Si se van, celebro
“Me permito soñar para mis hermanos y hermanas otro mundo posible”
En las últimas semanas hemos sido testigos (los que podemos y queremos estar informados) de que los dos juristas más importantes del país, Julio Maier y Raúl Zaffaroni, hicieron público su deseo de que este gobierno se vaya cuanto antes. A su vez escuchamos a uno de los más perversos, asesor del genocidio, avalar la acusación de traición a la patria a varios miembros del gobierno anterior, algo que hasta la cámara debió descartar por infame o absurdo, solo concebible en la alocada mente de un juez delirante. Como era de esperar, algunos de los pocos funcionarios del actual gobierno que permaneció en actividades en la quizás “peor temporada veraniega de los últimos cincuenta (y dos) años”, intentó desde su nimiedad responder a los juristas acusándolos de “anti-democráticos”, como si en el actual gobierno conocieran el sentido de dicha palabra o si, conociéndola, intentaran desplegar sus cualidades. Que un ministro del actual gobierno acuse a Zaffaroni o a Maier de “antidemocráticos” es como si Macri acusara a alguien (quienquiera que sea) de fuga de divisas, o como si Aranguren acusara a otro de atentar contra la energía nacional, o si Triaca acusara a quien fuere de tener trabajadores “en negro”, o si Dujovne tronara contra los que fugan divisas al exterior… Podríamos seguir así extensamente, con casi todos los miembros del mejor equipo de ineptos.
Debo señalar que coincido con Zaffaroni y con Maier. Soy consciente de que la así llamada “clase media” —como bien señala Paula Canelo— en su gran mayoría prefiere perder casi todo lo conseguido con tal de tener “a los pobres bien lejos”. Quizás hasta que despierte pobre ella misma, aunque siga considerándose de “alta alcurnia” para hilaridad de los egresados del Newman o la UCA, en lo que la sabiduría popular llamaba “piojos resucitados”. Y me remito al ejemplo de la cadena nacional, tan molesta para algunos que preferían ver “la novela”. (Claro que serán turcas, porque la producción nacional cae en picada.) Y los comprendo, porque escuchar a la ex presidenta hablar una hora —por más que “el dedito” molestara— era escuchar algo con contenido y sentido; no podría, en cambio, imaginarme una cadena del actual CEO presidencial sin leer en su teleprompter. Pensarlo improvisando solo 15 minutos (especialmente sin repetir los 3 tips que le permiten parecer que hila un discurso) se asemejaría a una pesadilla intolerable. Pensar que han asesinado la TV y la radio pública y los mejores canales (Paka Paka y Encuentro) es algo comprensible, dado que nada menos que Hernán Lombardi es quien está a cargo. Sería como pensar una política de medio ambiente a cargo de un rabino mediocre, por ejemplo.
Pero mi tema tiene que ver no tanto con el sustento jurídico impecable de Maier y Zaffaroni, sino con ver, acompañar, sentir, padecer la vida (y muerte) de los pobres. Muerte muchas veces acelerada por hambre o por Bullrich. No es la caída en las encuestas lo que me preocupa (aunque celebro), ya que la corta memoria de los votantes es proverbial y Durán Barba ha dado cátedra al respeto. El ejemplo de la basura en Quilmes es bastante sintomático del entente Macri + Vidal + Martiniano (el único cocinero que conozco que pretende que las mesas estén vacías). Al fin y al cabo, que los pobres vivan rodeados de basura es lo que entienden estos señores/señoras que es el lugar de los pobres. Y me permito soñar para mis hermanos y hermanas otro mundo posible. Aunque el hecho de que los pobres puedan comer, trabajar, descansar, ver fútbol, y hasta vacacionar resulte una peligrosa cercanía para cierta clase media. Es por ese “otro mundo posible” que celebraría que se fuesen cuanto antes.
* La ilustración principal es ‘La familia de Juanito Laguna’ (1960), de Antonio Berni
Eduardo de la Serna es sacerdote católico, secretario del Grupo Curas en Opción por los Pobres
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