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Las dos caras del Papa
Hace dos años murió Graciela Yorio, hermana del sacerdote jesuita Orlando Yorio. Ni ellos ni el hermano Adolfo Yorio, que falleció hace dos meses, obtuvieron respuesta del Vaticano ni de la Compañía de Jesús cuando reclamaron que se clarificara el rol de Jorge Bergoglio en el secuestro de Orlando y el de Francisco Jalics en 1976. El cuarto hermano de esa familia devastada por la pena, Carlos Yorio, nunca habló públicamente del tema. Ya internada, Graciela Yorio le dejó dos cartas a su hijo Mariano para que me las entregara. Están firmadas por Jalics, quien en respuesta a una nota mía de 2013 declaró por escrito que se había reconciliado con Bergoglio, a quien eximió de responsabilidad en su martirio. Jalics, ahora de 90 años, vive en una residencia jesuita de Baviera. Tuvo incluso la cautela de no poner la fecha. Pero en una de las cartas dice que está por cumplir 87, lo cual indica que es de 2014. Es decir que un año después de absolver en público al ahora Papa, seguía señalándolo en privado por su comportamiento durante la dictadura, incluso con más dureza que a quienes lo secuestraron y torturaron.
Jalics le dice a la hermana de Yorio que no cree que los militares “hayan hecho algo verdaderamente gravemente injusto con él ni conmigo cuando siguieron las informaciones que habían tenido”. O sea que las informaciones sí eran graves e injustas, como siempre dijo Orlando. Pero, agrega Jalics, “no puedo decir lo mismo de la Iglesia ni de la Compañía [de Jesús]”. Es decir que sí fueron gravemente injustas con ellos.
En su libro de Ejercicios de meditación, de 1994, Jalics coincidió con Yorio en la recriminación a Bergoglio, quien los separó de la orden jesuita por trabajar en las villas miseria, desprotegiéndolos. El responsable de que se los acusara de colaborar con la guerrilla hizo “creíble la calumnia valiéndose de su autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Poco antes yo le había manifestado a dicha persona que estaba jugando con nuestras vidas”. Jalics no mencionó a Bergoglio pero su relato coincide punto por punto con el de Yorio, quien sí lo identifica como la autoridad eclesiástica que convalidó la calumnia. También con documentos posteriores en los que Bergoglio vuelve a mencionar a Jalics ante un funcionario de la dictadura como “sospechoso de contacto con guerrilleros”.
En su castellano ripioso, el húngaro Jalics añade en la carta a Graciela Yorio que no ha vuelto a hablar del tema porque eso es “lo que me dice mi conciencia. Yo estoy convencido que Orlando está conforme con eso”. Y termina con un ruego: “Confío que de esta carta nada se hace público, ni siquiera el hecho de que te escribí. Eso me pondría en una situación muy desagradable”. Se comprende mejor qué quiso decir en 2013, a pocos días de la elección papal, cuando en la página web de la Compañía de Jesús del sur de Alemania declaró que se sentía “obligado” a liberar a Bergoglio de sospechas, frase que un jesuita no escribe al azar. Es de desear que no tomen represalias contra él por la publicación de esta carta que vuelve a poner las cosas en su lugar, pese a las toneladas de estiércol arrojadas desde Roma y la prensa canalla sobre quienes investigamos esta historia.
Jalics vuelve a señalar la responsabilidad de Bergoglio.
La decisión del papa Francisco de visitar los países vecinos pero no el propio, su destrato al presidente electo chileno Sebastián Piñera (tan parecido al que dedicó a Maurizio Macrì en febrero de 2016), su cerrada defensa de un obispo protector de pedófilos; su simpatía por el joven abogado Juan Grabois y sus tomas de posición sobre el conflicto con las comunidades mapuche están coagulando alineamientos políticos que remiten a épocas remotas. Quien se hubiera dormido en febrero de 2013, cuando se preparaba el cónclave para elegir al sucesor del renunciante Joseph Ratzinger, y se despertara ahora, no podría entender ni la simpatía hacia el Sumo Pontífice de la ex presidente CFK ni la inquina de Macrì y de los respectivos seguidores. Esto es ostensible, pero no ha merecido suficiente reflexión, porque la vorágine de la coyuntura tiende a resolver estas corrientes históricas profundas en anécdotas que se agitan sobre la espuma superficial.
