Organizaciones sociales se manifiestan frente a la Fiscalía General en México DF. Imagen: EFE
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De Ayotzinapa, un hito cultural
La desaparición de los 43 estudiantes ha sacudido todos los estamentos de la vida cultural mexicana. El presidente Peña Nieto y su familia viven la reprobación social en carne propia, que queda expuesta en toda su frivolidad farandulesca.
Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, DF
Apenas terminó Enrique Peña Nieto de dar un mensaje televisado para resumir el encuentro de cinco horas que acababa de tener con los padres de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, en Los Pinos, la residencia oficial se convirtió en un privilegiado salón para una fiesta de disfraces. Era el 29 de octubre, vísperas de Halloween, y –más importante– del cumpleaños de Sofía Castro, la hijastra del presidente de México, quien se vistió de hada para celebrar por adelantado su arribo a la mayoría de edad. Tres días después se vistió como La Catrina, el personaje creado por el célebre grabador José Guadalupe Posada (1852-1913), precursor del movimiento nacionalista en las artes plásticas mexicanas que impulsaron José Clemente Orozco y Diego Rivera.
Ese es el ambiente en el que la familia Peña Nieto-Rivera se siente a sus anchas: la farándula y la frivolidad de las revistas del corazón. Las favoritas son las entrevistas en Televisa, a la que le deben todo: él, la construcción de su candidatura presidencial; ella, su carrera y hasta su casa.
El problema es cuando les cambian el libreto. A Peña Nieto, Ayotzinapa se le ha convertido en una crisis social y política sin precedentes. Su esposa, la actriz Angélica Rivera, se hunde en un escándalo por la mansión de 7 millones de dólares que ocupa, construida en dos predios, uno que le “regaló” Televisa y otro que es propiedad del contratista de obra pública favorito del gobierno de su marido, el presidente.
Y si ellos no han sabido darle un adecuado manejo de crisis, la adolescente Sofía Castro tiene menos recursos para defenderse sola, fuera del manto protector del Estado Mayor Presidencial, el cuerpo militar de elite responsable de la seguridad del presidente y su familia, ahora que empieza a incursionar en el mundo de las telenovelas. Ella es hija de la actriz Angélica Rivera (hoy casada con Peña Nieto) y el productor José Alberto Castro, lo que la hace sobrina de la actriz Verónica Castro y prima hermana del cantante Cristian Castro.
A la hijastra del presidente la increparon la semana pasada cuando llegó a hospedarse en un hotel de Las Vegas, Nevada: “¡No sigan robando el dinero de México!”, le gritaron mientras caminaba entre máquinas tragamonedas. Ella los ignoró, hasta que una mujer le soltó: “¡Vete a vivir allá!”. Entonces estalló. “¡Vivo allá! ¡Qué te importa! Vengo de vacaciones, ¡qué te importa!”, respondió iracunda, mientras al menos cuatro guardaespaldas la rodeaban. “¡Rateros!” “¡Que digan algo de Ayotzinapa!” “¡Matan a los estudiantes en México!” “¡Estamos cansados!”, le siguieron gritando.
Días después, en la entrega de los Grammy latinos, Sofía Castro fue perseguida por el conductor del programa El gordo y la flaca, especializado en chismes de la farándula. Cuando logró arrinconarla para cuestionarle que eludía el tema de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, cada vez que le preguntaban, ya no hubo ni respuesta. Una mujer que la va escoltando todo el tiempo la tomó casi en vilo y la sacó de ahí.
A la familia presidencial no parece sentarle bien la realidad. Frases del tipo “Vivos los queremos” y “Todos somos Ayotzinapa”, o cientos o miles de voces contando desde uno hasta cuarenta y tres, rematado por el grito de “¡Justicia!”, se han vuelto la constante en innumerables eventos masivos cuyo público está al margen de la férula del control de Televisa, la gran aliada de Peña Nieto. Pero también está en la fila que hace la gente para comprar tortillas, en las cantinas, en los parques de barrios tradicionalmente populares y conservadores, en funciones de teatro y hasta en partidos de fútbol, como los del fin de semana último, en los que la protesta que desde hace un par de meses se expresa en las gradas (incluso en los partidos de la selección nacional) finalmente bajó a la cancha: varios jugadores formaron el número 43 con los dedos de sus manos durante la celebración de sus goles, aunque el gesto fue invisibilizado por Televisa.
Lo que los medios electrónicos y la prensa alineada con el oficialismo priista no pueden controlar son las redes sociales y el resto del mundo que se da por enterado de lo que ocurre en México y comparte la indignación de la sociedad civil mexicana, como lo hicieron en Twitter el delantero mexicano del Real Madrid, Javier “Chicharito” Hernández, y el club de fútbol Liverpool, 18 veces campeón de Inglaterra y cinco veces campeón de Europa.
Actores como Damián Alcázar y Daniel Giménez Cacho incluso leyeron en el escenario el comunicado de la primera Acción Global por Ayotzinapa, el 8 de octubre. Decenas de artistas plásticos se unieron para crear ilustraciones de los 43 normalistas desaparecidos y los subieron al tumblr #IlustradoresConAyotzinapa. Las imágenes han servido desde entonces para todas la marchas.
“¡Regrésenlos!”, clamó la escritora Elena Poniatowska durante un mitin de Morena, el nuevo partido político de izquierda que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Y es que, particularmente los escritores, han vertido ríos de tinta en artículos y columnas en periódicos y revistas de todo el mundo para denunciar la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. En la segunda Feria Internacional del Libro de Acapulco, en la que Argentina fue el país invitado, varios autores cancelaron su participación en señal de protesta, como el poeta Javier Sicilia, cuyo hijo fue asesinado por el crimen organizado el 28 de marzo de 2011. Otros escritores han aprovechado foros en los que participan para desgranar la realidad, como Juan Villoro, para quien “México está al borde de un estallido social” ante la exclusión y criminalización de los jóvenes, dijo en la presentación de uno de sus libros en la Tercera Feria Internacional del Libro en la Universidad Autónoma de Chiapas, apenas cuatro días después de los sucesos del 26 de septiembre en Ayotzinapa.
Entre los artistas, los hay quienes están mejor dispuestos a sumarse a la protesta generalizada de la sociedad civil mexicana, como Café Tacvba, que incluso ha desplegado mantas en algunos conciertos. A mediados de este mes, el vocalista Rubén Albarrán dedicó unos minutos a la memoria de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos, durante los tres conciertos que dio en un abarrotado Auditorio Nacional que lució plagado de mantas de solidaridad con Ayotzinapa. Un par de días antes, León Larregui, vocalista del grupo Zoé, dio un discurso sobre la desaparición y muerte de los jóvenes. “México está de luto, México está sangrando”, dijo en medio de un concierto en el Foro Sol. “¿En qué país quieres vivir tú?, ¿en el que el simple hecho de exigir tu derecho a una vida digna y justa signifique que te van a desaparecer y a matar? ¡Qué chingada madre es eso!”
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