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La deuda volvió para quedarse
La deuda y su perdón como condición para el desarrollo de las comunidades está en el origen de los textos sagrados. Tanto los escritores hebreos de la escuela del profeta Oseas como Jesús de Nazaret, elaboraron un proyecto de comunidad surgido de las entrañas del pueblo campesino y contra la explotación del imperio y el sacerdocio. El perdón de las deudas, originario de ambos proyectos y escrito en el Padre Nuestro, fue reemplazado, con el neolibrealismo, por el perdón a las “ofensas”.
Por Rubén Dri*
(para La Tecl@ Eñe)
La Deuda es un sujeto que se presenta como una dama cuya presencia en la humanidad es posible detectarla desde sus inicios, siempre en compañía de otra dama, llamada “Propiedad”. El código de Hammurabi del siglo XVIII aC le dedica 120 de las 282 leyes que contiene.
Así comienza la saga de la pareja deuda-propiedad: “Si un señor roba la propiedad religiosa o estatal, será castigado con la muerte. Además el que recibió de sus manos los bienes robados será también castigado con la muerte”, con lo cual el dúo se transforma en trío. La muerte siempre rondará amenazadoramente al dúo.
Es un dúo que siempre está en conflicto, cuyo desenlace requiere la presencia del tercero, en discordia, la muerte. La deuda exige el pago sin importarle su costo. Hay que pagarla y en ello el deudor sentirá siempre los pasos de la muerte.
En el proceso de construcción de las primeras sociedades humanas, en la Media Luna de las Tierras Fértiles, que desde el cuatro mil aC se fue desarrollando hasta alrededor del mil doscientos, los sectores sociales que se hicieron con el poder se protegieron siempre con la intervención de la dama “Propiedad” a su favor.
En el siglo IV un grupo de escritores hebreos que pertenecían a la escuela del profeta Oseas del siglo VIII, elaboró un proyecto de sociedad en la cual se establecía: “Al cabo de siete años perdonarás las deudas” y lo fundamentaba en que en esa sociedad “no debía haber pobres”.
Era un proyecto que surgía desde las entrañas de un pueblo campesino cansado de perder su cosecha y más aún su propiedad, e incluso su mujer y sus hijos en manos de los terratenientes, los nobles y cortesanos.
Cuatro siglos después, en una pobrísima aldea montañosa de la Palestina nace un tal Jesús que, sujeto y testigo de la súper-explotación a la que era reducido el campesinado en manos de la casta sacerdotal, y sobre todo del imperio romano, se transforma en el líder profético de un movimiento liberador.
El país había sido incorporado al imperio romano, de modo que los tributos que debían pagar los campesinos se habían aumentado de manera exorbitante. Comienzan a perder sus campos, las familias extendidas de múltiples miembros se desintegran, el hambre y la esclavitud se enseñorean en el territorio.
Enfrentar al imperio y al sacerdocio, o morir en la miseria y la humillación. Jesús elige el primer camino y se da a la tarea de la conformación del movimiento liberador. Movimiento político-religioso, bien empapado de la tradición de los movimientos proféticos que jalonaban la historia del pueblo hebreo.
Menester era, pues, que los militantes del movimiento supieran rezar de acuerdo con dicha tradición. Les enseña, entonces, a rezar el “Padrenuestro” que hemos aprendido en el catecismo parroquial que en una parte dice: “perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6, 12).
Jesús se refiere a las deudas de los campesinos, no a un mítico pecado cometido contra un dios extraterrestre, porque la propiedad de la tierra en manos de los terratenientes era el obstáculo fundamental para la conformación de la sociedad de hermanos, iguales de todos en derecho, en que consistía el proyecto del movimiento liderado por Jesús.
Se repetía lo de los profetas del siglo IV, se perdonan “todas las deudas”, porque en el proyecto de sociedad por el que lucha el movimiento “no debe haber pobres”.
¿Por qué hoy en el “Padrenuestro” las “deudas” se transformaron en inofensivas “ofensas”? ¿Cuándo tuvo lugar ese cambio? Cuando con Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II se impone el neoliberalismo, ahora, con el macrismo, reciclado para nosotros.
Si hemos adoptado el neoliberalismo, para el cual le deuda es el sujeto que ostenta la hegemonía, es un contrasentido rezar por el no-pago de las deudas. El buen cristiano debe ser un buen ciudadano que respeta las leyes y el pago de las deudas pasa a ser la ley principal
Con el macrismo, cuyo ministro de finanzas Alfonso Prat Gay, representa los intereses del imperio que nos domina, hemos corrido a aceptar las cadenas de la Dama Deuda cuyo crecimiento tiene sólo los límites que logre ponerle la lucha popular.
Ya hemos entrado en el proceso infinito de una deuda que no cesará de crecer y que la deberán pagar nuestros hijos, nietos, biznietos, “hasta que los trague el hoyo o hasta que venga algún criollo en esta tierra a mandar”, como dice el sargento Cruz del Martín Fierro.
Ese criollo sólo puede ser el movimiento nacional, popular, democrático, latinoamericano, que “crece desde el pie”.
Buenos Aires, 10 de octubre de 2016
*Filósofo y teólogo. Autor del libro "La hegemonía de los cruzados: la iglesia católica y la dictadura militar", Editorial Biblos, 2011
http://www.lateclaene.com/
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