Frío invernal con Piñera, calidez con Lagos.
Por cierto hay excepciones y no todos cruzan tan ligeramente la raya. Por ejemplo, Graciela Yorio murió sin olvidar, sin perdonar y sin reconciliarse. Junto con las cartas le dictó estas líneas a su hijo para que me las hiciera llegar: “Las guardé pensando que Francisco [Jalics] se iba a ir antes que yo, pero parece que no es así. Gracias por todo lo que has hecho con tus rigurosas investigaciones y tus verdades irrefutables. Un gran abrazo”. Pensé en ella desde que el otro Francisco pisó suelo chileno. Con esta publicación cumplo su mandato.
Cosa de zurdos
En Chile Jorge Mario Bergoglio manejó el doble mensaje que caracteriza desde hace siglos a la institución que preside:
1. Pedido de disculpas por los abusos sexuales de obispos y sacerdotes pero respaldo sin dudas al principal acusado en la jerarquía chilena, con quien concelebró la primera misa, pese a que hay constancia documental de la preocupación pontificia por el caso, con firma y en papel membretado. Otro tanto ocurre en la Argentina con Julio César Grassi, ya con condena firme, quien dice sin ser desmentido que Bergoglio era su confesor y “nunca me soltó la mano”. El Episcopado que presidía el ahora Papa contrató al jurista Marcelo Sancinetti, quien escribió tres tomazos en los que compara las denuncias por pedofilia con la caza de brujas, lo que se dice mentar la soga en casa del ahorcado. Bergoglio los utilizó para suministrar elementos a la Corte Suprema de Justicia por fuera del expediente, lo que no alcanzó para evitar la condena. Los políticos que se subordinan al liderazgo de Francisco dicen que la problemática de los abusos sexuales no debe distraer del compromiso papal en materia de derechos económicos, sociales, ambientales y laborales. Sin duda Francisco es un aliado valioso para cualquier causa, y sus posiciones de los últimos años en esas materias coinciden con el ethos de lo que aquí se conoce como nacional y popular y que sus adversarios liberales deseñan como populismo. Por si a alguien le interesa, coincido con buena parte de los puntos de vista del Papa. Su discurso ecologista en la Amazonía peruana, ante representantes de los agredidos pueblos originarios y del presidente liberal Pedro Pablo Kuczynski, me parece excelente. Buena parte de las confusiones que Francisco provoca entre las fuerzas políticas obedece a la dificultad de separar el mensaje del mensajero y el marketing de la política.
La defensa de Grassi que encargó Bergoglio
El Papa con el obispo acusado Barros. Foto: Concierto.
2. El 10 de enero de 2015, Francisco designó a cargo de la diócesis de Osorno al obispo castrense Juan Barros, uno de los acusados de encubrir los actos de pedofilia del sacerdote Fernando Karadima. Ante la agria reacción que el nombramiento provocó en la comunidad y entre varios obispos, tres semanas después envió una carta al Episcopado chileno en la que contaba el plan de alejarlo con un año sabático pero descargaba en el Nuncio Ivo Scapolo la responsabilidad de haber frustrado esa salida al comentarla antes de tiempo con Barros. Un Bergoglio auténtico.
3. En octubre del mismo 2015 un grupo de fieles chilenos le dijo que Osorno sufría por la designación de Barros. Francisco replicó que “Osorno sufre por tonta” y acusó a “los zurdos” de haber inventado la historia, en ese lenguaje que tan bien conocieron Yorio y Jalics y que figura en el informe de un servicio de Inteligencia que encontré en el archivo de la Cancillería, cuando Bergoglio batallaba contra la Teología de la Liberación. Ahora, una vez extinguida, la ensalza.
