EL PAIS › OPINION
Bayer y Roca
Por Pacho O’Donnell *
Tengo un antiguo y grande respeto por Osvaldo Bayer, sobre todo por sus investigaciones sobre la masacre y sojuzgamiento de pueblos originarios durante la Campaña del Desierto y sobre la matanza de ovejeros en el sur de nuestro país en tiempos de Yrigoyen. Tanto es así que durante mi presidencia en el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico se lo designó Miembro de Honor, distinción sólo alcanzada antes por el inolvidable revisionista histórico y luchador por los derechos humanos Eduardo Luis Duhalde.
Pero la historia argentina no debe ser analizada y juzgada desde un único ojo patagónico, debe haber una visión ampliada no oscurecida por las pasiones ni las tomas de partido excesivas aunque estén explicadas por el vacilante concepto de lo “moral”.
Mi artículo sobre Roca que él critica se hubiera entendido mejor si el diario en que fue publicado hubiera respetado mi título “Contribución al debate sobre Roca” pues de eso se trata, de reflejar opiniones de preclaros revisionistas que unánimemente y sin discusión han expresado su crítica a la Campaña del Desierto. Yo también lo he hecho en no pocas de mis publicaciones, por lo que no considero insistir en una posición ya conocida. Le recuerdo a Bayer que mi primera biografía histórica fue la de Juana Azurduy, en la que reivindiqué la participación indígena en nuestras guerras de la Independencia y también la de la mujer, tan oscurecida en la historia oficial, a la que siguieron permanentes referencias a su martirologio, por ejemplo en El Rey Blanco.
No es un recurso aceptable citar parcialmente como hace Bayer en una frase mía en la que dejo clara mi censura por lo despiadado del operativo que asocio “necesario” para la indignante distribución de las inmensas pampas ganadas que fueron a dar a manos de la oligarguía latifundista de entonces, habitués del Círculo de Armas y el Club del Progreso y otros centros de reunión de la elite “dueña del país” donde sus socios se las repartieron con gran generosidad recíproca.
Ceferino Reato y yo tenemos opiniones distintas, por ejemplo en nuestras posiciones sobre el gobierno actual, y ello ha quedado registrado en publicaciones y entrevistas. Achacarnos el mismo andarivel es un reduccionismo inaceptable.
En mi artículo aparecía claro que los más destacados pensadores nacionales del revisionismo, como Jauretche del peronismo y Abelardo Ramos de la izquierda nacional, no tuvieron temor a airadas réplicas –que también las tuvieron– por destacar algunos matices de don Julio Argentino. Y hacerlo no significa estar de acuerdo con el genocidio de pueblos originarios sino ser buenos historiadores de la corriente nacional, popular, federal e iberoamericana.
Recuerdan que Roca y su coterráneo Avellaneda, ambos tucumanos, promovieron la capitalización del país en el interregno entre ambas presidencias que terminó con muchos privilegios del liberalismo despótico, librecambista e industrialista de la provincia de Buenos Aires, lo que llevó a su gobernador Tejedor a desencadenar una guerra civil que produjo más de 3000 muertos y que motivó a los porteños a dar una bienvenida hostil al nuevo mandatario, quien había tenido el apoyo del ejército nacional de raíz provincial y de la poderosa liga de gobernadores del interior, opuestos o al menos diferenciados de los intereses porteños. ¿Podrá acusar de “entusiasta defensor del genocidio” a Arturo Jauretche, como lo hizo conmigo, por opinar que “el roquismo significa una integración nacional porque después de Pavón sólo habían contado los porteños y aporteñados. Ahora el poder estaba en manos de la ‘liga de gobernadores’ y el caudillo del ejército, también provinciano”? ¿También lo sería el Colorado Ramos cuando escribió que la ocupación de la Patagonia reveló en Roca “un concepto territorial de la soberanía” diferente a los liberales porteños, que concebían un país reducido a la pampa húmeda? ¿Y qué decir de Scalabrini Ortiz, queda también descalificado por el liviano apóstrofe de lo “moral” que revolea Bayer por haber elogiado la Ley 1420 de educación gratuita, laica y obligatoria, la doctrina Drago que planteaba que ningún país, léase potencia, tenía derecho de invadir a otro para cobrarse una deuda, la creación de los registros civiles, el conflicto con la Iglesia? ¿De eso no se debe hablar por temor a quedar anatemizado por el “dueño” de la historia trágica de la Patagonia?
Escuché decir a Bayer que Roca fue ascendido a general en la Guerra del Paraguay. El apasionamiento no debe llevar a alterar los datos históricos pues, en este caso, lo fue por su triunfo ante el mitrista Arredondo en la batalla de Santa Rosa en 1874. Y lo de haber terminado con una porción importante del poder de don Bartolomé en la política argentina no es tema a desdeñar, aunque es de reconocer que luego, aliados, con Carlos Pellegrini, condujeron las riendas de la Argentina del fraude y de la represión hasta la asunción de Yrigoyen.
¿Al hacer un informe sobre la criticable Conquista de un Desierto que no lo era porque era feraz y ubérrimo y habitado por seres humanos se puede pasar por alto que la inevitable decisión geopolítica de ocupar la Patagonia se hizo en el mejor momento, cuando Chile estaba enzarzado en su guerra contra Chile y Perú, esquivando así una guerra indeseable contra el país tran-sandino que aún hoy reclama sus derechos al sur argentino? ¿Ignora Bayer que la ocupación patagónica estaba en los planes de Gran Bretaña y que la que consideramos jocosa figura del Rey de la Patagonia evidenció el interés de Francia?
En lo que estoy francamente en desacuerdo con Bayer, a eso me referí con lo de un “revisionismo fundamentalista”, es con lo de tirar abajo los monumentos a Roca. Centrar en él todos los males del país es indultar y desconocer la importancia de otros personajes nefastos. A lo que adhiero, y en eso estoy hace tiempo, es en cambiar nombres de calles, quitar y poner feriados, meter mano en los programas de estudio, sobre la base de una versión nacional, popular, federal e iberoamericana de nuestra Historia, investigada y difundida desde los sectores populares en contraste con la historia oficial dictada por el privilegio liberal, extranjerizante, machista y antipopular.
* Presidente Honorario del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.
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