miércoles, 14 de marzo de 2018

LA VIDA PRECARIA DE FACUNDO FERREIRA Por Alejandra del Castillo




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"¿Y sus padres qué hacían?", se defendió el Ministro de Seguridad tucumano al referirse al asesinato de Facundo Ferreira en manos de la policía. Entre las picadas de motos, la zafra del citrus y la hostilidad de la ciudad, ¿qué nuevas desventajas genera, hoy, vivir en la pobreza? Facundo y la empatía de la víctima menos pensada: que soñaba con la escuela, amaba el deporte y sabía que siempre le quedaba el abrazo de la abuela.



Las picadas de motos del Parque 9 de Julio son un plan para jóvenes y adultos de distintos barrios en San Miguel de Tucumán. Puede haber hombres de 70 años y pibes de 12, como Facundo Ferreira. Los competidores van con sus motos chicas y viejas pero bien tuneadas para lograr mayor velocidad. Es todo un ritual peligroso por la precariedad con la que exponen su cuerpo y porque, como toda actividad clandestina, está sujeta al accionar discrecional de la policía. No solo actúan así con las picadas sino que en los operativos que realizan a diario secuestran centenares de motos que son el medio de transporte familiar más extendido. En nombre de la inseguridad, se intentó prohibir que dos personas anden juntas en la misma moto.





La casa de Facundo quedaba a 30 cuadras del Parque 9 de Julio. Volvía de una picada junto a un amigo de 14 años cuando recibió el tiro en la nuca que disparó un policía. Su casa estaba en el Gran San Miguel de Tucumán, el barrio Juan Pablo XXIII, más conocido como La Bombilla. Esta zona tiene más de medio siglo. Los abuelos de Facundo deben haber sido de sus primeros habitantes, parte de la generación que llegó a la ciudad en búsqueda de un futuro promisorio luego de atravesar la crisis azucarera de la década de 1960 que implicó el cierre de 11 ingenios y el fin de muchas actividades asociadas a esta producción.

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Hoy en Tucumán hay dos ciudades: la de la opulencia y la otra.


La pobreza no es nueva pero hay un proceso que dificulta todavía más la vida en esos barrios. Son las “desventajas agregadas”. Facundo pertenecía a la generación que siente con mayor crudeza las privaciones. Saben que no conseguirán un empleo estable y que sólo les queda el rebusque aun cuando hayan alcanzado mayores niveles educativos que sus padres y abuelos. La recolección informal de residuos, la venta ambulante, el trabajo doméstico, el aprendizaje de un oficio; es decir, las estrategias desarrolladas por sus mayores para armarse de un techo y proteger la familia resultan insuficientes en un contexto de crecientes ofertas y necesidades de consumo.

Las condiciones de vida en el barrio nunca cambiaron. Permanecen inmutables. Durante el día, las mujeres están por todos lados: yendo a comprar, limpiando la vereda, llevando a los chicos a la escuela. Los hombres se van a trabajar. Los niños juegan en la calle. Porque los niños todavía juegan en la calle en estos lugares rotulados como peligrosos. Es común la convivencia entre distintas generaciones, y la abuela suele ser la figura central en la crianza, así las madres también pueden salir a trabajar.

Facundo llevaba el apellido de su mamá. Ella volvió sola de Jujuy embarazada, su padre era jujeño, pero nunca lo reconoció.




Ser niño en los escenarios de pobreza actuales no sólo implica crecer en la precariedad habitacional y en la insuficiencia de ingresos, sino que conlleva obligaciones como el cuidado de hermanos y la realización de tareas domésticas y de colaboración en las actividades laborales de los adultos. En muchos casos comienzan como acompañantes y de forma gradual asumen mayores tareas. La escuela permite encontrarse con los amigos pero requiere pelearle al cansancio muchas veces.

A la abuela de Facundo se la conoció pronto, cuando salió a defender su memoria frente a la artillería desatada desde el propio poder político y los medios para justificar el accionar policial. En ella, y luego en su madre, quien lo tuvo en soledad pero logró mandarlo a la escuela y anotarlo en un club para cumplir su sueño de ser Messi, se ven los rostros de la feminización de la pobreza y el papel de las mujeres cuesta arriba en las tareas productivas y reproductivas.

Facundo estaba ilusionado, iba a entrar en primer año. ¿Hizo todos los deberes y le pasa ésto? Un destino común de muchos de sus vecinos adolescentes es la cosecha del limón: se arman cuadrillas en los barrios, salen en colectivos a las 5 y media de la mañana. En la zafra de la caña de azúcar, en cambio, ya ni quedan trabajadores golondrinas, se hace casi todo con máquinas. El del citrus es un trabajo en negro y se hace con la ropa que se tenga puesta. Para juntar más, a veces se sale en familia aunque ya no participan tantos niños como antes, gracias a la Asignación Universal por Hijo que exige la escolarización obligatoria. Entre cosecha y cosecha, en los meses sandwich, casi nadie llega a cobrar el Plan Interzafra: para acceder a estos $2300, una especie de seguro de desempleo, hay que tener más de 18 años y mínimo 3 meses de aportes ante el ANSES.

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La vida de Facundo seguramente transcurría, como de la mayoría de los niños y niñas de las áreas de pobreza crítica, entre la familiaridad y el resguardo del barrio. Las veredas, las calles, la canchita -espacios públicos que, aunque precarios invitan a jugar- lo vieron forjar vínculos. Pero Facundo y sus amigos crecieron y les dio curiosidad la ciudad, aquello que se abría paso por fuera de las fronteras del barrio. Aunque allí se encontraron con el derecho de admisión y la hostilidad. Se siente el peso del estigma y la marca se lleva a todos lados. ¿A Facundo lo asesinó la policía solo porque andaba en moto de noche?

La paradoja de un Estado que señala el descuido y la responsabilidad de la familia pero que guarda total responsabilidad en la persistencia de la pobreza urbana, son más de 50 años, y la falta de políticas efectivas de protección de la niñez, la juventud y la familia. La pregunta sería, entonces, el reverso de la pregunta del ministro: ¿qué hizo el Estado por Facundo?



En el último período se fueron desarticulando y postergando programas sociales que se realizaban en La Bombilla como el de Orquestas Juveniles, las escuelas de los sábados, los centros de atención juvenil. Son programas necesarios pero que, por otra parte, ¿qué incidencia pueden tener? ¿Se salva a los chicos reteniéndolos una hora por semana con una actividad?

Es una buena estrategia, por eso insisten en poner el foco de la inseguridad en estas poblaciones para desviar la atención de la participación y coexistencia de la policía, funcionarios y jueces con las redes de trata y de narcotráfico. Ningún pibe nace chorro.

En la imagen de Facundo con su equipo de fútbol se resumen los gigantes esfuerzos que realiza su generación para abrirse paso. 

En medio de esta adversidad la viven los pibes, desde tan chicos. El ingreso al mercado laboral (informal) de manera precoz, la esperanza de poder retomar pronto la escuela y terminarla, las identidades construidas en torno a la maternidad/paternidad son parte de esos intentos de tener una buena vida, de prepararse para la noche.

Y así se preparan también para ir al Parque 9 de Julio, para ver y correr picadas, para transitar las zonas grises de lo permitido. Pero no para morir. ¿Quién está listo a los 12 años?













  • Alejandra del Castillo

    ACADEMICO

    Licenciada en Trabajo Social. Doctora en Ciencias Sociales con orientación en Geografía). Becaria posdoctoral del CONICET. Sus temas de estudio son pobreza urbana, jóvenes, políticas de formación, capacitación y empleo. Ver más

http://www.revistaanfibia.com

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