La tonta Osorno y los horribles zurdos
4. Antes de seguir a Perú, reiteró que se trataba de calumnias y que la justicia no había probado nada. La periodista chilena Mónica González Mugica, cuyo centro de investigación CIPER Chile destapó el escándalo y es coautora del libro Los secretos del imperio de Karadima, afirma que “la justicia civil no condenó a Karadima ni a sus cómplices sólo porque sus delitos estaban prescriptos. Pero en el expediente quedaron los testimonios de todos sus abusos de conciencia y sexuales”. En el libro que escribió junto a Juan Andrés Guzmán se lee que “Karadima cometía sus abusos de conciencia y sometimiento con testigos: su círculo personal y al que no accedían más que sus favoritos. Y Barros lo era. Los sexuales eran solo en su círculo íntimo. Es su práctica habitual, igual que los torturadores, para involucrarlos a todos”. Uno de los denunciantes, Juan Carlos Cruz, preguntó si debió haber tomado una selfie mientras lo abusaban y publicó una foto que ejemplifica el círculo personal de Karadima, quien aparece arrodillado mientras Barros y otros cuatro obispos le realizan una imposición de manos a distancia.
Karadima y sus cuatro obispos en ceremonia secreta. Foto: Juan Carlos Cruz.
En varios links de CIPER Chile se brindan los detalles, que aquí se ahorran porque son repugnantes. Una de las víctimas abusadas dice: “Juan Barros constantemente se andaba ofreciendo a Karadima. Y el cura lo usaba, porque tenía muy buenos contactos ya que su familia le hizo un gran regalo a la Nunciatura. Siempre se dijo que si Barros llegó a ser obispo fue porque tiene pitutos en ese nivel. El propio Karadima decía que Barros no es un hombre muy inteligente”. Esa declaración la formuló ante el canciller del Arzobispado, Hans Kast, quien la ratificó ante la justicia. El Papa no podía ignorarlo. La cuestión no son los hechos, que están bien probados, sino la interpretación. También Marcos Peña Braun y Macrì creen que Jorge Triaca se equivocó pero que no es tan grave. Es uno del equipo, y ya pidió disculpas.
Obispo Barros y ministro Triaca: errar es humano
5. Referencias afectuosas a los mapuche, saludo en su lengua, solicitud de respeto por su cultura y sus derechos, repudio a las injusticias contra ellos, incluso con un hermoso poema de Violeta Parra, pero negativa a recibir al sector que con más énfasis reclama la devolución de las tierras ancestrales, al que elípticamente acusó de violento, tal como hace el gobierno chileno y, desde hace poco, también el argentino. El vocero de ese sector, Aucán Huilcaman, le dijo al diario argentino La Nación que el discurso del Papa fue “tibio, ambiguo e impreciso” y de contenido irrelevante y lo atribuyó a que “él sabe a la perfección qué pasó en Neuquén, Río Negro y Chubut con los despojos de tierra de Julio Argentino Roca y la acción del Ejército chileno en la Pacificación de la Araucanía hasta la actualidad”, en los que ve “responsabilidad del Vaticano”. Ante una pregunta del diario, agregó: “Le faltó reconocer el derecho a la tierra, que es la causa de las tensiones y controversias. Le faltó señalar que el Estado tiene una responsabilidad en lo que sucede”. A su juicio, fue un discurso “político, mirando más al Estado argentino, el chileno y las corporaciones”. El Papa dijo que “la violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa”. Para Huilcaman “es una verdad a medias. Porque él sabe que la violencia institucional comenzó hace más de un siglo y hasta el día de hoy. Si hubiese dicho violencia institucional histórica y actual, eso sí hubiese sido completo”.
