde detuvieron aproximadamente a 400 personas entre estudiantes, profesores y graduados, y siguiendo las órdenes furibundas de los militares golpistas, especialmente del general Eduardo Señorans, ingresaron a laboratorios y bibliotecas provocando toda clase de destrozos. Equipos completos fueron desmantelados e incluso se ensañaron con “Clementina”, como había sido bautizada la primera computadora que funcionó en Argentina. También desmantelaron el Instituto de Radiación Cósmica. Entre los profesores, se hallaba investigando en “Exactas” el profesor Warren Ambrose, estadounidense quien refirió, por carta al The New York Times, algunos de los graves hechos producidos. Allí relató que los decanos de las facultades se negaron a quedar bajo la dominación militar –que destruía la autonomía universitaria– corriendo la misma suerte de los “resistentes” y describe: “Escuché bombas de gases lacrimógenos y luego llegaron soldados que nos ordenaron a gritos, pasar a una de las aulas grandes donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente… Luego, a los alaridos, nos agarraron uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Allí nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de 10 pies entre sí, que nos pegaban con palos (que se convertirán en los famosos “bastones largos” que dieron nombre a la represión) o culatas de fusiles y nos pateaban en cualquier parte del cuerpo. Pegaban tan duramente como les era posible y en mi caso, fui golpeado en la cabeza, el cuerpo y donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos, mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano, auxiliares, docentes y estudiantes… El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo radio observatorio de La Plata recibió serias heridas en la cabeza, un ex secretario de la Facultad, ya septuagenario, fue gravemente lastimado, como también Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país”.

Fueron detenidos, además de los ya citados García y Sadosky, Gregorio Klimovsky, Telma Reca y Tulio H. Donghi.

De este avasallamiento resultó la destrucción del proyecto cientificista pues, disipados por la barbarie represiva, ya no volvieron a las aulas muchos de ellos. En total emigraron 301 profesores universitarios que se insertaron en universidades latinoamericanas, norteamericanas y europeas.

Arturo Jauretche analizó posteriormente: “No se puede pretender que la Universidad sea un coto cerrado… Una Universidad sin politización del estudiante es solo una suma de escuelas técnicas… fabrica los expertos que la estructura preexistente demanda. Es, lógicamente, lo que debe pedirle a la Universidad todo grupo conservador que aspire a perpetuar las condiciones imperantes en un país periférico, dependiente, subdesarrollado, el egresado de este tipo de escuela es útil, exclusivamente, para servir los intereses que desean mantener esa situación. De tal manera resulta de hecho, no sólo un conservador, sino un antinacional. Los Cueto Rúa, los Krieger Vasena, los Alemann, los Verrier, no han salido de los inquietos estudiantes tumultuarios que suscitan tanta preocupación en la gente de orden. Han salido de los estudiantes disciplinados, ‘monadas de papá y mamá’, que cursaron los años regularmente y desde pichones se preocuparon de echar alas para volar, becas mediante, a universidades extranjeras o donde realizar cortos cursos que si no agregaban conocimientos, daban el completo dominio del idioma de los dominadores y prestigiaban para el servicio de sus intereses… (en cambio) de la universidad politizada han salido muchos ideólogos macaneadores, empachados de literatura económica y social barata e incapacitados para comprender los hechos históricos que ocurrían delante de sus narices. Pero la verdad es que no han salido cipayos, ni vendepatrias conscientes. Que no lo hayan servido al país porque no lo entendieron es un hecho que, más que con la Universidad, se vincula con la superestructura cultural que excluye del prestigio al universitario, artista, escritor, que se identifica con el país… No importa si hubo comunistas o tacuaristas o humanistas, radicales o peronistas, si a veces hubo ‘tiras’ y muchas veces se interrumpió la lección porque la calle entraba al claustro. El resultado es que el claustro aprendió de la calle a pensar en problemas concretos y devolvió a la calle, una multitud que llevaba consigo ideas y sembró el pensamiento heterodoxo que hizo posible que se pensara de otra manera, antinacional también muchas veces, pero más frecuentemente nacional, cosa que no hubiera ocurrido si los únicos vehículos de las ideas hubieran sido los de siempre, controlados por los instrumentos de la dominación”.

Son esos estudiantes politizados –mal o bien– pero alborotadores, que viven una búsqueda, que ansían otro país y que se juegan por las transformaciones los que reaccionan cuando el gobierno de Onganía interviene la Universidad y luego, por decreto, anula la autarquía y su participación en el gobierno de las universidades.

Así debe pasar a la historia esa “noche de los bastones largos”, como una búsqueda de lo nuevo –todavía inciertamente– y la represión brutal del viejo país con vocación colonial que el imperialismo ha insertado en los generales a través de la teoría de la seguridad nacional, que los lleva a apuntar los fusiles contra el pueblo y no contra el opresor.



24/07/16 Tiempo Argentino


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EL OLVIDO Por Ricardo Forster





› OPINIÓN

El olvido


Por Ricardo Forster



¿Cuánta memoria resiste una sociedad? ¿Es posible hacer la crítica destemplada del ciclo político que acaba de cerrarse dirigiendo la mirada cargada de prejuicio y resentimiento hacia el pasado reciente pero al precio del inmediato olvido de ese otro pasado, algo más lejano, del cual es hijo el proyecto actual? ¿Es acaso el olvido un recurso para seguir viviendo que nos alivia de nuestras pesadillas? ¿Puede el discurso político dominante sostenerse en la interrelación de lo contingente y lo acontecido o necesita abandonar, por inactual, cualquier referencia a lo que ha quedado a nuestras espaldas, en especial a aquellas que remiten a prácticas de gobierno socialmente terribles como las que definieron la economía del país hasta el 2003? Preguntas que no puedo dejar de hacerme en estos complejos y difíciles días argentinos en los que una maquinaria mediática implacable, y en alianza con una restauración neoliberal encabezada por Macri, busca convertir los años kirchneristas en un tiempo de corrupción y de fabulación impostora, a la vez que trabaja para desvanecer los recuerdos traumáticos que dejaron su marca en el final de los 90 y en el estallido del 2001.

