El Pueblo siempre vuelve
Norberto Galasso 25 de Octubre de 2015 | 12:00
Por: Norberto Galasso
Hace 32 años, los argentinos concurrimos a las urnas dejando atrás una negra noche de terror y sangre. El Pueblo venía de esos años de plomo con hondas heridas que sabía difíciles de cicatrizar: miles de hogares enlutados, sueños y utopías destrozados, dirigencias políticas sin rumbo. La ausencia de un líder capaz de contener y conducir abría un futuro de desconcierto y el horizonte ofrecía sólo incertidumbre. La dependencia se había consolidado y una minoría de grandes corporaciones económicas, financieras y mediáticas emergía poderosa, ávida de expoliar a su propio pueblo.
A partir de aquel momento hubo, sí, intentos de recuperar la senda extraviada, pero bien pronto se diluyeron para demostrar que la democracia formal no era suficiente para curar las heridas, que sólo con democracia no se come, ni se educa, ni se cura. Otra vez, el pueblo fue a las urnas esta vez con esperanza pero el gran poder económico interno y externo se burló de las ilusiones. Al poco tiempo, pudo decirse, como Antonio Machado decía de su querida España: "... de carnaval vestida/ nos la dejaron pobre y escuálida y beoda/ para que no acertara la mano con la herida."
Las mayorías populares, sin embargo, apostaron de nuevo a las urnas pero la decepción llegó y debieron ocupar las calles con un lema contundente dirigido a los políticos: "Que se vayan todos/ que no queda ni uno solo." Y el poder del pueblo arrasó con un gobierno de manifiesta incapacidad e impotencia. La crisis fue entonces profunda y alcanzó todas las áreas del Estado. Varios presidentes se sucedieron en tan sólo una semana. La Argentina era un barco a la deriva donde sólo las grandes fuerzas económicas bregaban por salvar y consolidar sus intereses con la pesificación asimétrica. El neoliberalismo lo había destrozado todo y ninguna fuerza o personalidad aparecía para dar un rumbo de recuperación y poder avanzar por nuevos caminos. Los jóvenes dormían junto a las embajadas para ser los primeros en recibir atención para buscar en otros países aquello que su país natal les negaba pues aquí no había horizonte posible. Quizás muchos no percibimos que esta tremenda derrota implicaba el final de una época , el término de un período de injusticia y dolor para las masas populares, que se había iniciado un 16 de septiembre del año '55 y se había profundizado con la frustración del heroico proceso del '73 y la muerte del general Perón.
Han transcurrido sólo muy poco más de una década y hoy podemos decir que las mayorías han comprendido muchas cosas y se han replanteado otras, como si los 30 mil desaparecidos de la dictadura y los treinta que cayeron en los sucesos de 2001 nos hubieran dado una lección a costa de sus vidas para enseñarnos que la democracia no es simplemente el funcionamiento regular de las instituciones, sino que requiere estar nutrida de una presencia popular protagónica y esto es lo que parece haberse entendido en las nuevas generaciones.
Hay que defender las instituciones, por supuesto, para evitar nuevas dictaduras sangrientas, pero esas instituciones requieren una participación popular permanente, una organización real de comunas, una presencia en las calles cuando sea necesario para evitar toda tergiversación o adulteración de los verdaderos contenidos que hacen a la democracia, que no sólo significa votar cada dos años sino imbuirse de una concepción social de justicia, de una soberanía permanente en las relaciones internacionales, de una independencia económica que evite el saqueo por parte de los imperios. Es preciso que la democracia se la entienda como el instrumento del cambio, los mecanismos que permiten al pueblo avanzar en la solución de sus problemas y más aun, crear las condiciones para que se vaya forjando una sociedad igualitaria, donde los valores fundamentales no sean el mercado ni el dinero sino la solidaridad y el afecto entre seres iguales en sus posibilidades.
Es preciso celebrar con entusiasmo que los argentinos hayamos llegado a estas décadas con dirigentes elegidos por el pueblo democráticamente en las urnas. Pero también es hora de advertir que no hay plena democracia cuando los medios de comunicación están monopolizados u oligopolizados y son capaces de alienar las mentes de los ciudadanos, que tampoco hay verdadera democracia cuando determinadas áreas de la producción se encuentran en manos de una o dos empresas que imponen sus precios en el mercado y retiran sus productos de la circulación cuando se le pretende imponer 'precios cuidados' o -horror- precios máximos, que tampoco sirve a la democracia arrodillarse ante los grandes grupos financieros externos que acechan como buitres a nuestros países. De otro modo, la democracia se convierte en un mecanismos de exclusivo goce de los privilegiados que tienen seguridad propia, viven más en el exterior que en el país y en muchos casos, son mentalmente agentes de potencias extranjeras.
No se trata de ser aguafiestas,pero se trata sí de advertir que para que la democracia funcione como debe ser en favor de las mayorías, no basta con ganar las elecciones sino que es preciso mantener una permanente atención sobre todos los problemas, una continua participación en todas las disputas, una acción infatigable para que las transformaciones -más allá de muchas que se han hecho- se profundicen aun más. Esto implica asimismo un permanente estudio de todos los problemas -no en los libros colonizados- sino en las reflexiones de tantos patriotas silenciados que han soñado y luchado por una Argentina mejor. En esas condiciones, enalteceremos a la democracia y ello sólo será posible si, como se ha dicho tantas veces, el Pueblo siempre vuelve. <
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