Dos miradas para un día de lucha
Jorge Taiana propone la creación de un Ministerio de la Mujer, como reconocimiento de la necesidad de aportar al ejercicio concreto de sus derechos. Norma Giarracca pone el foco en la mujer rural y el caso de Elena, que pudo legar a sus hijas un modelo diferente al patriarcal.
OPINION
Por Jorge Taiana *
Este 8 de marzo debemos reflexionar sobre la lucha que vienen llevando las mujeres, no sólo para lograr su propia autonomía en el contexto político, social y económico de nuestra sociedad sino porque, además, esa lucha las lleva y nos lleva a todos a una democratización efectiva en el reconocimiento e inclusión de todos.
En este sentido, creo que haber establecido un Día de la Mujer en el año marca en el calendario que nos hemos hecho cargo de los problemas de discriminación que muestran aún hoy nuestras sociedades. Pero hagamos un poco de historia para entender mejor lo que este día significa y rescatar así su verdadero contenido simbólico.
El Día de la Mujer recuerda la masacre del 8 de marzo de 1908, en Estados Unidos, en la fábrica textil Cotton, donde murieron carbonizadas 129 de las obreras que estaban realizando una protesta por sus derechos laborales. En 1910, en Viena, en la Segunda Internacional Socialista, la dirigente Clara Zetkin promovió que esa fecha fuera recordada como el Día de la Mujer Trabajadora. Finalmente, la comunidad internacional proclamó en las Naciones Unidas el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer.
Esta lucha de las mujeres tiene importantes antecedentes a nivel mundial y en la historia de nuestro país. En ese contexto quisiera recordar lo que la compañera Evita dijo el 23 de septiembre de 1947, al celebrar la aprobación de la Ley del Voto Femenino cuando dijo: “El voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos. Pero nuestras manos no son nuevas en las luchas y en el trabajo...”.
Su lucidez en el reconocimiento, tanto de la capacidad de las mujeres como su compromiso con la construcción de la realidad, permitió su inclusión en el proceso político de nuestro país, convirtiéndolas en ciudadanas y haciendo verdad por primera vez, la premisa de la Ley Sáenz Peña en la que se enunciaba que el voto era “universal”.
Este 8 de marzo nos sirve para celebrar lo avanzado y nos invita a reflexionar sobre lo que tenemos pendiente para combatir la discriminación aún vigente.
Es por eso que en nuestra propuesta del segundo tomo para la profundización del modelo y en consonancia con una propuesta general de revisión de los organismos del Estado que permitan llevarla a cabo, nos planteamos la creación del Ministerio de la Mujer como compromiso con esta lucha, en el reconocimiento de la necesidad de aportar al ejercicio concreto de los derechos de las mujeres que genere también la posibilidad de democratizar nuestra sociedad.
Tiene que ser objetivo de ese ministerio seguir produciendo las “herramientas” necesarias que aún faltan para derrotar la discriminación que sufre la mujer en distintos ámbitos como:
- La inequidad de las remuneraciones por un trabajo de igual valor, que aún trepa a un 30 por ciento, y la falta de equilibrio en las prestaciones que equipararía a las mujeres con los varones en casi todas las ocupaciones;
- Los obstáculos que se presentan para la participación en cargos de decisión, tanto en el mundo privado como en el público, impidiendo la expresión de las necesidades específicas de las mujeres en estos ámbitos;
- La necesidad de aplicar efectivamente la Ley de Educación Sexual Integral que permitiría ir construyendo desde la niñez la paridad entre varones y mujeres, lo que podría ser un aporte fundamental para combatir la violencia de género;
- Las dificultades que se les presenta para hacer efectivo el acceso a la Justicia y con ello la imposibilidad para poder ejercer sus derechos a la defensa de sus intereses.
Sabemos que estamos embarcados en un proceso de transformación cultural que, como tal, será largo. También sabemos que venimos dando los pasos en la dirección correcta y que, mujeres y varones trabajando articuladamente, podremos avanzar teniendo como objetivo el cambio social al que todas y todos aspiramos.
* Legislador porteño. Precandidato presidencial (FpV).
OPINION
Por Norma Giarracca *
Las mujeres y la vida rural: Elena
Según el último Censo Nacional Agropecuario disponible, el 11 por ciento de las explotaciones está en manos de “jefas de explotación”, es decir la gestión de la unidad está en manos de mujeres. Son las medianas y pequeñas explotaciones donde, o bien una mujer siempre la gestionó o al quedar viuda o sola se quedó con la explotación. Entre los campesinos tradicionales, anteriores a la formación de organizaciones, fue una situación muy frecuente. Cañeros, tabacaleros, en Tucumán por ejemplo estuvieron en manos de mujeres de variadas edades. Siempre fue interesante conocer esas vidas sacrificadas que provenían de un campo hostil, sin luz eléctrica, sin programación familiar y con un fuerte orden patriarcal.
A fines de los ochenta comenzamos una investigación donde resultó que no sólo una mujer sino un conjunto de ellas gestionaban en el modo de cooperativa de producción una pequeña finca tabacalera. Las más activas eran cuatro hermanas, hijas de un jornalero, que habían decidido no depender más de un patrón. Vivían siete familias, pero la gestión estaba en manos de las mujeres y los hombres cooperaban sin problemas. Quisimos indagar más sobre esas cuatro mujeres ya que cada una a su modo asumía una actitud de autonomía y transgresión no muy frecuente en el campo tucumano de aquellos años. Muy cerca del predio de la cooperativa con las viviendas de los grupos familiares, se ubicaba la casa de los padres de las cuatro hermanas. Enseguida caímos seducidos en el diálogo con esa mujer pequeña, que era la clave para comprender tanta libertad en sus hijas: Elena. Hablaba con propiedad, usaba frases poéticas y reflexionaba sobre todo tipo de situación por la que la familia había pasado. Cuando indagamos por qué era tan diferente a la mayoría de las mujeres de su edad, irremediablemente transmisoras del legado patriarcal, ella respondió que hubo dos razones. Primero que había tenido la suerte de asistir a una escuela rural donde los maestros se tomaban en serio su trabajo y, además de transmitirles información, ayudaban a que comprendieran. Que todos los que habían asistido a esa escuela tenían un nivel cultural superior al resto. En segundo lugar el peronismo que le había ofrecido a través de Evita un profundo sentido de la dignidad de la mujer. No había secretos, el valor al conocimiento, la búsqueda del sentido de la vida y el ejemplo de aquel período de querellas por las igualdades la habían marcado y le habían otorgado la posibilidad de transmitírselo a las hijas.
Hoy diríamos que asumían prácticas autonómicas, recibían pequeños montos de dinero del Estado, pero seguían su camino. Una vez un coordinador de un programa que le daba subsidios fue a verlas y las retó, porque habían dejado el trabajo por su presencia. La hermana mayor lo desafió, ellas eran campesinas, trabajaban o recibían a las visitas con la cordialidad que se merecían y no aceptaban sugerencias y menos órdenes.
En cierta circunstancia les llevamos fotos de ellos en gran tamaño, como nunca habían visto, se peleaban por las de Elena. Ella miraba la escena consciente de que tenía algo de legado final sin darse cuenta de que el sentido de autonomía y libertad que había sabido transmitir a las hijas, nietas, vecinas era su mejor herencia. La democracia, la expansión de derechos sociales de la última década habilitó condiciones de posibilidad para que existan muchas “Elenas” en el campo “gringo” y campesino, pero estas pioneras deben quedar en la memoria colectiva de las resistencias de las mujeres de campo.
* Socióloga. Instituto Gino Germani. UBA
http://www.pagina12.com.ar/
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