Se esfuman las imágenes de aquella crisis de finales del siglo XX al mismo tiempo que el día a día se convierte en el núcleo absoluto de vivencias y sensaciones que no pueden o no quieren mirarse en el espejo de esa otra época en la que tantas cosas se corrompieron en el interior de una vida social dañada. Quizás el peso de lo traumático, la oscura ofensa que atraviesa el alma de muchos compatriotas, el deseo de no mirar hacia atrás para no hundirse en la culpa de complicidades diversas, refuerza la tendencia al “piadoso” olvido. Es comprensible y justificable que quien ha sufrido un daño en su vida intente borrar ese recuerdo angustioso, es cínico e hipócrita que quien ha sido responsable de ese daño se dedique a borrar toda referencia que lo compromete. Es doloroso y preocupante que los dañados se dejen convencer por quienes buscan sustraerse a su responsabilidad política, ideológica y económica.

Olvidar, ese parece ser el reflejo inmediato de una parte significativa de la sociedad. Olvidar, una vez más, para desresponzabilizarse, para proyectar todos los males bien lejos en el mismo instante en que, como en otros tramos de nuestra historia, buscamos arrojarnos en las aguas purificadoras del virtuosismo republicano sin siquiera percibir que terminaríamos por precipitarnos en la noche dictatorial o en el vaciamiento de la vida democrática. Olvidar como una estrategia para despojar al kirchnerismo de su papel inequívoco y decisivo a la hora de rescatar a un país desmadrado y precipitado hacia una carrera autodestructiva impulsada por quienes hoy se ofrecen como los salvadores de la patria. Olvidar para distanciarse de sus propias opacidades, esa zona gris por la que circula la moral “real” de aquellos que se desgarran las vestiduras ante el supuesto vaciamiento de la República mientras ocultan la expoliación que realizaron y realizan del ahorro de los argentinos regresando a prácticas económicas que sólo benefician a las grandes corporaciones. Grageas para limpiar la memoria de todo aquello que incomoda la buena conciencia de quienes nunca acabaron de abandonar esa tradición prejuiciosa proveniente del antiguo cualunquismo que sus abuelos trajeron de Europa y que hoy asume los rasgos de una sorprendente alquimia de liberal conservadurismo y neoprogresismo reaccionario que va dibujando la silueta de “la nueva derecha” que decide el presente y el futuro inmediato de los argentinos.

Nada más engañoso que dirigir los peores dardos críticos contra el kirchnerismo desde las tribunas de opinión regenteadas desde siempre por los dueños del poder y de las riquezas. Se ensañan con el “populismo” del gobierno saliente (convertido ahora, por gracia de la infamia que lleva el nombre de “López” y la sobreexposición espectacularizante de los medios, en la quintaesencia de “la” corrupción) ocultando la responsabilidad de las corporaciones económicas representadas impúdicamente por los principales funcionarios del macrismo en la expoliación que se está llevando a cabo en el país. Su novedad es que ahora la administración y gestión de la República ha quedado en las manos de sus “verdaderos y genuinos” dueños. Los ceos de las grandes empresas multinacionales han tomado por asalto los ministerios para cerrar el “infame ciclo populista” que osó distribuir más equitativamente el ingreso al mismo tiempo que se ampliaban derechos sociales y civiles como no se hacía desde hace décadas. Un revanchismo de viejos reflejos comenzó a desplegarse en el interior de una democracia cada día más condicionada.

¿Comparar… para qué? Extraña paradoja la que lleva a una amplia franja de la clase media a incursionar, otra vez, en el ejercicio de la repetición. Fue la que enloqueció de pánico –en ese alucinante principio de siglo– ante la certeza de la caída en el abismo de la indigencia económica cuando toda idea de futuro había sido devorada por un presente que parecía prolongarse hasta la realización de lo infausto. Aquella clase media que a partir de 2003 inició una sistemática recuperación y que, ahora, cuando el tiempo ha hecho su trabajo de limpieza y olvido, critica salvajemente a un gobierno que implementó el giro político-económico que le permitió recuperarse de sus terrores y de sus indigencias materiales y “morales”, para abrazar la estrategia de quienes volverán a someterla. Extrañas vueltas de la vida que nos ofrece el panorama de una sociedad, o al menos de una parte importante de ella, que se instala en el fervor de un virtuosismo de nuevo rico que descubrió, no sin “inocencia”, que la República estaba en manos de una banda de facinerosos dedicada a expoliar los últimos restos de una moral pública definitivamente extraviada entre las risotadas demoníacas del populismo que goza con sus bóvedas llenas de oro, mientras que no se sonroja con los millones y millones que tienen el presidente y varios de sus funcionarios en los paraísos fiscales. Ni tampoco, claro, con los negociados del dólar futuro, las cuantiosas comisiones bancarias emanadas del arreglo con los fondos buitres o la compra de gas a una subsidiaria de la Shell de Chile (país no productor) por el doble del valor que el proveniente de Bolivia, empresa de la cual fue gerente y es accionista el ministro de energía Aranguren. La doble moral sigue dominando la conciencia de una parte de la sociedad al mismo tiempo que los grandes medios se ocupan de blindar y proteger al macrismo.

No le importa, mientras descubre fascinada y complacida, el horroroso espectáculo –astutamente pergeñado desde las usinas mediáticas– de la corrupción “generalizada y a manos llenas”, entregarse de cuerpo y alma a quienes se dedicaron y se dedican, con especial fruición, a desvirgar, una y otra vez, su existencia real mientras le dejaban la posibilidad de volver a sentirse virtuosa. Hoy, cuando la polvoreda de la historia se entromete entre el pasado aciago y el presente, no le preocupa dejar el recuerdo de lo acontecido al trabajo de oscuros eruditos enclaustrados en penumbrosas academias que un día nos recordarán las ruindades de una época felizmente superada, cuando ese recuerdo ya no tenga ninguna significación ni ponga en peligro ningún poder. Empachada de olvido reparador prefiere volver a escuchar las ofertas salvadoras de quienes, al final del siglo pasado, la dejaron en la ruina o simplemente la arrojaron a la indigencia material y moral. Elige, porque es libre de hacerlo y porque cree a rajatablas en el mito de su autonomía, a los mismos que disfrutaron mientras hundían a la Argentina en la penuria económica, social, política, cultural e institucional. Regresa, presurosa, al lecho de un amante sádico siempre dispuesto para recibirla con los brazos abiertos. ¿Cuánta repetición soporta un país? ¿Volveremos a ver una película que ya vimos pero con nuevos efectos especiales adaptados a esta época?

