jueves, 14 de marzo de 2013

BERGOGLIO / LA LLAGA ABIERTA por Horacio Verbitsky


La nota de Horacio Verbitsky sobre Jorge Bergoglio para Pagina/12, en 1999.-



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Buenos Aires, domingo 9 de mayo de 1999


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Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, abril de 1999. “Líbreme el Señor de alzar la mano contra el ungido del Señor".
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Orlando Yorio en el juicio a las Juntas, julio de 1985. “Bergoglio no nos avisó del peligro en ciernes.”

¿PADRE, QUE HICISTE TU DURANTE LA GUERRA SUCIA?
UN DEBATE LATENTE SE REABRE EN LA IGLESIA CATÓLICA


La llaga abierta


Desde el Uruguay, el sacerdote Orlando Yorio negó que el actual arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio haya hecho algo por su libertad “sino todo lo contrario” cuando estuvo secuestrado en la ESMA, de mayo a octubre de 1976. “Los liberaron por gestión del Vaticano, no de Bergoglio, que los entregó”, dice Angélica Sosa de Mignone. Se reabre un debate latente en la Iglesia sobre la conducta de la jerarquía durante la dictadura. Responde un sacerdote que conoce el pensamiento de Bergoglio. La represión a los curas villeros después del golpe militar. Los contactos con los ex dictadores Videla y Massera.



La designación del monseñor Jorge Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires y su prevista exaltación al cardenalato, han reabierto en la Iglesia Católica el siempre latente debate sobre la conducta de sus jerarquías durante la guerra sucia militar contra la sociedad argentina de la década del 70. El sacerdote Orlando Yorio, quien durante cinco meses de 1976 estuvo secuestrado junto con su colega Francisco Jalics en la Escuela de Mecánica de la Armada, dice que Bergoglio, quien desde 1973 había sido su superior inmediato como Provincial de la Compañía de Jesús, “no nos avisó del peligro en ciernes” y “tampoco tengo ningún motivo para pensar que hizo algo por nuestra libertad, sino todo lo contrario”. Los dos sacerdotes “fueron liberados por la gestiones de Emilio Mignone y la intercesión del Vaticano y no por la actuación de Bergoglio, que fue quien los entregó”, agrega Angélica Sosa de Mignone, Chela, la esposa durante medio siglo del fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, quien murió en diciembre. Pero la Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Alicia Oliveira, quien llegó a ese cargo con el respaldo del CELS, donde desarrolló su militancia por los derechos humanos, defiende con tesón la conducta del actual Arzobispo de Buenos Aires. “Es un tema que yo he discutido durante años con Emilio. Cuando comenzó la represión militar hubo quienes sostenían que lo mejor tanto para los militantes como para la gente de la villa era que quienes iban allí a hacer trabajo de alfabetización y evangelización se alejaran por un tiempo. Yo he participado en discusiones con catequistas que se negaban a hacerlo porque decían que tenían mandato de Dios, y en ese caso no había cómo obligarlos. Con el mismo criterio de preservar a la gente, Bergoglio les ordenó a los sacerdotes que se alejaran de la villa. Pero la Compañía de Jesús es una Orden organizada en forma militar desde San Ignacio de Loyola. No le obedecieron y los separó de la Compañía. Yo no afirmo que esa haya sido la mejor actitud posible, pero no puede confundirse con entregarlos”, sostiene la Defensora del Pueblo, quien tiene recuerdos contemporáneos a los hechos de las gestiones del ex Provincial jesuita para obtener la libertad de Yorio y Jalics. 

