(Foto: Bernardino Avila)
OPINIÓN ¿POR QUÉ LA ECONOMÍA NO ARRANCA?
La distribución es la clave
Quienes planearon la estrategia monetaria, cambiaría y de ingresos tuvieron un error de diagnóstico y, por lo tanto, erraron de política.
Por Jorge Carrera *
Por qué la economía no para de contraerse y retoma el crecimiento? ¿Por qué a pesar aumentar el déficit fiscal a un nivel record (el primario sube más de un punto respecto a 2015 y el financiero en dos puntos), este año el PIB caerá más del 2,5 por ciento? La redistribución del ingreso que impulsó la política económica es la clave para entender lo que pasa.
Desde el inicio el gobierno bajó retenciones mineras y agropecuarias, disminuyó subsidios, aumentó los ingresos de las compañías petroleras y energéticas, bajó impuestos a las Ganancias y Bienes Personales, aumentó la renta financiera, desreguló mercados, liberó la cuenta capital, entre otras medidas que apuntaban a hacer una economía más redituable para la inversión y las exportaciones.
Simultáneamente, al hacer una devaluación descompensada y carecer de una política de ingresos consistente se generó una reacción inflacionaria que recortó la masa salarial total (salarios por horas trabajadas). Los salarios reales formales acumularon mes a mes pérdidas muy fuertes que hoy todavía son del 8 por ciento. El informal tiene pérdidas mayores cercanas al 18 por ciento. Además, cayó el empleo formal e informal y las horas extras. Esto redujo eventuales colchones y aumentó el costoso endeudamiento de esos sectores.
Pero la pérdida es aún mayor porque los deciles de menores ingresos en los cuales están los trabajadores tuvieron una inflación mucho más alta (48 por ciento para el decil más bajo, 42,5 del promedio, 38,6 del decil más rico) según datos del IET y el CITRA.
La caída del gasto no fue compensada por un mayor consumo ni inversión de los sectores favorecidos por la redistribución. Este resultado no es una inesperada peculiaridad de la economía argentina: está en los libros de texto (en algunos).
Hace varias décadas Kalecki y Keynes mostraron que las clases bajas y medias en general están restringidos por los ingresos y, por ello, tienen una propensión a gastar casi todo nuevo ingreso, mientras que los estratos altos tienen la posibilidad de ahorrar una parte de sus ingresos.
Así, de cada peso que se redistribuye de los asalariados medios y bajos a los perceptores de ganancias, rentas o salarios altos; el consumo cae en un peso y sólo sube por, supongamos, 75 centavos. Ese excedente puede ir a aplicaciones reales o financieras locales o fugarse. Este fenómeno refleja el efecto macro de la redistribución del último año.
Frente al riesgo electoral que implican estos resultados el gobierno ensaya un impulso fiscal presentado como keynesiano. Se toma deuda en dólares para financiar gastos en pesos. Por el momento este impulso no es suficiente para revertir la tendencia. Predomina el sesgo redistributivo con alto gasto tributario y transferencias a empresas. El gasto social se incrementó en un monto menor al de la inflación, a los jubilados no llegó todavía la reparación, y el que va a grandes obras pública, si bien importante para el crecimiento, es poco intensivo en empleo.
En resumen, el shock redistributivo que redujo el consumo no fue compensado por el mayor déficit y, lo que es más grave aún, no fue compensado por una mayor inversión o mayores exportaciones.
Los motivos son conocidos, la caída en el consumo que generó una capacidad ociosa de 35 por ciento, altas tasas que frena el consumo y la propia inversión; apreciación del tipo de cambio real que desestimula las exportaciones no primarias, promueve la importación y no incentiva la inversión, incertidumbre sobre la sostenibilidad de esta política y la probabilidad de un potencial ajuste a fines del 2017. La incertidumbre adicional sobre el primer año de Trump y sus repercusiones deteriora un panorama ya de por sí malo.
Es notable que economistas tributarios de la idea del equilibrio general, como los que diseñan la política monetaria y cambiaria, hayan subestimado la retroalimentación que podía ocurrir ante un shock redistributivo tan importante como el que impulsaban. Por esto es limitada incluso la comparabilidad de esta recesión con las anteriores.
El fracaso de la política económica del primer año no está causado por el déficit fiscal. Incluso una parte de ese déficit es endógeno dada una recaudación creciendo solo al 23 por ciento. El fracaso es culpa de una política cambiaria, monetaria y de ingresos (salarios y tarifas) errónea.
De hecho, si quienes planearon la política monetaria, cambiaria y de ingresos pensaron que el shock redistributivo no generaría tales niveles de recesión y desocupación tenían un error de diagnóstico, y si lo sabían y aconsejaron esta opción erraron de política. Llevaron así al gobierno a una mezcla de políticas inconsistente, que los inversores toman como temporaria y por la cual postergan sus decisiones para ver cómo encuentra la salida
* Universidad Nacional de La Plata, ex Jefe de Investigaciones Económicas del BCRA.
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