¿Es la desmemoria la que permite “el retorno de los dioses dormidos” utilizando libremente la famosa sentencia de Max Weber y adaptándola a un síntoma instalado en nuestra sociedad? ¿Es la pérdida de toda referencialidad histórica la que habilita para que regresen a la escena del presente los causantes de tanto daño sin que los que lo sufrieron siquiera lo perciban? ¿Acaso la experiencia vivida no alcanza para alertar respecto a esos retornos disfrazados de novedad? Algo oscuro y viscoso se despliega entre los pliegues de una sociedad capaz de lanzarse, una vez más, a la peor de las repeticiones, esa misma que terminará por ofrecerle de nuevo la brutal experiencia de la bancarrota. El deseo de la repetición anida en una subjetividad que sigue viendo la realidad a partir de los paradigmas culturales hegemónicos desde los años 1980 y 1990 cuando se inició la época neoliberal y que siguen marcando el ritmo del anarcocapitalismo financiero; como si lo vivido en el pasado se hubiese convertido en una bruma que apenas si nos devuelve figuras borrosas e indiscernibles mientras lo viejo-nuevo regresa para reactualizar su dominio.

Una subjetividad que no ha querido o no ha podido desprenderse de las impregnaciones de un sistema-mundo capaz de imponer, a lo largo y ancho del planeta, su lógica y su gramática. Un dispositivo cultural, afianzado en y por la maquinaria mediática y por la industria del espectáculo, que ejerce un tremendo disciplinamiento social fecundando el miedo en la certeza de un orden inexorable y eterno del que ya no se podrá escapar pero enmascarándolo en el llamado al puro goce individualista propio del ciudadano-consumidor al que suele apelar la nueva derecha. La economía global de mercado se ha ofrecido, y lo sigue haciendo, como el único norte de sociedades que ya no aspiran a otra cosa que no sea a permanecer, al costo que fuera, en el interior de esas coordenadas que les prometen la felicidad al precio de la más absoluta de las cegueras y, claro, de hipotecar el futuro.

Pero, tal vez, lo que se está hipotecando sea una alquimia que une los tres tiempos verbales ya que, como escribía Walter Benjamin, cuando vuelven a triunfar los dominadores de siempre lo que queda atrapado en la amenaza de la repetición y del relato único es la conjunción de pasado-presente-futuro. El pasado porque la memoria se convierte en un botín de guerra de los vencedores que se apropian de todos los bienes culturales fijando el sentido de un relato que sólo les conviene a ellos; el presente porque ejercen su hegemonía apropiándose, una vez más, de las riquezas socialmente producidas; el futuro porque queda borrado el sueño justiciero que todas las generaciones guardan y que proyectan hacia adelante. Lo que se impone, con la fuerza de una violencia material y simbólica, es un modelo de sociedad en el que la textura monocorde de los vencedores de ayer y de hoy se ofrece como la forma última de la vida nacional. Ese era el cambio que prometía el macrismo y que con ingenuidad rayana en el suicidio votó una parte de la sociedad.



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jueves, 28 de julio de 2016

LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS / 50 años







EN VEZ DE VOTOS, BOTAS Por Mario Rapoport





En vez de votos, botas


Por Mario Rapoport *


El 28 junio de 1966, un golpe militar, con la anuencia de sectores civiles, políticos y sindicales y una fuerte campaña previa de los medios de información –como la que soportaron Yrigoyen en 1930 y Perón en 1945 con resultados distintos–, depuso al presidente radical Arturo Illia. Las Fuerzas Armadas abandonaban así el rol tutelar que venían ejerciendo desde la caída de Perón, en 1955, sobre gobiernos emergentes de un régimen deslegitimado por la proscripción del peronismo. Al igual que en golpes anteriores, la desestabilización empezó mucho antes y los medios de la época tuvieron mucho que ver en ello, en especial los periodistas Mariano Grondona, Bernardo Neustadt y Mariano Montemayor, como señala Miguel Angel Taroncher en su libro sobre la caída de Illia. Esos periodistas contribuyeron “como parte integrante del poder mediático, a la campaña de prensa sobre la base de coincidentes mensajes críticos contra el gobierno” radical. A través de ellos jugaban sofisticadas revistas de opinión un rol que en golpes anteriores habían desempeñado periódicos de lectura masiva.

Las principales instituciones empresarias, por su parte, estaban también disconformes con lo que consideraban una excesiva intervención del Estado en la economía. Un documento inédito de la UIA hablaba de “la burocratización total de la vida económica [...] que conduce gradual pero persistentemente a la absorción de la empresa privada por el Estado [...]”. La misma “toma varias formas pero, para las actividades más importantes, casi siempre se resuelve en la obligada transferencia de la propiedad del empresario privado al Estado”. Estos conceptos parecían dejar traslucir que el gobierno de Illia era una antesala del de Fidel Castro. (Ponencia de la UIA para la XXII Asamblea de Aciel a realizarse del 4 al 6 de junio de 1966.)

Mariano Grondona, gestor del golpe en numerosos artículos, señalaba dos días después de haberse producido, las razones del mismo: “Arturo Illia no [había comprendido] el hondo fenómeno que acompañaba a su encumbramiento: que las Fuerzas Armadas, dándole el Gobierno, retenían el poder. El poder seguía allí, en torno de un hombre solitario y silencioso [el general Onganía]. [...]. Siempre ha ocurrido así: con el poder de Urquiza o de Roca, de Justo o de Perón. Alguien, por alguna razón que escapa a los observadores, queda a cargo del destino nacional. Y hasta que el sistema político no se reconcilia con esa primacía, no encuentra sosiego”. El gobierno había cometido el error de creer que gobernaba cuando en realidad los votos de la elección de Illia seguían siendo botas.