Cuando recuperó su libertad, en octubre de 1976, Yorio pasó a depender del arzobispado de Quilmes. Actualmente atiende una parroquia en la República Oriental del Uruguay, donde aceptó narrar su historia. Jalics es de origen húngaro y vive en una casa de oración de Alemania, donde fue consultado para este artículo. “Ha pasado casi un cuarto de siglo, estoy muy lejos de todo eso. ¿Para qué remover recuerdos dolorosos?”, dijo. Bergoglio recibió al autor de la nota en sus oficinas en el segundo piso de la sede del arzobispado, junto a la Catedral, pero sólo para decir que no estaba molesto con el artículo del domingo pasado y que no concedería ningún reportaje. No obstante el silencio que Jalics y Bergoglio prefirieron hacer sobre los hechos de 1976, sacerdotes que conocen en profundidad las posiciones de uno y otro aceptaron transmitir el pensamiento de cada uno de ellos, bajo condición de anonimato.

“Comunista y subversivo”


“Era obvio para todos el peligro que existía”, comienza Yorio. “En mayo de 1974 habían ametrallado a Carlos Mujica, poco después mataron a dos sacerdotes villeros más, uno en San Isidro y otro en Bernal. A comienzos de 1975 yo fui separado de mis cátedras de teología en la facultad de los jesuitas de San Miguel.” Allí, como responsable de la planificación pedagógica había hecho una relectura social de la teología, lo que se conoció como teología de la liberación. “Se me separó sin proceso y sin razones académicas. Solamente se me dio un mandato de obediencia, siendo Bergoglio el Provincial. El mismo Bergoglio personalmente reconoció luego que eso fue muy injusto, pero lo decía como si él hubiera sido un tercero ajeno. ‘Lo que te hicieron’, decía, como si lo ocurrido no hubiera dependido de él. Al mismo tiempo, desde San Miguel y el provincialato se hacían correr por debajo, sin darme lugar a defenderme, rumores acerca de que yo era comunista, subversivo y guerrillero y que andaba con mujeres. Rumores que llegaban de inmediato a los sectores sociales que en ese momento manejaban el poder y la represión. Francisco Jalics fue el primero que varias veces hizo notar el peligro. En ese sentido advirtió por escrito a varios jesuitas del peligro al que la Compañía me estaba exponiendo, y haciendo notar que el responsable era Bergoglio”. La persona que aceptó transmitir algunas reflexiones de Jalics dijo que “durante meses Bergoglio contó a todo el mundo que los dos sacerdotes estaban en la guerrilla. Hay testigos de eso. Jalics y Yorio fueron a hablar con algunos profesores del Colegio Máximo que repetían esas versiones. Dijeron que tenían noticias seguras. Un obispo le confesó a Jalics que era Bergoglio quien se lo había dicho. Jalics le reprochó que jugara así con la vida de ambos, y Bergoglio lo negó, dijo que le iba a decir a los militares que no les hicieran nada. Dos semanas después, Jalics le preguntó si había hecho esa gestión y Bergoglio respondió que aún no había podido. A la semana siguiente los secuestraron”. Un sacerdote que conoce la intimidad del pensamiento del Arzobispo de Buenos Aires negó esos tremendos cargos. “Bergoglio nunca pudo haberlos caracterizado como guerrilleros o comunistas, entre otras cosas porque nunca creyó que lo fueran”, dijo.

El secuestro


“Nosotros habíamos ido a vivir a la villa del Bajo Flores con aprobación y con mandato de Bergoglio. Y eso significaba un gran compromiso con mucha gente. Yo tenía 30 catequistas, algunos hoy desaparecidos, estaba comprometido con el grupo de sacerdotes villeros, por nuestra casa pasaban continuamente religiosos, sacerdotes y laicos comprometidos con los pobres. Jalics daba retiros espirituales a 500 personas por año, yo tenía tres centros de evangelización en la villa. Era una presencia notable”, continúa Yorio. “A los pocos meses de habernos enviado a la villa, Bergoglio empezó a decirnos que sobre él pesaban fuertes presiones desde Roma y desde la Argentina para que disolviéramos dicha comunidad y abandonáramos la villa. El como Provincial podría habernos ordenado que saliéramos de allí, pero no quería asumir esa responsabilidad. Quería que nosotros dejáramos voluntariamente todos nuestros compromisos, que asumiéramos abandonar a los pobres, después de darnos el mandato de ir allí. No podía decirnos de dónde provenían dichas presiones. No puedo defenderlos, decía.” 

