miércoles, 26 de julio de 2017

SANTA EVITA / A 65 años




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"Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas." 

Evita.-







Intento describir lo imposible, es una tarea vana, lo sé, asumo presuntuoso ese riesgo; no se trata de la mujer ni de la líder espiritual como se la llamó alguna vez, es más, muchísimo más, es la suma de las creencias populares, las aspiraciones, los deseos, los sueños, las Utopías, el símbolo como expresión colectiva para vivir una realidad. 

Lo que intento describir es a un imponderable histórico,  a un icono vital, perenne y eso ya es demasiado... Ajeno a este propósito que dejo al demiurgo de la historia, mi semblanza irá por lo asequible, lo que ella es desde la sangre y el espíritu de los más humildes, aquellos que veo todos los días, que van y vienen en los trenes, en los colectivos, trabajan en las oficinas y en las industrias, estudian y  pelean por justicia, cartonean por las oscuras avenidas de la abundancia, patean la calle para parar la olla y todos, todos ellos, llevan algo que los asemeja a esa mujer inolvidable, aunque no lo sepan: indisolubles transitan sus existencias portando siempre algo que los identifica con ella. De eso,  tal vez,  pueda decir algo...

Desde la pobreza y la marginación, desde la soledad y el anonimato, podría haber resuelto su vida en el rencor y el resentimiento y sin embargo, en el ardor de su naturaleza se fue construyendo una mujer excepcional, con un sentido de la fidelidad y de la lucha por su pueblo inconmensurable. Desde ese espacio de poder al que llegó un día de la mano de Perón y  que supo ocupar como nadie, no lo hizo más que para dar todo por su clase, los trabajadores, los silenciados y humillados obreros. Hombres y mujeres en ese mundo de machismo abrumador y dominante, donde ella, avasallante, le dio un giro trascendente a los derechos que debían tener. Fue más allá, la mujer no era más que una sombra en la mirada de la patriarcal sociedad, ella eso lo sabía por experiencia propia, había que rescatarla de ese pozo y traerla con toda su fuerza y sus valores, insertarla como lo que era: una persona de derechos; no sólo con el voto femenino, sino también con la impronta de su paso que trastocó la Cultura y las costumbres de su época. Lo hizo. 

¿Quién se ocupo como ella de los postergados, los últimos, los olvidados, los más infelices socialmente? Ella no dio de lo mucho que tenía ese Estado de bienestar o el modelo nacional y popular, ella sobrepasó los límites de lo que el mediocre y supino deber le pedía, dio absolutamente todo lo que era, su entrega, su pasión, su mística revolucionaria fue tan extrema que le llevó la vida misma. Decirlo con palabras y no siendo testigo directo es una cosa, pero vivirlo, haberlo visto con los hechos consumados, le da otra dimensión a los acontecimientos. Cientos de narraciones y relatos hablan de ella, de gente que de un día a otro, pasó de la relegación y el desprecio a ser una persona con derechos y dignidad. No importan tanto lo que dirán sus biógrafos, los doctos,  de su vida; lo que sí vale es ese fuego, esa memoria abrasadora que la vincula eternamente con el pueblo de generación  en  generación: el Mito. Pero es el Mito presente, ahora y hoy, que habita entre nosotros, redivivo una y otra vez por la conciencia colectiva. En ese lugar donde los dioses de las revoluciones, el pueblo, los cabecitas negras, "cocinan" sus emblemas, ella junto a aquel hábil coronel fue el 17 con todos los obreros de las fabricas y talleres, ella fue la descamisada con sus amados homólogos en la plaza de todas las plazas, ella fue el alma del combate contra la burguesía y la poderosa oligarquía de su tiempo. 

El odio de esa oligarquía la constituyó en su antítesis, no hubo "mejor" odio que aquel para hacerla "la perona", "la puta" que amó con locura a su amado General. El mismo odio que enajenado pintó en las paredes "viva el cáncer", cuando se moría. Sin embargo, ella pudo más, fue la síntesis superadora de esa aversión y ese encono, haciéndose un todo revolucionario. Ella ofreció en una oblación radical que enaltece, su persona, su vida y su muerte. Por eso al final de todo o en el principio de todo, la gente de mi pueblo, sencillamente desde su devoción infinita y su eterno agradecimiento, le pone velas en las casas, le reza, le pide, le canta; tiene su fotito en los roperos, en las maletas de viaje, en las cabeceras de cama junto al crucifijo, su imagen se celebra en la paredes de los barrios, en los muros, en las gomerías, en los colectivos, en los clubes, en los bares de pueblo, en los pasillos de las villas, donde siempre está sobresaliendo, evidenciando lo hermosa que era. Su portentosa figura testimonia que pervive entre los suyos, inmortal, sagrada, como bandera de lucha y guía de rebeliones.


Podría decir más y no valdría la pena, ni tendría mucho sentido, es como querer explicar el amor; simple y sencillamente sé que en la piedad de los inocentes altares populares, ella es y seguirá siendo santa Evita. Dan testimonio de ello, sus descamisados, quienes saben que la única devoción verdadera, la que ella ansiaba y quería, era "que recogieran su nombre y lo llevaran como bandera a la victoria"... 

Los fieles devotos en eso andan...



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