Asunción de Arturo Illia, presidente constitucional derrocado por el dictador Onganía

Pero la incógnita principal fue el rol que Estados Unidos jugó en el golpe. Dos años antes, en 1964, el gobierno de Washington había tenido una influencia decisiva en la caída del presidente brasileño Joao Goulart, a quien consideraban un “extremista”. Existe la transcripción de un diálogo entre el presidente Johnson y el secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos Thomas Mann, el viernes 3 de abril de 1964, tres días después de ese golpe. “Mann: Espero que Ud. esté tan feliz respecto al Brasil como lo estoy yo. LBJ: Lo estoy. Mann: Pienso que es lo más importante que ocurrió en el hemisferio en tres años” (tapes de la Casa Blanca, 1963-1964). En cambio, no surge de los documentos secretos que el Departamento de Estado hubiera intervenido directamente en la caída del primer mandatario argentino –en verdad no lo necesitaba–, pero estaba perfectamente informado de la existencia de sectores militares y civiles opuestos a los lineamientos programáticos de Illia y en procura de una oportunidad para provocar una “intervención” militar desde muy temprano, incluso desde antes de su asunción, en octubre de 1963. La carrera de Illia hacia los comicios de julio de 1963 se había desarrollado en un clima político interno signado por la proscripción del peronismo y de su líder, por lo que la UCR del Pueblo obtuvo la primera minoría y la nominación de su candidato en el Colegio Electoral con apenas el 25 por ciento de los votos. Este hecho cuestionaba la legitimidad de la victoria electoral; una “marca de origen” que constituiría el “caballito de batalla” permanente de la oposición política y, especialmente, de los sectores internos y externos que ya desde el inicio de la nueva administración comenzaron a tejer la trama conspirativa. El nuevo presidente accedería a la Casa Rosada con una minoría parlamentaria, hostilizado por la sistemática oposición de la dirigencia sindical y patronal y conviviendo con contradictorias tendencias conservadoras y populistas dentro del propio radicalismo.

Las políticas desplegadas, sin agitar demasiado las aguas, rescataban lineamientos básicos heredados de la intransigencia radical y del primer peronismo, con un trasfondo internacional marcado por propuestas económicas nacionalistas en boga en muchos países del Tercer Mundo. Esas orientaciones se manifestaron a través de cierta resistencia a las imposiciones del FMI, la concepción de un Estado inclinado al control y la planificación de la economía –como en caso de los productos farmacéuticos–, así como a la atención prioritaria al mercado interno. Se tomó también la decisión de denunciar y anular los contratos petroleros firmados por el presidente Frondizi.


Por supuesto, los servicios de inteligencia norteamericanos estaban bien informados sobre los planteos golpistas y sus principales protagonistas. Así lo testimonia un cable de la CIA al presidente norteamericano Lyndon Johnson, que se encuentra en los archivos de su presidencia, localizados en Austin, Texas. Allí se daba cuenta de la decisión de los altos mandos militares argentinos de promover el golpe para el mes de julio, aunque la acción podía adelantarse si la “crisis económica” se acentuaba. El informe reseñaba la “responsabilidad” y “seriedad” de los objetivos del futuro gobierno militar y enumeraba entre los involucrados a los generales Juan Carlos Onganía, Julio Alsogaray, Alejandro Lanusse y Osiris Villegas (CIA, 2/6/66, Country Files, Argentine Memos, Vol. II, Box 6).

Finalmente, el levantamiento militar tuvo lugar el 28 de junio y el gobierno surgido de la decisión golpista se autodenominó “Revolución Argentina”. El “caudillo” soñado por Grondona fue nombrado presidente con el objetivo primordial de mantenerse mucho tiempo en el poder: “un dictador es un funcionario para tiempos difíciles”, afirmaba el inefable periodista. El nuevo régimen pretendía imponer un proyecto de largo alcance, dotando al Estado de una organización tecno-burocrática, que Guillermo O’Donnell denominó “Estado Burocrático Autoritario”, capaz de poner fin a las pujas intersectoriales y políticas locales en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que privilegiaba el accionar en el orden interno por parte de las Fuerzas Armadas contra los peligros del “extremismo” y la “disociación social”. Pero los tiempos económicos, sociales y políticos que proponía no pudieron llevarse a cabo. A través del Cordobazo la sociedad puso fin a esa forma criolla de “pseudomonarquía”. Grondona debió postergar por un tiempo sus sueños “caudillescos”, las Fuerzas Armadas se retiraron después de dos intentos frustrados de continuar en el mando y Perón volvió finalmente a la Argentina. Se abría una etapa vertiginosa cuyo desenlace dio paso al período más doloroso de nuestra historia, que comienza en 1976. El golpe militar que lo precedió diez años antes fue, sin duda, un primer ensayo.


Economista e historiador. Investigador superior del Conicet



Página|12, 28/06/10


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LA HISTORIA OCULTA DE AQUELLA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS Por María Seoane


Juan Carlos Onganía (1914-1995), le decían "La Morsa", y como la gran mayoría de militares golpistas era profundamente conservador, católico fundamentalista y fanático anticomunista. Apoyado por sectores civiles del nacionalismo católico, la política económica de su gobierno se ajustó al más puro liberalismo.



La historia oculta de aquella noche de los bastones largos 

El 29 de julio de 1966, la policía del dictador Onganía arrasó Ciencias Exactas. La orden la dio el jefe de la SIDE, general Señorans. Aquí se revela una historia desconocida de aquella noche trágica.