Yorio viajó a Mar del Plata donde el cardenal Eduardo Pironio, que era el encargado de los religiosos de todo el mundo, le aconsejó que dejara la Compañía, “porque el General estaba en contra de nosotros. Fue un camino de dos años en el que se sabía que me podían matar, por esa desprotección en que nos dejaba la Iglesia dirigente, como también fueron los casos de Mujica y del obispo Angelelli. Finalmente Bergoglio vino de Roma con una carta del general de los jesuitas, Pedro Arrupe”, agrega Yorio. “La carta nos ordenaba que en 15 días dejáramos la villa. Fue a fin de febrero de 1976, el miércoles de ceniza, antes de que comenzara la cuaresma, luego de dos años de tironeo. A Jalics lo trasladaban fuera del país, y debíamos cortar todos nuestros compromisos. Le hice notar a Bergoglio el escándalo y la cobardía que implicaba abandonar bruscamente todo lo emprendido. Me contestó que la solución era que pidiéramos salir de la Compañía. En ese caso él gestionaría que nos dejaran unos meses más en la villa, para poder retirarnos ordenadamente. Entonces le pedimos al General salir de la Compañía, pero nunca llegamos a conocer la respuesta. Para salir necesitábamos un obispo que nos recibiera y nos protegiera, porque no puede haber curas que no dependan de alguien. Pasamos dos meses buscando un obispo benévolo. Vimos a [l obispo de Morón Miguel] Raspanti, a [l de Santa Fe, Vicente] Zaspe, a [l de Lomas de Zamora, Desiderio] Colino, a [l vicario del arzobispado de la Capital, monseñor Mario José] Serra. Nos atendían bien pero pronto venía un aviso de que había informes graves secretos contra nosotros, por lo que no nos podían recibir en sus diócesis. Cuando preguntábamos por qué, nos respondían que le preguntáramos al Provincial.” 

–¿Le preguntaron?

–El decía son cosas de Raspanti que está viejito, o de tal otro obispo que tiene muchas vueltas. Dos meses pasamos así, en aquel momento terrible. 

Por último, recurrieron a un canonista experto en derecho. “Nos dijo que la situación era muy grave, que sólo un obispo canonista podía ver eso y nos pidió turno con monseñor Horacio Bossoli. Pero llegado el momento nos hizo decir que tenía prohibición de recibirnos. Un lunes monseñor Serra me comunicó que [el Cardenal Juan Carlos] Aramburu había decidido suspendernos a divinis. Fui a verlo a Bergoglio, me dijo que eran berretines del cardenal, pero que no me preocupara y siguiera celebrando en privado. La entrevista frustrada con Bossoli fue el miércoles, el viernes Raspanti recibió en su diócesis a otro sacerdote jesuita de nuestro grupo, Luis Dourrón, pero a Jalics y a mí no. El domingo nos chupó la Armada”. Años después, Yorio recibió a través de un canonista un mensaje de Aramburu: “Quería que yo no pensara que él me había entregado”.

Diálogos con los comandantes


–Alicia Oliveira conoció en aquel momento las gestiones de Bergoglio para conseguir la libertad de ustedes.

–No tengo indicios para pensar que Bergoglio nos liberó, al contrario. A mis hermanos les avisó que yo había sido fusilado, no sé si lo dijo como cosa posible o segura, para que fueran preparando a mi madre. Cuando quedé en libertad me confesó que dos veces lo visitó un oficial de la policía para avisarle nuestro fusilamiento. Monseñor [Emilio Teodoro] Graselli les informó a los sacerdotes villeros que ya habíamos muerto. Tengo muchas misas de difuntos dichas por mí. También se lo dijo Tortolo a las Religiosas de María Ward que tenían casa en Paraná. Fuera del país, en el New York Times se publicó la noticia de nuestra muerte, la Cruz Roja internacional tenía esa información, los familiares de Jalics celebraron funerales –dice Yorio. 

