Francisco: ¿el “hecho maldito” del país macrista?
La Izquierda Diario
La “grieta” regresó de la mano de Francisco. Las históricas diferencias con Macri. El desaire papal y la rabia amarilla.
Cualquier acontecimiento que provenga de las cúspides vaticanas siempre tiene el condimento inquietante de la conspiración.
El lacónico encuentro entre el papa Francisco y el presidente Mauricio Macri el fin de semana en Roma no fue la excepción. Se tejieron especulaciones de todo tipo y color, y en la Argentina se reavivó la “grieta” a favor o en contra del hombre que habló más con los gestos y las imágenes que con las palabras.
El primer balance espontáneo se midió en tiempo: 22 minutos le dedicó el Sumo Pontífice al hombre que preside los destinos de su país. Arreciaron las comparaciones, que son todas odiosas, aunque algunas son más odiosas que otras: a Barack Obama le dedicó 55 minutos, la misma cantidad de tiempo que a Vladimir Putin, con Milagro Sala compartió una charla de 50 minutos y con Cristina Fernández tuvo una extendida conversación que duró 1 hora y 45 minutos. Sólo a la reina Isabel II de Inglaterra, que además es líder de la Iglesia Anglicana, le dedicó menos tiempo (17 minutos) en una reunión que fue calificada de “informal” y al día siguiente de un aniversario de la guerra de Malvinas.
Luego vino el detallado cotejo del espacio: Francisco recibió a Macri en su “oficina” (la Biblioteca del Palacio Apostólico) y no en su “casa” (la residencia de Santa Marta). Fue una corta reunión protocolar “de trabajo”, con el sabor agrio de la distancia personal.
Finalmente, se produjo el escaneo político de masas de la foto “que recorrió el mundo”, con un evidente gesto frío y hasta con rasgos de desagrado por parte del líder universal de la iglesia católica, flanqueado por el flamante matrimonio presidencial.
El macrismo rabioso estalló en el territorio salvaje de las redes sociales: el tratamiento que le había dado el Papa argentino a su presidente era una vergüenza imperdonable. “Montonero Francisco, renuncie!”, podía exigir el inolvidable personaje de Diego Capusotto y era lo menos bizarro que podía escucharse entre los rayos y centellas disparados al aire por la furia macrista.
Sin embargo, cualquiera que recorra el itinerario de la relación entre Bergoglio y Macri puede entender el desenlace de la reunión del sábado, cruzada por divergencias tanto políticas como de orden doctrinario.
En el año 2009, el PRO gobernaba la Ciudad de Buenos Aires y decidió no apelar un fallo judicial que habilitó el casamiento de Alex Freyre y José María Di Bello, lo que causó un fuerte rechazo en la Iglesia. El problema de Bergoglio no radicaba en el hecho de que se llevara adelante la “unión civil” entre dos personas del mismo sexo, estaba terminantemente en contra de que a “eso” se lo califique de matrimonio. "Faltó gravemente a su deber de gobernante", afirmó tajantemente Bergoglio en un comunicado del Arzobispado que entonces presidía.
En el año 2012, Bergoglio tuvo otra diferencia con Macri, cuando el gobierno de la CABA decidió reglamentar el protocolo habilitante para los abortos no punibles en el ámbito de la ciudad.
La no apelación de Macri, así como la reglamentación de una ley (que en realidad antes había vetado) no se debían tanto a sus inexistentes convicciones “progresistas”, como al interés de no enfrentarse al electorado porteño que apoyaba mayoritariamente el matrimonio igualitario.
Alrededor de estas dos cuestiones, Francisco se indignó “por derecha” con Mauricio Macri. El Papa que hoy es reivindicado por todo el universo del progresismo (que además olvidó sus dudosos años bajo la dictadura militar), se distanció de la derecha liberal por no ser lo suficientemente conservadora en la defensa de la familia tradicional.
Más recientemente, el Papa se enojó con las declaraciones del asesor estrella del nuevo presidente, el inefable Jaime Durán Barba, que había afirmado que “no junta ni diez votos”.
Y luego de asumido el gobierno de Cambiemos, desde Roma enviaron el mensaje de que Francisco estaría “muy molesto” con Macri por el nombramiento de Silvia Majdalani en la Agencia Federal de Inteligencia (ex – SIDE). Amiga íntima de Francisco “Paco” Larcher (número dos del área en tiempos de Néstor Kirchner), habría sido la llave para el retorno a Inteligencia (si alguna vez se fue verdaderamente) de otro Jaime molesto para Bergoglio: Stiuso. El espía que no goza de la simpatía del Papa y que ya camina nuevamente entre nosotros.
Majdalani conformaba la comisión bicameral que debía controlar la actividad de los espías que, como se sabe, siempre cumplió un rol decorativo y donde la diputada del PRO actuaba como una vocera de la vieja SIDE. “Tuvo que morir un fiscal en circunstancias dudosas para que muchos se dieran cuenta que en este país hay una Secretaría de Inteligencia. ¿Cómo puede ser que la Presidenta, después de hacer uso y abuso de la Secretaría, ahora la considere un desastre?”, interrogó en su intervención en la Cámara de Diputados cuando se discutió la presunta “disolución” del organismo. Ahora, Majdalani es la nueva “Señora 8” (número dos de AFI). Una garantía para la vuelta del “desastre”, que en realidad nunca se fue.
La preocupación del líder de la iglesia mundial por los sótanos de la democracia argentina tiene motivos políticos. Los descompuestos servicios de inteligencia son un factor potencial de crisis políticas (Nisman!), además de un aparato autónomo de negocios turbios. Al margen de que Bergoglio no estuvo exento de las escuchas de Situso, cuando era un espía “del proyecto” y el actual papa, “el jefe espiritual de la oposición”.
Todas estas diferencias de orden “doctrinario” o “táctico” se enmarcan en una mayor, de carácter estratégico.
Sciolismo o barbarie
Es conocido públicamente que Daniel Scioli era la apuesta de Bergoglio para la transición argentina. Francisco conoce la crisis que atraviesa el país y desde que llegó a la Santa Sede se postuló como un garante de la paz social para un ajuste gradual. Entre otras cosas, porque no puede darse el lujo de que estalle una crisis social incontenible en su país de origen. Consideraba que el candidato del FpV era el hombre ideal para encarar ese desafío.
El programa de shock del gobierno de Macri le parece un tanto aventurero (en un mundo dónde el neoliberalismo produjo crisis catastróficas, entre ellas, la de la propia iglesia), no tanto por diferencias de “principios” como por las consecuencias prácticas que puede traer aparejado: el aumento de la conflictividad social, es decir, el fantasma de la lucha de clases.
No se trata de un enfrentamiento entre el jefe de una “CEOcracia” de “opción por los ricos” y el nuevo líder de una iglesia jugada por los pobres, sino de dos maneras de entender cómo se defienden los mismos intereses sin que el sistema vuele por los aires.
Peronista y jesuita al fin, Francisco es después de todo un experimentado en el arte de la contención.
El macrismo emocional, que en muchas ocasiones funciona en espejo con el “frepasismo rabioso” del núcleo duro kirchnerista, no entiende esta función estratégica que Francisco se auto-adjudica para la Historia y la posteridad.
Mientras la amarga foto del encuentro los convence de que el Papa se ha convertido en el “hecho maldito” del país macrista, el Bergoglio de siempre se sigue postulando como “hecho bendito” del país burgués, aunque haya desairado de forma un poco grosera a uno de sus hijos pródigos. En sus fueros íntimos, Francisco habrá exclamado: “perdónalos Señor, no saben lo que hacen”.
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