A 40 años del quiebre de la investigación científica en la Argentina*



Por María Seoane


Se conocen el escenario, el día y los hechos: el viernes 29 de julio de 1966, a un mes del golpe militar que derrocó al gobierno constitucional del presidente Arturo Illia e inauguró la dictadura del general Juan Carlos Onganía, en la Facultad de Ciencias Exactas en la eterna Manzana de las Luces, la Guardia de Infantería policial que dirigía el general Mario Fonseca cargó a garrotazos y con gases lacrimógenos contra estudiantes, docentes y profesores extranjeros invitados y hubo 200 detenidos y numerosos heridos. Se conocen los antecedentes de esos hechos: entre 1957 y esa noche, la Universidad de Buenos Aires, la más potente y poblada de las nacionales, vivía una época de oro inaugurada con el rectorado del filósofo e intelectual Rizieri Frondizi, hermano del Presidente Arturo. En su gestión, que luego continuó el ingeniero Hilario Fernández Long, se modernizó la Universidad, se lanzaron campañas de alfabetización, se fundaron las carreras de Psicología y Sociología, el Instituto del Cálculo, que estudió la trayectoria del cometa Halley; se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), se fundó la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), que llegó a editar 11 millones de libros a precios bajos, en fin, se democratizó la Universidad hasta niveles antes desconocidos en la Argentina. A partir del avance militar en el gobierno de Illia, los estudiantes encresparon sus críticas: primero, ante la muerte de un estudiante en las movilizaciones contra la invasión norteamericana a Santo Domingo, en 1965, que anunciaba el comienzo de la feroz Doctrina de la Seguridad Nacional en Latinoamérica, y luego, a partir de la amenaza creciente de reducción del presupuesto educativo, que por entonces era la increíble cifra del 20% del total del Presupuesto nacional. Pero el inicio del gobierno golpista, confesional y anticomunista de Onganía atizó la oposición estudiantil. 

Se conocen también los móviles dictatoriales: poner fin a la autonomía universitaria y la libertad de cátedra; silenciar las criticas; escarmentar la rebeldía estudiantil y docente de todas las universidades nacionales. Y se conocen las consecuencias: 1.378 docentes que renuncian o parten al exilio. Unos 301 emigraron: 215 eran científicos y 86 investigadores en distintas áreas. Se inició el éxodo de científicos que no se detendría a partir de entonces.

Cuarenta años después del asalto violento de la Policía a Ciencias Exactas, que se denominó La noche de los bastones largos, es posible afirmar que se quebró no sólo la más formidable acumulación de conocimiento científico que la Argentina había logrado hasta mediados del siglo XX, sino también se abrió el camino a la intolerancia y se atrincheró a una generación de argentinos en la idea fatal de que la violencia política era el recurso para restaurar la libertad.

En nombre del hijo

Se conocen, entonces, los hechos, los protagonistas, los móviles y las consecuencias de aquella noche trágica. Pero aún permanecen oscuras, en los pliegues siempre apretados de la historia, muchas preguntas. Esa noche, hubo un joven estudiante de Física que intentó avisar que la Policía llegaría para invadir y reprimir en Ciencias Exactas . ¿Quién era ese joven? Eduardo Scolnik -miembro hoy del Departamento de Programación Informática del INDEC- contó a Clarín episodios aún desconocidos pero que expresan la complejidad y paradojas que rodearon no pocas veces la historia argentina.

Eduardito Señorans era único hijo del general Eduardo Argentino Señorans y Romilda Cerruti Costa. "Estudiante de Física en la Facultad de Ciencias, Eduardito Señorans había sido un militante católico, fuerza de choque en las manifestaciones de la 'laica o libre', por el bando de los que querían la educación privada y religiosa en las escuelas. Pero hacia 1962 ingresa a la Facultad y, recién producida la revolución cubana, y seguramente por eso y por la influencia de su tío, el abogado laboralista y nacionalista católico Luis Benito Cerrutti Costa, Eduardito comenzó a virar a posiciones de izquierda. Nos conocemos en 1963. Teníamos muchas charlas entre nosotros. Eduardito decía que la revolución cubana iba en serio, que era una verdadera revolución porque habían encarado a fondo el tema de la educación de la gente, a diez o quince años". 

En ese período, recordó Scolnik, Eduardito Señorans comienza a enfrentarse duramente con su padre, para entonces general de brigada. El general Señorans había sido jefe del Estado Mayor de la llamada "Revolución Libertadora" que comandada por los generales Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu derrocó a Juan Perón en setiembre de 1955. Unido por convicción a Lonardi, Señorans fue su subsecretario de Guerra. Mientras que su cuñado, Luis Benito Cerrutti Costa, fue nombrado ministro de Trabajo y Previsión. El golpe interno de Aramburu contra Lonardi lo alejó del Ejército en noviembre de 1955. Fue Onganía quien sacará de la actividad privada a Señorans para darle el cargo de jefe de la SIDE, cuando, en junio de 1966 instaure una dictadura integrista con pretenciones milenaristas. Señorans, entonces, se transformó en una pieza clave de esa dictadura. Su hijo, en pleno 1966, recuerda Scolnik, "ya revistaba en las filas de la izquierda universitaria aunque como líbero, es decir, sin partido". Su tío Cerrutti Costa, que había confluido con Señorans en el antiperonismo en 1955, había comenzado también a virar hacia posiciones revolucionarias. Será editor de Operación masacre, de Rodolfo Walsh, y a fines del sesenta y principios del setenta, se encargará de la defensa de presos políticos, entre ellos varios guerrilleros peronistas y guevaristas. Fue cofundador de la revista Nuevo Hombre y editor del diario El Mundo, para entonces todas empresas vinculadas a la guerrilla guevarista del ERP. Deberá exiliarse en París en 1975 ante las reiteradas amenazas de la Triple A. Murió en 1977.

El testimonio de Gregorio Klimovsky (1922-2009)

Scolnik recuerda que las contradicciones en esa familia estallaron con virulencia precisamente la noche del 29 de julio de 1966. "Fuimos amigos estrechos. Nos conocían por 'los eduarditos'. Los padres me invitaban a su casa en Cardales. Era el amigo entrañable de un hijo único entrañable. Nuestros padres eran parecidos. Mi padre era un médico que huyó de Ucrania porque la revolución bolchevique le expropió todo. Mi padre era profundamente anticomunista. No se podía hablar nada con él que no coincidiera con su ideología. Lo mismo le pasaba a Eduardito Señorans. Había un constante enfrentamiento con su padre."