A su juicio, Bergoglio “tenía comunicación con Massera, le habrían informado que yo era el jefe de los guerrilleros y por eso se lavó las manos y tuvo esa actitud doble. No esperaban que no pudieran encontrar nada para acusarme, ni que saliera vivo. Los carceleros me informaron que a todos los que estaban en nuestra situación, encadenados de pies y manos, sin información, sin luz, los mataban”. Más aún, sospecha que Bergoglio estuvo presente en la casa operativa de la Armada en la que pasaron varios meses luego de salir de la ESMA. “Una vez nos dijeron que teníamos visita importante. Vino un grupo de gente, en junio. Francisco Jalics sintió que uno era Bergoglio”, dice. 

–¿Cómo lo sintió?

–En esas circunstancias uno hasta reconoce al carcelero por los latidos del corazón. Uno de los visitantes dijo: “Ah, esos son los curas amigos de [l padre Alberto] Carbone”. (Carbone es el sacerdote que fue acusado por su relación con Mario Firmenich en el secuestro del ex dictador Pedro Aramburu). 

Yorio no sólo se basa en las percepciones sensoriales de su compañero de cautiverio. También menciona una visita que Bergoglio recibió en junio, de Alicia McCormick de Moore, madre de un pastor metodista desaparecido. “Ella le preguntó por nosotros. Bergoglio le dijo que nos había visto, que no pasábamos frío, porque teníamos frazadas. Y era cierto, nos dieron frazadas, que no todos tenían”, dice Yorio. Otros sacerdotes jesuitas señalan que si el recuerdo de Alicia Oliveira fuera cierto, Bergoglio se habría reunido con Massera para pedir por Yorio y Jalics recién cinco meses después de su secuestro.

El sacerdote que conoce el pensamiento de Bergoglio sobre esta cuestión niega tal cronología. “Lo de los cinco meses no es cierto. Bergoglio se movió desde el primer día y vio dos veces a Videla y otras dos a Massera, pese a lo difícil que era en ese momento conseguir audiencia con ellos. En la primera reunión con cada uno, tanto Videla como Massera le dijeron que no sabían qué había ocurrido y que iban a averiguar. Cuando Bergoglio tuvo información de que estaban en la ESMA, pidió una nueva audiencia con Videla y se lo comunicó. Videla dijo que el Ejército y la Marina tenían comandos separados, que iba a hablar con Massera, pero que no era fácil. En la segunda reunión, Massera estaba fastidiado con ese jovencito de 37 años que se atrevía a insistir”. El sacerdote corrigió algunos detalles del diálogo entre el entonces Provincial de los Jesuitas y el ex jefe de la Armada, que fue publicado aquí el domingo último.

–Ya le dije a Tortolo lo que sabía –dijo Massera.

–A monseñor Tortolo –corrigió Bergoglio.

–Mire Bergoglio –comenzó Massera, molesto por la corrección.

–Mire Massera –le respondió en el mismo tono Bergoglio, antes de reiterarle que sabía dónde estaban los sacerdotes y reclamarle por su libertad, dice el sacerdote que conoce el pensamiento de Bergoglio.

Cuenta de conciencia


Yorio y Jalics fueron drogados y conducidos en un helicóptero hasta un bañado en Cañuelas donde despertaron rodeados de pastizales. “Fue en vísperas de la reunión del Episcopado con Martínez de Hoz. El diario La Opinión entendió que era una forma de congraciarse con el Episcopado. Pero los propios diarios se preguntaban por qué las autoridades eclesiásticas no dieron ningún informe de lo sucedido”, dice Yorio. El 16 de julio de 1985 cuando Yorio declaró como testigo ante la Cámara Federal que juzgó a Videla, Massera & Cia, el defensor de Massera, Jaime Prats Cardona le preguntó si había averiguado luego por qué le quitaron las dispensas.

