Por Emilce Moler *
A lo largo de estos años hemos ido acuñando la consigna “Los Lápices siguen escribiendo” y este año nos preguntamos: ¿Escriben trazos negros o pintan banderas de colores?
Cuando era joven, “hacer política” era motivo suficiente para desatar la más brutal persecución. Aun después de la dictadura la “política” siguió siendo mala palabra, como que una se inmiscuía en algo turbio, algo peligroso. En ese entonces comprendíamos que la realidad requería de nuestro compromiso diario, y nosotros teníamos la pasión por el otro. Ese combustible que es capaz de cambiar el rumbo de la historia, de hacer que lo injusto sea vencido por lo justo, que el bien común gane la batalla de la codicia privada.
Eramos jóvenes como los de hoy, muy alegres, inquietos, divertidos. Quiero remarcar esto porque lo que sí creo que es muy distinto es el tiempo que les toca vivir. Un presente que fuimos construyendo, con batallas, de a poco pero sin pausa. Abuelas, madres, ex detenidos, hijos y nietos luchamos para que la agenda pública de los derechos humanos fuera parte de su arquitectura jurídica e institucional. Estas conquistas no han sido fáciles. Fueron tiempos de lucha en soledad, de encontrarnos con una sociedad que no quería escuchar lo que teníamos para decir.
Pero poco a poco las voces de los sobrevivientes se convirtieron en testimonios; los restos de los desaparecidos permitieron reconstruir los lazos que faltaban, el silencio en discurso, la memoria, la verdad y la justicia en política pública.
Desde diciembre de 2003, el Gobierno puso nuestras luchas y reivindicaciones en el centro de la agenda pública. Hubo firmeza en alentar los cambios, promover los juicios, reabrir el debate y avanzar en las conquistas que siempre soñamos.
No podríamos decir que las utopías de nuestra adolescencia se han cumplido. Vaya, qué lejos estamos, pero hoy nosotros adultos, con los jóvenes, hijos y nietos pudimos ponerle el hombro a este gobierno que sigue un camino de transformaciones sociales en una comunidad sedienta de justicia y reconocimientos, inclusión y solidaridad.
Sabemos sobre el rol destacado que siempre tuvieron los organismos de derechos humanos en la búsqueda de verdad y justicia, así como un Estado que incorporó esas demandas y permitió el juzgamiento de los genocidas y el impulso a la búsqueda de los nietos, que hoy asciende a 115 identidades restituidas, entre ellos, la aparición emblemática de Ignacio Guido Montoya Carlotto, 115 verdades.
Cuando rescatamos del olvido las memorias militantes de nuestros compañeros, cuando reafirmamos que su ejemplo de lucha son puntales de nuestro presente, asumimos el compromiso de construir un futuro cada vez más promisorio, con políticas públicas que ponen a los jóvenes como protagonistas, que promueven su crecimiento y desarrollo profesional, que apuestan a la realización personal, y que, sobre todo, reconstruya los lazos solidarios y los sueños de nuestra juventud, que la dictadura destruyó.
Hoy, en este nuevo aniversario de la negra noche del pasado, estamos para reivindicar el amor por el otro, la necesidad de no bajar los brazos y luchar por la victoria contra el hambre, la pobreza y las inequidades. Estamos para seguir trabajando organizados, para consolidarnos como fuerzas transformadoras.
Así podremos mirar a nuestros hijos y nietos a los ojos y nos podremos decir, en voz baja y para regocijo, te dejé lo mejor: la pasión por el cambio y la utopía de construir una sociedad mejor.
Los lápices siguen construyendo significados, siguen escribiendo paredes, cuadernos, afiches y banderas. Pero hoy son lápices de colores con los que los jóvenes inundan nuestro entorno, nos recuerdan que la realidad social no es algo dado, que la acción colectiva produce alteraciones y que vale la pena intentar construir un mundo mejor.
* Ex detenida-desaparecida de La Noche de los Lápices.
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