Luego del golpe de Onganía -continúa Scolnik-, "el régimen consideraba a la Universidad como un 'nido de rebeldes, comunistas'. Y la verdad, visto a la distancia, nadie hacía nada que pudiera afectar las bases del sistema, todavía. Y si bien la izquierda estaba fragmentada, la derecha también. Y el aglutinante de la derecha fue el anticomunismo. Así que debían construir ese enemigo que los uniera. Recuerdo que el decano de Exactas, Rolando García, entonces era un gran admirador de las universidades norteamericanas. Pedía subsidios a la Fundación Ford y estaba muy lejos de ser un comunista o un revolucionario. Era un científico que pedía libertad de pensamiento y de investigación".

Al mes del golpe, la agitación estudiantil crecía en tanto se defendía la autonomía universitaria atacada por el decreto ley 16.912. "La noche del 29 de julio, entonces, Eduardito estaba en su casa. Escucha a su padre hablar por teléfono con Fonseca, el jefe de la Policía Federal. Eduardito me contó luego (ese día yo estaba enfermo y no había ido a la facultad) que su padre le dijo a Fonseca: 'Andá a la Facultad de Ciencias Exactas y matalos a palos'".

Entonces, el joven Señorans trató de avisar lo que ocurriría a sus compañeros en la Facultad. "Llamó por teléfono, pero el que lo atendió no le creyó lo que le decía, que la Policía cargaría contra la Facultad. Desesperado, corrió hasta la Facultad -ellos vivían en la calle Junín y Peña- para avisarle al decano Rolando García lo que se estaba planeando. Pero cuando llegó, la Facultad ya estaba acordonada y no pudo entrar. Así que, desconsolado, me llamó y me dijo que igual se metería a defender la Facultad. Le dije que no lo hiciera, que ya era tarde. A las 22, se desata la represión. Eduardito siempre se sintió culpable. Yo nunca pude volver a esa casa. Los dos dejamos la Facultad. Nos fuimos. Eduardito no quería ser asociado a su padre. Nos dejamos de ver por años. El murió en los años ochenta."


El último servicio público del general Señorans, antes de morir en 1993, fue defender al dictador Leopoldo Galtieri en el juicio militar por la Guerra de Malvinas. Señorans pidió su absolución con el argumento de que las decisiones políticas no podían ser revisadas ni pasibles de castigo. "Tal vez -reflexiona Scolnik- esa orden de reprimir inédita en la historia de la Universidad era también el odio que sentía el general contra quienes, él pensaba, habían cambiado la cabeza a su hijo." 

De llegar a tiempo, el gesto del joven Señorans no hubiera cambiado la decisión dictatorial de cerrar la Universidad. Tal vez se hubiera evitado la violencia brutal contra esas cabezas. Porque la historia suele tramarse con grandes madejas y con pequeños hilos, casi invisibles pero igualmente decisivos.


2006


Fuente: http://www.elortiba.org/




*El artículo fue escrito en esa oportunidad, al conmemorarse 40 años de aquella trágica noche.-


aportes en la crisis, 28 de julio de 2016.-



LA CAUSA PENAL SOBRE LOS BASTONAZOS Por Guido Lichtman





› EL EXPEDIENTE JUDICIAL QUE SE ABRIÓ POR LA REPRESIÓN POLICIAL CONTRA ESTUDIANTES Y DOCENTES

La causa penal sobre los bastonazos

De los documentos judiciales se desprende que el ataque a la comunidad académica de la UBA, el 29 de julio de 1966, fue organizado y dirigido en persona por el general Mario Fonseca, entonces jefe de la Policía Federal. Pese a la denuncia del decano Rolando García y a los testimonios recabados, los acusados fueron sobreseídos.



Por Guido Lichtman



La lectura de la causa penal iniciada hace cincuenta años con motivo de los incidentes registrados durante la llamada “Noche de los Bastones Largos” permite inferir que la sangrienta represión desplegada por la policía dentro de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires contra estudiantes y profesores formó parte de la “Operación Escarmiento”, urdida por el entonces jefe de la Policía Federal, el general Mario Adolfo Fonseca, una de las personas más influyentes del gobierno dictatorial del general Juan Carlos Onganía.

El viernes 29 de julio de 1966 se había publicado el decreto-ley 16.912 por medio del cual Onganía anulaba el gobierno tripartito de la universidad y subordinaba al Ministerio de Educación de la Nación a las autoridades –rectores y decanos– de las ocho universidades nacionales, a quienes otorgaba 48 horas para aceptar su nombramiento como interventores.

Rolando García, el decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, cuya sede quedaba por entonces en la Manzana de la Luces, decidió rechazar la intimación, al igual que el resto de la comisión directiva.

Ese mismo día, cuando la intervención de la universidad era un secreto a voces, García les dijo a un grupo de estudiantes que lo iban a tener que “sacar a palos” del edificio de Exactas. Y así fue.

Aquella noche, bautizada luego como de Los Bastones Largos, la Guardia de Infantería de la Policía Federal ingresó y reprimió a alumnos y profesores en las facultades de Filosofía y Letras, de Ingeniería, de Arquitectura y, especialmente, de Ciencias Exactas.

En esta última facultad, el operativo contó con cinco carros de asalto, una autobomba y un centenar de agentes de Infantería. Los heridos por los bastonazos policiales fueron más de cien y hubo cerca de 150 estudiantes detenidos que fueron distribuidos en las comisarías 1ª, 2ª, 4ª y 22ª de la Capital Federal.

García, quien esa noche recibió palazos en la cabeza y al cual le fracturaron un dedo, estaba convencido de que el operativo en Exactas había sido liderado por el jefe de la Policía Federal en persona, el general Fonseca.