–No. Como toda disposición de la Iglesia fue para favorecerme. No cabía averiguar –respondió Yorio. También dijo que en cuanto recuperó su libertad se escondió en una iglesia y se comunicó con Bergoglio, a quien entonces no consideraba cómplice de lo sucedido. Ante los jueces, Yorio también dijo que Bergoglio había hecho gestiones por su libertad ante Massera. “Al salir yo pensaba que era jesuita todavía. Los jesuitas hacemos algo que se llama la cuenta de conciencia, le contamos al superior hasta las cosas más íntimas. Yo lo cumplí hasta último momento, porque creía en Bergoglio. A él le había dado una carta que le escribí al general de los jesuitas y que el padre Pedro Arrupe nunca recibió. Mi trámite para abandonar la Compañía quedó en una situación no clara. Yo no firmé las dimisiones, hice el pedido pero nunca recibí ningún informe. Antes de que me secuestraran, Bergoglio me dijo que me dejaba seguir celebrando en privado. Por eso cuando quedé libre lo llamé. En el interrogatorio en la ESMA me hicieron alusión a que ya no era sacerdote. Al quedar libres, el propio Bergoglio, vino a verme y me avisó que no era más jesuita, porque él había hecho el trámite sin necesidad de que yo me molestara, para comodidad mía, que estaba escondido. Pero después en Roma me enteré que me habían expulsado. Ese día Bergoglio reconoció que una serie de jesuitas habían hablado con los obispos para que no nos recibieran pero que él ya lo había arreglado y que había conseguido que un obispo me recibiera.” Se trató de Jorge Novack, en cuya diócesis de Quilmes Yorio estuvo desde entonces, salvo tres años que pasó en Roma. 

“Bergoglio no me quería mandar a Roma, pero por presión de mi familia y de Novack salí. Estaba escondido, porque hubo una orden de Videla de buscarme. Había razzias. Recién cuando llegué a Roma, el secretario del general de los jesuitas me sacó la venda de los ojos. El padre Gaviña, colombiano como el actual general Restrepo, había estado en la Argentina, fue maestro de novicios y provincial mío, me conocía bien. El me informó que yo había sido expulsado de la Compañía. También me contó que el embajador argentino en el Vaticano le informó que el gobierno decía que habíamos sido capturados por las Fuerzas Armadas porque nuestros superiores eclesiásticos habían informado al gobierno que al menos uno de nosotros era guerrillero. Gavigna le pidió que lo confirmara por escrito, y el embajador lo hizo”, dice Yorio. Otro de los puntos que destaca es que el ex Provincial, “nunca quiso presentarse ante la Justicia. Cuando fue el juicio yo me remití a él. Fue citado y rehusó presentarse, porque estaba enfermo en Córdoba”. La fiscalía le preguntó si “supo que se informara a la autoridad eclesiástica días antes de su liberación”. Yorio dijo que “estando en prisión no. Fuera me lo comentaron, que Massera avisó al Nuncio” Pio Laghi.

La versión que transmite el sacerdote que conoce el pensamiento de Bergoglio afirma que a raíz de problemas ocurridos en la comunidad del Barrio Rivadavia, frente a la villa del Bajo Flores, el Provincial había dispuesto que los sacerdotes debían dejar esa comunidad o la Compañía. En el momento del secuestro Yorio ya no era jesuita, pese a lo cual Bergoglio hizo todas las gestiones para conseguir su libertad, dice. 

–¿Por qué debían dejar la villa?

–La villa no, la comunidad jesuita del Barrio Rivadavia. De hecho otros sacerdotes jesuitas siguieron en las villas y la Compañía no se los prohibió.

