jueves, 11 de diciembre de 2014

TODO UN EXPERTO EN TORTURAS Por Marta Platía


A los 67 años, Barreiro es con Vergez y Menéndez uno de los principales acusados del juicio.
Imagen: Télam


EL PAIS › ERNESTO “EL NABO” BARREIRO, JEFE DE LOS REPRESORES DE LA PERLA


Todo un experto en torturas

En las audiencias suele mostrarse displicente y sarcástico. Dice que fue “entrenado para matar” y en los centros clandestinos se ufanaba de usar un “método criollo” para atormentar a sus víctimas. Participó del alzamiento carapintada en 1987.



Por Marta Platía





Histriónico, ególatra, capaz de reírse casi a carcajadas ante el desmayo de una testigo (tal el caso de una de las tres hermanas Gabaldá-Mogilner, que se descompuso y no pudo declarar), Ernesto “El Nabo” Barreiro, de 67 años, ayer le robó el protagonismo al propio jefe de los represores, Luciano Benjamín Menéndez.

De actitud displicente y sarcástica, este hombre de pelo rubio y ojos claros de los que se ufana ante los fotógrafos (“¿no soy el más lindo?”, le espeta cada vez que puede a una periodista que cubre las audiencias), contempla el juicio como si no tuviera nada que ver. Mientras se escarba las uñas en sesión continuada, escucha a los testigos y da indicaciones a su abogado defensor, Osvaldo Viola, quien parece cuasi cooptado por el encanto de su cliente.

Atildado, siempre elegante y con tono cínico en las oportunidades en que se le da la palabra, Barreiro ha dejado en claro que es “un peronista (de derecha) de la primera hora”, y que ha sido “entrenado para matar, como los militares de todo el mundo”. En sus alocuciones dentro de la sala, casi siempre se vale de pantallas tipo Power Point, punteros para señalar mapas y estrategias de combate, y hasta intenta dar clases de historia.

Su talón de Aquiles, hasta ahora, ha sido el nombre de una de sus prisioneras, Graciela Doldan. En una de sus declaraciones, y para “defenderse” de lo que atestiguaron sobrevivientes de La Perla, acerca de que él le había prometido a la joven matarla sin vendaje en los ojos y hacerlo él mismo, llegó a admitir “los sentimientos” que profesaba hacia ella.

Graciela era militante y había sido compañera de Sabino Navarro, uno de los fundadores de Montoneros; y al Nabo hasta le temblaron los labios cuando recordó que, tumbado en la colchoneta de la cautiva, “solíamos tener largas charlas sobre peronismo”. Rojo como un tomate, y con la voz en un hilo, afirmó que “seguro que en otras circunstancias habríamos tenido una relación, ya que ella era sumamente inteligente”. De allí que la suficiencia de su sonrisa se desintegra apenas algún testigo recuerda que Doldan, cuando se la llevaban al muere, le dejó un mensaje: “Me van a matar y el Gringo no vino. Díganle que es un cagón”.

En los campos de exterminio se vanagloriaba de no usar la Doctrina Francesa de Roger Trinquier para combatir las guerrillas, sino un “método criollo” de tortura. Uno que él mismo habría generado y que, según explicó una vez a un “muerto vivo”, como les decían a los prisioneros en los campos de concentración, comenzaba con mantener tabicadas a las personas para que no supieran dónde ni con quiénes estaban. Uno de los sobrevivientes de La Perla, Piero Di Monte, dio cuenta de esa preocupación del Nabo, y afirmó ante el tribunal: “Barreiro nos podría dar cátedra de tortura. Es todo un experto en eso”.

Ernesto “El Nabo” Barreiro es uno de los pocos imputados del megajuicio por La Perla que todavía no tienen condena. Fue extraditado de los Estados Unidos en 2007, cuando las autoridades argentinas reclamaron su deportación y los agentes de migraciones norteamericanos lo encontraron en The Plains, un pueblo a 80 kilómetros al oeste de Washington, en el que se había asentado desde 2004 junto a su mujer. Allí tenía un negocio de artesanías en cuero y vendía vinos. Conocido en los campos de concentración de la dictadura como el Gringo o el Nabo, junto a Héctor Pedro Vergez y el propio Luciano Benjamín Menéndez, es uno de los principales acusados de este juicio.



En 1987, Barreiro integró el grupo de carapintadas que se sublevó en la Semana Santa contra el gobierno del presidente Raúl Alfonsín. Con la sanción de las leyes de obediencia debida y punto final, disfrutó de años de impunidad.

En La Perla, el Campo de la Ribera y en el Batallón 141 fue jefe de interrogadores, pero según los testimonios no se privó de secuestrar, torturar, violar, matar y desaparecer a cientos de personas. Junto con Vergez y Menéndez fue uno de los creadores del Comando Libertadores de América (CLA), la versión cordobesa de la Triple A.

Hace un año, ante el periodista español Vicente Romero que lo entrevistó en Bouwer, la cárcel de máxima seguridad donde está alojado, Barreiro ya dio señales de querer hablar. De acuerdo con la desgrabación de ese diálogo, el represor dijo: “Yo soy de los que más le insiste a él (por Menéndez) para que por favor hable, cada vez que he tenido oportunidad de decírselo se lo he dicho, cuando estamos ahí en lo poco que podemos conversar durante el juicio se lo he digo (...) No creo que ganemos nada con tapar el sol con la mano, pero tampoco me pidas a mí, que era un oscuro teniente primero, que me haga cargo de decir un montón de cosas que no me corresponden decir por ahora, por ahora, porque también estoy evaluando la conducta de mis superiores (...) Tenés que tener presente que mi cadena de mandos en el año 2013 está destrozada porque se han muerto todos, si se muere Menéndez, si se llega a morir Menéndez...”.


Por lo que ayer se vio, no pudo esperar la muerte de su jefe para asumir el liderazgo. Su pulsión megalómana, sus evidentes ganas de aparecer en los libros de historia, más los años de cárcel parecen haberle ganado la partida al marcial mandato de subordinación.



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