Días después de la represión, y con el patrocinio del abogado Carlos González Gartland, García se presentó como querellante en la causa penal iniciada a raíz de lo ocurrido en la Facultad de Exactas y acusó a Fonseca y a sus subordinados por los delitos de lesiones graves calificadas en razón de la alevosía y el ensañamiento empleados durante la represión policial.

Los paraguas asesinos

La denuncia tenía pocas probabilidades de prosperar y así se lo habían hecho saber a García diferentes abogados con los que consultó antes de llegar a González Gartland.

Antes de aceptar el pedido, González Gartland le dijo: “Usted está mal de la cabeza. ¿Hacerle un juicio a Fonseca, uno de los cuatro generales que dirigen el país? Usted está loco… pero, peor aún, se ha encontrado con otro loco: vamos a iniciarle juicio a Fonseca”.

La causa se radicó primero en el entonces Juzgado en lo Criminal y Correccional Federal n° 3, a cargo de Jorge Alberto Aguirre, pero años más tarde pasó al Juzgado Criminal de Instrucción N° 12, de Raúl de los Santos.

Cuando presentaron la querella, González Gartland y García se encontraron con un acta inicial, firmada por el comisario Osvaldo Raúl Zotta, titular de la seccional 2ª, y según la cual el accionar policial parecía salido de un libro de cuentos.

Allí constaba que la policía había ingresado al edificio de Exactas, en Perú 222, porque desde el interior del edificio, que tenía sus puertas cerradas, se arrojaban pedazos de sillas y bancos, y se oían gritos de estudiantes que querían salir de la facultad.

Según el relato policial, al entrar en la casa de estudios y ser recibidos con proyectiles, los agentes no tuvieron más remedio que defenderse de las agresiones y arrojar gases lacrimógenos. En el acta consta que “algunos estudiantes esgrimían paraguas con los que castigaban al personal policial”.

Para el subcomisario Héctor David Marcos, “la defensa policial estaba en un plano de notoria desventaja con respecto a los estudiantes, por cuanto estos conocían las características del teatro del suceso”. Casi como decir que los policías enfrentaban al Vietcong.

De cualquier modo, según surgía del acta, a la policía le llevó tan solo 45 minutos “dominar la situación y restablecer el orden”. Se detuvo a los alumnos que “no cesaban en su actitud belicosa hacia el personal policial” y continuaban entregados a “sus depredaciones en el interior del edificio”.

En el expediente se dejaron asentados los daños supuestamente producidos por los estudiantes: muebles rotos, trozos de vidrio e incluso “un aparato telefónico tipo monofón negro completamente destrozado en su vaquelita (sic) dentro de la oficina de Vedelía” (sic).

Esa noche fueron detenidas más de 150 personas en las comisarías 2ª y 4ª, acusadas por “atentado, resistencia, desobediencia directa a la autoridad, lesiones y daños”.

Si bien unos de los comisarios reconoció que algunos estudiantes y directivos de la facultad presentaban heridas leves, no se pudo explicar “en qué circunstancias y cómo resultaron lesionados”. Por su lado, uno de los agentes afirmó que la punta de su sable se había roto al tener que utilizarla para “contener los golpes que le dirigían los estudiantes”.

Operación Escarmiento

Si la versión oficial obviaba cualquier mención a la represión policial y atribuía las lesiones de los estudiantes a un misterio inexplicable, la querella presentada por García era terminante: acusaba a Fonseca y demás funcionarios policiales por el delito de lesiones graves calificadas por su alevosía y ensañamiento, y en subsidio, del delito de vejaciones y apremios ilegales.

En su denuncia, García explicaba que, terminada la reunión de la comisión directiva que analizaba la situación de la universidad, unos estudiantes le avisaron que fuera del edificio se encontraba la policía, que había dado por megáfono la orden de desalojo, pero el decano no salió porque esperaba la notificación oficial que nunca se produjo.

En su lugar llegaron los gases lacrimógenos que obligaron a los estudiantes y profesores a salir al patio. Allí, las fuerzas policiales, gritando e insultando, les ordenaron salir con los brazos en alto. Según el escrito de García, los policías “semejaban una horda bárbara al asalto de un templo”.

El decano se presentó frente a un oficial, a quien le dijo que el despliegue de fuerza era innecesario, pero por toda respuesta obtuvo un garrotazo en la cabeza.

Luego se ordenó a los universitarios colocarse de frente a la pared del patio, mientras “les aplicaban fuertes palazos en la región lumbar, en la espalda, en estado de indefensión”.

Para salir del edificio los obligaron a pasar por el medio de una doble hilera de policías, donde docentes y estudiantes fueron apaleados. García mismo recibió varios golpes en la cabeza y, al querer defenderse con sus manos, un bastonazo le quebró el dedo meñique de su mano derecha.

Ya en el exterior de la facultad, el decano observó que, desde un auto, un hombre impartía órdenes a los policías. Al consultar con uno de los oficiales, éste le comentó que dentro del vehículo estaba “el general de brigada Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal”, que estaba a cargo del operativo.

García afirmó que llegó incluso a escuchar el nombre que le habían puesto al procedimiento, Operativo Escarmiento, y que según él había sido “minuciosamente preparado e instrumentado para castigar la pacífica rebeldía de los científicos argentinos”. Más adelante, también sostuvo que el fin del procedimiento era “vejar y apalear al personal docente, auxiliar, directivo y a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales”.

En una entrevista concedida con motivo de los 30 años de la Noche de los Bastones Largos, el decano había especulado con que la “Operación Escarmiento” constituía la venganza de los militares por la “agresión” que habían sufrido el 19 de octubre de 1965, en un acto frente al monumento al general Roca sobre Diagonal Sur y Perú, cuando los estudiantes de Exactas arrojaron monedas de un peso y cincuenta centavos desde la terraza de la facultad contra los funcionarios presentes, entre ellos el general Onganía, por entonces jefe del Ejército.

El amigo americano

Warren Ambrose era un profesor estadounidense del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que estaba de visita en la Argentina y que se encontraba en la facultad de Exactas la Noche de los Bastones Largos.

