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Otra vez el fin de la Historia
Por Martín Granovsky
Desde que la Casa Blanca anunció el viaje de Obama circuló una pregunta: ¿era bueno que la visita incluyera el 24 de marzo, justo a 40 años del golpe militar?
Nadie puede descartar una sorpresa en sintonía real con los derechos humanos por parte de Obama hoy mismo, por la mañana, cuando rinda homenaje a las víctimas de la dictadura en el Parque de la Memoria. Sin esa sorpresa eventual, hasta anoche sus palabras y sus actos mostraron a un presidente incapaz de ser crítico o autocrítico con el papel jugado por los Estados Unidos en los años de plomo. Es un contraste notable con sus discursos en Cuba. En la isla Obama dijo que la política norteamericana hacia Cuba, o sea la hostilidad abierta y el bloqueo, había sido inútil y no había producido resultados. Y aunque no se privó de expresar su deseo de que los cubanos imiten el sistema político de los norteamericanos (deseo que por supuesto estará acompañado por las correspondientes estrategias) dijo su frase histórica “Cuba es soberana”. Un gran título entre otros posibles.
Ayer en la Casa Rosada el periodista Martín Dinatale le preguntó si haría alguna autocrítica “sobre el papel de los Estados Unidos durante las dictaduras que padeció la región”.
La respuesta de Obama no dejó ningún título claro. Y no hace falta ver las cuatro temporadas de House of Cards para entender que los presidentes norteamericanos primero ensayan temas y respuestas y luego suelen ser concretos y sintéticos, de modo que si no lo son es porque no quieren serlo.
La explicación de Obama, que puede ser releída haciendo click en http://1.usa.gov/1q2PsBr, incluyó estos puntos:
- La historia de la política exterior norteamericana tiene momentos de gloria y momentos “contradictorios con lo que yo creo que los Estados Unidos debe promover”.
- “No quiero meterme con la lista de todo lo que hicieron los Estados Unidos en los últimos cien años”.
- “Es verdad que en los ‘70 el reconocimiento de los derechos humanos, cómo encaramos la política exterior y cómo encaramos la diplomacia, fue tan importante como la pelea contra el comunismo”.
La intepretación posible sería ésta:
- Es verdad que la historia de los Estados Unidos en América Latina tiene aspectos criticables, aunque no todos.
- Los Estados Unidos muchas veces no optaron por defender los derechos humanos.
- Los Estados Unidos más bien optaron por privilegiar lo que entendieron como lucha contra el comunismo en la Guerra Fría por sobre la preservación de las democracias en el continente.
Ni una crítica, siquiera hiperbólica, al ex secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger, que a sus 92 años evita ciertos lugares del mundo para no caer preso por su papel en el Operativo Cóndor, de represión en el Cono Sur. Ni una reivindicación a Jimmy Carter, el presidente que entre 1977 y 1981 alentó a que un ala de su gobierno, encarnada en el Departamento de Estado por Patricia Derian y en la embajada en la Argentina por Tex Harris, tuviera el aire suficiente para criticar públicamente a la dictadura en contraposición a la línea de Terence Todman, entonces encargado de América Latina, obsesionado por no perder la simpatía de los militares en medio de la guerra contra Moscú. Todman terminaría siendo embajador en Buenos Aires entre 1989 y 1992. El embajador de las relaciones carnales que seducía a Carlos Menem con palabras similares a las utilizadas ayer por Obama con Macri: “La Argentina retoma su papel de líder en la región y en el mundo” mediante “las reformas para conectar a la Argentina con la economía mundial en solo 100 días de reformas”.
El presidente norteamericano anunció que reconocerá “el coraje y el heroísmo de la gente que se opuso a las violaciones a los derechos humanos”. Además de homenajearlos, ¿Obama dirá hoy lo que no dijo ayer? ¿Avanzará en la revisión del pasado o repetirá la frase de su asesor para América Latina Mark Feierstein, para quien la visita a la Argentina versaría solo sobre el futuro? La tesis de Feierstein y las respuestas dadas ayer por Obama tienen un pequeño problemita: la fecha del viaje. No solo hoy es 24 de marzo sino que, encima, es una conmemoración redonda. Lleva el número 40. O los consejeros de Obama le reservaron una sorpresa para hoy o hicieron una lectura frívola de la cuestión. Quizás creyeron de verdad que la lucha por los derechos humanos comenzó con Néstor Kirchner en 2003 y, como no entendieron su continuidad antes y después de esa fecha, resolvieron minimizar el tema. Tal vez fue otro modo de marcar que una nueva y gran etapa acaba de empezar en América Latina con la asunción de Mauricio Macri. Es decir que para atrás no hay nada rescatable y que, además, la historia no es una fuente de acumulación de experiencias.
Macri aportó lo suyo. El Presidente presentó el 24 de marzo de 1976 como el momento que “consolidó la época más oscura de la Argentina”.
Tanto Obama como Macri se abstuvieron de nombrar la categoría “terrorismo de Estado”. Puede entenderse que antes de 1976 también la Triple A fue una forma de terrorismo de Estado –y cada vez hay más opiniones jurídicas en ese sentido– pero la historia indica que hace exactamente 40 años comenzó la etapa más sistemática de violaciones a los derechos humanos conocida por la Argentina en toda su historia. La visión de Obama y Macri atrasa. Aun no llegó al 10 de diciembre de 1983 y menos al Nunca Más y el Juicio a las Juntas.
El fondo del problema tal vez sea el apuro de Washington por iniciar un nuevo ciclo histórico. Si se exceptúa el gobierno de Hugo Chávez, que entre 1999 y 2001 convivió dos años con el de Bill Clinton, George Bush, que asumió en 2001, y Barack Obama, con estreno en 2009, fueron los presidentes norteamericanos coetáneos de los procesos iniciados por Luiz Inácio Lula da Silva (2003), Néstor Kirchner (2003), Tabaré Vázquez (2005), Evo Morales (2006), Michelle Bachelet (2006) y Rafael Correa (2007).
Ni Clinton ni Bush ni Obama sintonizaron con esa Sudamérica que buscó salir de la crisis inspirándose más en Franklin Delano Roosevelt que en el Che Guevara. Los presidentes sudamericanos a veces fueron pragmáticamente audaces, como cuando rechazaron en 2005 la formación de un Area de Libre Comercio de las Américas, y a veces excesivamente desafiantes, como cuando el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ordenó requisar material de un avión militar norteamericano. Pero ninguno, ni siquiera el Chávez que proclamó un socialismo del siglo XXI, buscó abandonar la economía de mercado ni atacar con violencia objetivos civiles, militares o empresariales de los Estados Unidos.
En medio de la disgregación soviética Francis Fukuyama se preguntó en un trabajo de 1989 si no habría llegado el fin de la historia. Hablaba no solo del término de la Guerra Fría sino del comienzo de una etapa de “universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano”. La sensación que dejó el primer día de convivencia entre Obama y Macri es que ambos quisieron anticipar festivamente el fin de la historia en Sudamérica. Al menos de una historia concebida como intervención del Estado, reforma social e integración.
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