6. Misa en una base militar erigida sobre tierras que los mapuche denuncian como apropiadas a la fuerza, pero mención a las graves violaciones a los derechos humanos que se produjeron allí durante la dictadura. En Chile fue inevitable el cotejo con la visita del Papa polaco Wojtyla en 1987, que el diario español El País describió así: “Juan Pablo II rompió todos los protocolos a favor del dictador (…). El coloquio con el general duró 45 minutos; se asomó a tres balcones junto al general, vestido de azul, para saludar y bendecir a la gente fiel al gobierno (…). El Papa concedió al presidente el regalo de rezar juntos en la capilla del palacio (…). Cuando Juan Pablo II se levantó, la esposa del general se echó a sus pies para que el Papa la bendijera. Juan Pablo II recorrió salón a salón el palacio, que el general había llenado con personalidades del Gobierno, el Ejército y la Magistratura. Hubo intercambio de regalos. Uno a uno fueron desfilando, en una procesión interminable, los asistentes al acto. Los hombres daban la mano al Papa y después al general. Las esposas besaban a Juan Pablo II en la mano, y al general, en la mejilla”. Todo ante fotógrafos y cameramen. La comparación favorece a Bergoglio.
7. Sin embargo, la homilía que el papa Wojtyla pronunció en Temuco hace tres décadas fue muy parecida a la de Francisco ahora: alabó las tradiciones, costumbres, idioma y valores de los mapuche (comenzando por “vuestra fe católica”); mencionó “los problemas relacionados con la tenencia de la tierra” de quienes se llaman precisamente “hombres de la tierra”. Pero también predicó contra las “soluciones tentadoras e ilusorias a vuestros problemas, como son las del odio y la violencia”, o la “instrumentalización política de vuestra situación”.
8. En Temuco, Francisco saludó en la lengua mapuche; en Iquique citó a un grupo chileno de rock y les habló a los jóvenes de “ancho de banda”, “conexión”, “red wifi”, “perder señal” y “quedarse sin batería”. Pero eso no lo convierte en mapuche ni en joven, sólo en un sobreactuado vendedor de baratijas.
El aroma de la descomposición
No hay en esta dicotomía nada que sorprenda a quienes conocen la historia de una organización maestra en cobijar a las tendencias más opuestas en casi cualquier tema, lo cual es una de las claves de su perduración bimilenaria. Pero para que la obra sea creíble, un solo actor no puede interpretar a todos los personajes. Bergoglio fue electo cuando la descomposición institucional apestaba y se requerían remedios heroicos, que chocan con la inercia burocrática y las estructuras de poder que es más fácil denunciar que modificar. El marketing papal, con oportunidades fotográficas como el casamiento en el aire de dos tripulantes o el descenso del Papamóvil para asistir a una mujer policía desmontada por su caballo no bastan para tapar una situación dramática que requiere mucho más que palabras. “El paso del Papa por Chile ha sido una burla”, dijo la socióloga ecuatoriana Sara Oviedo, ex vicepresidente del Comité de la Convención de Derechos del Niño de las Naciones Unidas, que investigó los abusos de menores. “No le creo nada. Dice una cosa y hace otra”, lo descalificó la esposa del ex presidente democristiano Eduardo Frei Ruiz Tagle. Las mismas cosas por las que hace un lustro fue amado, alimentan hoy cuestionamientos y recelos.
Sara Oviedo, una burla.
Chile es el escenario católico más conflictivo de América. Los escándalos de pedofilia tienen mucha más difusión que en la Argentina, no porque sean más numerosos, y han conducido al surgimiento de grupos de laicos muy combativos, al revés de lo que sucede con el movimiento en defensa de los Derechos Humanos, que es más activo e influyente de este lado de la Cordillera. El conflicto con los mapuche en la Araucanía ha abierto camino para que avance una de las principales obsesiones del Vaticano: la penetración de iglesias y sectas evangélicas, algo que estuvo en el origen de la ruptura con Juan Perón en 1954. Esta suma de factores hace que se vea el truco, porque el ilusionista está obligado a actuar demasiado cerca del público y a plena luz, que no son las condiciones ideales para un acto de magia.