A raíz de lo que presenció ese día, escribió una carta que luego fue publicada por el New York Times, en la que criticaba al gobierno de Onganía y en la que pedía a los lectores del diario que enviaran cartas de protesta al gobierno argentino.

Sin necesidad de un traductor, Ambrose declaró en la causa penal, donde explicó que una vez terminada la reunión de la comisión directiva había decidido permanecer en el edificio “para ver qué pasaba”, aunque aclaró que en ningún momento se había comentado la posibilidad de resistir a la intervención policial.

Según el profesor norteamericano, “el personal policial comenzó a golpear a las distintas personas que se encontraban en el lugar, a pesar de que no oponían resistencia”. Una vez en el patio y de cara a la pared, “si alguna persona bajaba los brazos era nuevamente golpeada”.

Ambrose detalló que, al formarse la doble hilera de policías, “se hacía salir a cada uno de los detenidos espaciadamente, de manera que no se acercaran mucho a la persona que iba adelante, de modo de posibilitar a los policías el golpearlos efectivamente”.

En ese pasillo, Ambrose recibió golpes en la cabeza, cintura y espalda, por lo que al momento de su declaración los hematomas eran todavía visibles, tal como consta en el acta judicial.

La sombra de Fonseca

Si bien el general Fonseca nunca fue llamado a declarar, su presencia en las inmediaciones de la Facultad de Exactas fue probada en la causa penal a través de diferentes testimonios.

Así, el comisario Zotta admitió que el jefe de Policía había estado en el lugar en “algún momento de la noche” y presumía que lo había hecho “para enterarse de las novedades”.

Por su parte, el subcomisario Marcos declaró que al salir de la facultad vio un coche particular en la esquina de Perú y Diagonal Sur, donde se encontraba el general Fonseca junto a dos comisarios inspectores que le informaban lo ocurrido.

Uno de esos comisarios, Anzulovic, sostuvo luego que Fonseca sólo había hecho una “pasada” por el lugar cuando la policía ingresaba en la facultad y que había regresado más tarde cuando los universitarios “estaban siendo sacados de la casa y derivados a la comisaría”.

La presencia de Fonseca en los alrededores de Exactas fue corroborada también por dos profesoras de Filosofía y Letras que se encontraban cerca del monumento a Roca en el momento del operativo. Una de ellas, Manuela Amanda Tauber de Albertotti, refirió que un policía le había comentado que era un procedimiento “importante” que era dirigido “personalmente por el señor jefe, el general Fonseca”. Incluso declaró que había visto a Fonseca en la rotonda del monumento, “rodeado de policías que permanentemente lo consultaban” por lo que “era absolutamente evidente que nada se hacía en el lugar sin consulta previa al general Fonseca, quien efectivamente dirigía en forma personal el procedimiento”.

Una colega que estaba a su lado, Noemí Fiorito de Labrune, afirmó en el expediente que un policía les había dicho que el operativo lo dirigía personalmente Fonseca, a quien pudo ver desplazándose dos o tres veces hacia la puerta de la facultad y dar órdenes, por lo cual concluyó que el jefe de Policía “efectivamente dirigía la operación”.

Incluso dos periodistas del diario La Nación que cubrieron el hecho prestaron testimonio en el sentido de que esa noche oyeron que Fonseca había estado en las inmediaciones de la Facultad, aunque no habían podido verlo.

Sobreseimiento provisional

En 1968, dos años después de iniciada la causa, el juez federal Jorge Aguirre resolvió no hacer lugar al pedido de procesamiento de Fonseca y remitir las actuaciones a la Justicia ordinaria.

A criterio del magistrado, en el expediente se presentaban dos versiones de los hechos. Una “policial”, según la cual los agentes se limitaron a repeler la agresión de los estudiantes, y otra “universitaria” en la que se describía la inusitada violencia empleada por las fuerzas del orden.

El juez admitió que, si bien existían elementos para procesar al menos a dos funcionarios policiales (el comisario Zotta y el subcomisario Marcos), no se justificaba la competencia federal del caso por no existir pruebas para procesar al jefe de la Policía.

En la misma resolución desestimó los testimonios de las profesoras de Filosofía que habían declarado haber visto a Fonseca impartiendo órdenes, por considerarlos “meras conjeturas”. Asimismo, consideró que lo manifestado por los periodistas de La Nación acreditaba que Fonseca recién había llegado al lugar cuando el procedimiento ya había terminado.

Es curioso que el magistrado descartara los testimonios directos de las profesoras como “meras conjeturas”, mientras le daba plena validez a la declaración de los periodistas que habían admitido no haber visto a Fonseca.

La resolución fue apelada por García, pero la Cámara Federal confirmó la declaración de incompetencia aunque exhortó al juez a resolver la situación procesal de Fonseca.

Por tal motivo, a las pocas semanas Aguirre declaró el sobreseimiento provisional del jefe de Policía por “ausencia de elementos procesales de juicio y por no resultar suficiente la sola responsabilidad funcional” que le imputara la querella y según la cual Fonseca era culpable por haber actuado por omisión, al no haber impedido que las fuerzas policiales reprimieran violentamente a docentes y estudiantes.

Si bien el sobreseimiento provisional implicaba que Fonseca podía seguir siendo investigado y se contraponía a la opinión del fiscal que había solicitado el sobreseimiento definitivo, en los hechos la resolución del juez implicaba el fin de la causa contra el jefe de la Policía.

A la Justicia ordinaria

La causa pasó al Juzgado Criminal de Instrucción n° 12 para investigar a los demás policías, pero en julio de 1970 el juez decidió sobreseer provisionalmente “la causa” por entender que no se había podido establecer quién había tenido “la iniciativa en la agresión desencadenada” y dado que los hechos se habían desenvuelto “en un clima de total confusión, en recintos de escasa iluminación y con gran número de participantes”.

Así fue cómo la “Operación Escarmiento” del general Fonseca quedó impune mientras centenares de científicos tuvieron que emigrar del país en busca de mejores destinos.








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