La unción


Mónica Candelaria Mignone, de 24 años, fue detenida en el domicilio donde vivía con sus padres por una patrulla que dijo ser del Ejército, el 14 de mayo de 1976 y nunca reapareció. El 23 de mayo más de cien soldados con camiones militares y patrulleros policiales arrearon con los sacerdotes y con otros siete catequistas. Los catequistas quedaron en libertad al día siguiente, luego de oír el sermón de un encapuchado que se presentó como “El Verdugo” y les dijo: “La villa no es para ustedes. No vuelvan a pisarla o aparecen en un zanjón”. En una carta abierta que ningún medio de la época publicó, Mignone escribió en agosto de 1976: “¿Acaso no se negó, pese a todas las evidencias, que los sacerdotes jesuitas Yorio y Jalics que están incomunicados desde hace tres meses, sin cargos contra ellos no habían sido detenidos? Lo mismo que los quince catequistas que fueron largados encapuchados y encadenados después de doce horas de hambre y frío en el Acceso Norte. El almirante Montes, jefe de Operaciones Navales, que niega que mi hija esté detenida en su arma (afirmación de la que me permito dudar totalmente) me dijo que ese procedimiento había sido realizado por la Infantería de Marina, y que los secuestrados fueron conducidos a la Escuela de Mecánica de la Armada. Pero todo eso se negó durante dos meses, hasta que se descubrió por la filtración de la esposa de un oficial”. 

Dos décadas después, Chela Mignone relata que “Emilio escribía una minuta de cada entrevista y la hacía circular como carta, razón por la cual recibíamos muchas amenazas. Un día lo llamaron de la presidencia, un general Ricardo Flouret, quien le mostró la carta en la que Emilio decía que los sacerdotes estaban en la ESMA y le preguntó si era suya. Emilio le dijo que sí y Flouret le preguntó cómo lo sabía. Cada cosa que Emilio le decía, Flouret tomaba nota. Emilio se inquietó y le preguntó qué pasaba. Flouret le dijo que estaba muy interesado porque el Papa le había pedido a Videla por los sacerdotes. Después de esa reunión los dejaron en libertad. Emilio siempre entendió que se debió a esa gestión del Vaticano y no de Bergoglio”, concluye su compañera de medio siglo. El sacerdote que conoce a Bergoglio recuerda que el actual arzobispo se encontró con Mignone luego de una misa de jueves santo en la Catedral. “Quiso hablarle, pero Mignone tenía una posición tomada y no quiso escucharlo”, dice.

Vestido con un viejo traje gris, cerrado con un cuello de celuloide blanco sobre la camisa oscura como única identificación sacerdotal, Bergoglio calza unos gastados y brillosos zapatos negros. Si estas cuestiones debieran dirimirse por impresiones personales, el Arzobispo correría con ventaja. Habla con el lenguaje llano de Buenos Aires, pero sin los constantes lunfardismos de su predecesor, Antonio Quarracino. Delgado, con un mechón de pelo gris que cae sobre su frente y le da un aire juvenil a sus 62 años, tiene algo de Fred Astaire o Stan Laurel. Es cálido y persuasivo, muy parecido al retrato que pintan sus ex compañeros jesuitas que hoy lo aborrecen. De nada de eso está dispuesto a hablar. “Le doy esto para que me conozca”, dijo mientras entregaba una copia de su homilía en la Misa Crismal del 1º de abril de este año. Ese texto espiritualista se refiere a “la unción con el aceite perfumado, que es símbolo de gozo y alegría”. Redactado semanas antes de que se iniciara esta polémica, contiene referencias a “las dificultades y conflictos que suelen suscitarse entre nosotros sacerdotes”. Al respecto sostiene que “especialmente en esos conflictos queremos tener aquella unción que le hacía decir a David, en medio de sus luchas con Saúl: ‘líbreme el Señor de levantar la mano contra el ungido del Señor’, para que así abundemos en respeto y concordia fraterna”.




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