Las mismas razones explican que el costoso viaje (18 millones de dólares) no haya respondido a las expectativas, como muestra la foto que Clarín publicó sobre la última misa de la gira chilena, en Iquique. Cuando se esperaba una afluencia masiva, ese diario minimizó el viaje en las páginas noticiosas y lo deploró en las editoriales. Luego, celebró el fracaso. Las largas colas de autos en la ruta desde Mendoza eran para llegar a las playas del Pacífico, no por amor al prelado.
Clarín celebra el fracaso. Pocos pero buenos.
De Grote a Grabois
El Papa hizo en Chile una referencia a los riesgos de agresión que corren quienes viajan en un transporte público vestidos de curas, que parece tomada de la última década del siglo XIX argentino o la primera del XX. Con el propósito de revertir esa situación la Iglesia aprobó la creación de los Círculos de Obreros Católicos, que jugarían un papel significativo hasta la irrupción del peronismo. Su organizador fue el sacerdote redentorista alemán Federico Grote. Su método era ir al encuentro de los obreros allí donde vivían o trabajaban, lo cual le valió ser acusado de socialista. Pero al culminar la primera peregrinación obrera a Luján, en 1892, Grote ofrendó a la Virgen “este nuevo Ejército” a su servicio, para beneplácito de León XIII que el año anterior había publicado De Rerum Novarum, su Encíclica sobre las cosas nuevas. A diferencia de Pío Nono, cuyo Syllabus de los Errores fustigaba con tal rigidez la civilización moderna y el progreso que la Iglesia debió aclarar una y otra vez que nadie se iría al infierno por viajar en ferrocarril, León ratificó la inviolabilidad de la propiedad privada y rechazó la lucha de clases pero declaró la necesaria intervención del Estado en defensa de los trabajadores, cuyo derecho a organizarse reconoció. También definió la existencia de un salario justo, no inferior al costo de mantenimiento del obrero y su familia, contracara de la doctrina marxista del salario, el precio y la ganancia. Esa Encíclica fue la piedra angular de la doctrina social con que la Iglesia Católica emprendió la contraofensiva contra el comunismo y estimuló la creación de organizaciones como las de Grote. Ése es el rol que el Vaticano asigna hoy en la Argentina a Juan Grabois, ya no en relación a la clase obrera, a la que considera relativamente contenida por la dirigencia de la CGT y el peronismo, sino a los excluidos del sistema salariado de producción que, para reproducir su existencia recurren a formas novedosas de organización y de relación con el Estado y el sistema político.
Hijo de un dirigente histórico de Guardia de Hierro, organizador de los trabajadores desocupados en un movimiento masivo, Grabois se distingue por su posición negociadora con el gobierno nacional al que sin embargo zamarrea con energía. Por eso, cuando declaró que Macrì tenía el vicio de la violencia el escándalo fue mayúsculo. Intelectuales que llegaron al liberalismo desde la izquierda, como Juan José Sebreli; estudiosos italianos de la Iglesia Católica, como Loris Zanatta; empleados de Clarín que escriben en La Nación como Marcos Novaro y otros que osan decir su nombre, como Ricardo Roa, saltaron al cuello de Grabois y del hombre del portafolios y los zapatos negros, como si fueran inseparables. El consultor Jaime Durán Barba afirma que el Papa no tiene la menor incidencia en los resultados electorales y de hecho los amigos de Bergoglio que fueron a las urnas no llegaron al 1% de los votos. Pero el gobierno teme, y la oposición desea, que las críticas y los gestos papales contribuyan a erosionar la legitimidad presidencial entre los sectores populares. Con un electorado partido en mitades, un punto en más o en menos puede ser decisivo. El Episcopado local aclaró que el Papa no tenía otros voceros que los institucionales, y lanzó a los extra institucionales propios a explicar que el comunicado se refería al pichón de Pajarito Grabois. (Entre paréntesis, lo conocí en la Facultad de Filosofía y Letras de principios de los años ’60 como marxista de hueso colorado, anteojos verdes culo de botella y orador torrrrrencial, antes de que su bautismo en las aguas del peronismo salvara su alma). Su hijo es el primer católico de la familia.
La relación de la Iglesia Católica argentina con el peronismo se inscribe en esa historia. Formateado por la oligarquía para recuperar por las armas el poder perdido a partir de 1916 en las urnas, el Ejército llevó al extremo el antiliberalismo y el anticomunismo que desde el papado de Pío Nono guiaron la acción eclesiástica. Una de las primeras medidas del gobierno surgido del golpe de 1943 fue implantar la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, intervenir las universidades nacionales e impulsar una purga de maestros y profesores sospechosos de no comulgar con el credo católico como bastión de la nacionalidad. Juan Perón gozó en los primeros años del apoyo eclesiástico, pero pronto desarrolló otra base de sustentación más confiable, en los sindicatos. Su movimiento, dividido en ramas, copió las formas organizativas de la Acción Católica. Pero la colisión se hizo inevitable cuando Perón se negó a que el origen divino del poder reemplazara en la Constitución Argentina a la soberanía popular. En lugar del retroceso hacia la idealizada Edad Media, con una alianza estrecha entre el poder civil y el eclesiástico, la Iglesia Católica se topó con la modernidad argentina, que reivindicaba los derechos del trabajador, con una retórica rousseauniana y no tomista. A partir de 1949 el peronismo integral resultante sepultó aquella ilusión clerical y asumió los contornos de una religión cívica, en la que las dos personas de la pareja presidencial, Perón y Evita, amenazaban con subrogar a las tres de la Santísima Trinidad. Paralela a esa tensión se desarrollaba la disputa de clases por el ingreso, cuando la rentabilidad del capital descendió a la mitad. El Episcopado volvió a alinearse entonces con los sectores tradicionales y encabezó la conspiración que en 1955 condujo al derrocamiento de Perón. Ése fue un golpe eclesiástico con participación de pequeños núcleos castrenses, casi todos retirados. Aviones militares que llevaban cruces pintadas en las alas bombardearon la Plaza de Mayo, donde murieron tres centenares de personas. Al caer la noche, grupos peronistas prendieron fuego a la Catedral y a numerosas iglesias. Hasta el día de hoy, la Iglesia argentina no condenó ni pidió perdón por aquel bombardeo sobre la Plaza de Mayo, donde sólo había oficinistas que iban a sus empleos o salían para almorzar, y tampoco repudió los fusilamientos de tres decenas de militares y civiles dispuestos en 1956 por el régimen dictatorial. Ese gobierno negoció con la Santa Sede la creación de un Vicariato Castrense, que tendría un rol decisivo en las dos décadas siguientes. Sus integrantes predicaron a los militares la doctrina francesa de la guerra contrarrevolucionaria, importada por la organización integrista francesa Ciudad Católica, luego de la derrota en las guerras coloniales de Indochina y el Magreb. Pese a todo ello, el Episcopado logró recomponer su relación con el peronismo y los sindicatos, cuyos dirigentes asisten con regularidad a sus llamadas Semanas Sociales. Ahora que la CGT anuncia que se pintará la cara para resistir el avance mediático, judicial y gubernativo sobre sus estructuras, Bergoglio volverá a predicar que la realidad es superior a la idea, la unidad es superior al conflicto y el todo es superior a la parte, una frase inspirada en San Ignacio de Loyola. Y cada quien sacará sus conclusiones.
La música que escuché mientras escribía esta nota
Horacio Verbitsky
Fuente: http://www.elcohetealaluna.com
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