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"Macri no vino a representar las expectativas de algunos contra el supuesto autoritarismo de Cristina Fernández; vino a aplicar un programa de ajuste a favor de una reducida minoría. Y esa minoría quiere un gobierno de dominación abierta, sin concesiones. Estos rasgos de totalitarismo en un gobierno elegido son señal de alarma, sabiendo que el liberalismo local no ha tenido problemas en asociarse con dictaduras. El programa de ajuste contrario a las clases populares y trabajadoras no admite el disenso. Aún no vimos dirigentes agrarios ofuscados por todo esto que tanto les “molestaba” en el gobierno anterior."
04-02-2016
Cambiamos para peor
Macri y la dominación de clase
Los casi dos meses de gobierno de Cambiemos-PRO ha sido contundente en su claridad, ejecutando un programa sin fisuras, a una velocidad extrema que trata de sacar el máximo provecho combinado de los “primeros 100 días” y la temporada estival. Aunque por velocidad no tiene comparación en la historia nacional, sí la tienen los lineamientos de su programa, lo que permite una caracterización temprana. Y ésta nos habilita a certificar nuestro diagnóstico previo: se trata de un gobierno representante de las fracciones desplazadas dentro bloque en el poder durante el kirchnerismo. Concretamente, se trata del capital agropecuario y el extranjero financiero y de servicios. Estas fracciones prefieren una forma de dominación con menores mediaciones, más directa, y esto es lo que el gobierno del Gerente de la Nación representa.
Representación de clase en el kirchnerismo
Hemos sostenido antes que el kirchnerismo fue la representación política de una fracción del bloque en el poder, concretamente, la burguesía industrial. Esto significa que esa clase fue la que orientó las líneas centrales del proceso político con sus ideas, valores y proyectos. Duhalde (2002-2003) había sido más explícito en este sentido, al nombrar directamente como funcionarios a dirigentes industriales (De Mendiguren) o cuadros de la UIA (Lavagna), subordinando el empleo a la producción como valor social, de la mano de la doctrina social de la Iglesia Católica.
Durante el kirchnerismo, esta representación se hizo más esquiva, pero no por eso menos certera. El hecho de que la forma específica de inclusión social que el gobierno promovía fuera el empleo, y especialmente, el empleo industrial, es una pista clara en este sentido. Que simpatizantes kirchneristas defendieran la “reindustrialización” del país es otro indicador. Los representantes del capital industrial, o una parte de ellos, entendieron que para poder llevar adelante sus propuestas necesitaban considerar las de otros, hacer concesiones. Eso los volvió los grandes beneficiarios de las políticas públicas, desplazando dentro de ese bloque de poder a las fracciones agropecuaria y de servicios. La financiera fue relegada en un primer momento, pero las concesiones fueron creciendo en el tiempo, siendo el sector de mayores ganancias los últimos años. Ninguna de estas fracciones perdieron su posición de poder privilegiado, simplemente, fueron desplazadas de la dirección del proceso.
Esto fue lo que la Mesa de Enlace agropecuaria impugnó en 2008: sus ganancias seguían siendo siderales, el malestar era no dirigir el proceso. El problema fue que, en su origen, el proyecto fue excesivamente corporativo, es decir, centrado en intereses particulares (“bajar las retenciones”), lo que hacía difícil que otros se sintieran parte de ese reclamo. Hacer sus propuestas más generales, presentarlas como de la sociedad, fue el trabajo al que confluyeron los partidos políticos de oposición.
La crítica liberal (y demagógica) al kirchnerismo
La ciudadanía vota partidos políticos, y estos para ganar necesitan presentarse como representando a la sociedad, a pesar de que, en definitiva, como el nombre lo indica, son una parte. Casi todo el pan-radicalismo (UCR, ARI, GEN), el PJ en oposición (Peronismo Federal) y el recién aparecido PRO contribuyeron en diferentes cuotas a representar ese sector de clase en litigio, como una estrategia para desplazar al gobierno. El discurso que finalmente elaboraron para presentar la parte (fracciones del bloque en el poder) como el todo (la comunidad argentina) fue uno que combinó liberalismo y republicanismo en cuotas dispares. Las críticas a una supuesta falta de libertades bajo un Estado leviatánico provenía de la primera tradición política, y la falta de división de los poderes y ética pública (corrupción) de la segunda.
El discurso de campaña del PRO-Cambiemos se basó en el argumento de que el gobierno de Cristina Fernández había acaparado el poder del Estado, constituyendo un régimen que avasallaba las libertades individuales y la división de poderes, utilizando prácticas corruptas, y en última instancia, autoritarias. Siempre según la lectura de Cambiemos, el gobierno kirchnerista se había erigido en una suerte de un monstruo omnipresente y pedante, que se peleaba con la sociedad argentina, queriendo polemizar sobre todo, alterando la natural paz social. Este discurso sirvió para ordenar disgustos que existían en la sociedad, incluyendo parte de las clases populares, bajo una dirección específica en oposición a la fuerza en el gobierno. La alianza Cambiemos fue la forma concreta con la cual enarbolaron este programa, y finalmente, ganaron la elección.
Estos argumentos no los inventó Macri, sino que fueron largamente construidos, ensayando y tanteando, a través de los partidos políticos y los grandes medios de comunicación. En gran medida, responden a los reclamos que la Mesa de Enlace puso sobre la mesa en 2008, aunque con cierta torpeza política. En aquel entonces su argumento era que los impuestos “distorsivos” alteraban el normal funcionamiento del negocio agropecuario, asfixiando la actividad, y que había que quitarlos para que el país pueda crecer. Negocio fue reemplazado lentamente por sociedad, e impuestos distorsivos por toda la actividad del gobierno. La resolución de aquel conflicto pasó por el voto en el Congreso, donde las diferentes fracciones del capital tienen representación, frente a la dirección unificada del gobierno, donde sólo una fracción comanda el proyecto social y económico. Ahí apareció el argumento de la división de poderes.
Estas ideas no son nuevas: constituyen la matriz del liberalismo, a la que le agregaron algunas dosis de republicanismo. El liberalismo como ideología política surgió en Europa en la lucha contra los Estados absolutistas, y por eso enfatiza las libertades civiles y económicas frente a los gobiernos. En cambio, en nuestro país, el liberalismo casi siempre se combinó de una manera extraña con el conservadurismo: nuestras elites abrazaron el liberalismo económico, pero fueron retrógradas en materia de libertades políticas y civiles. La muestra más evidente de esto fue la dictadura militar. Incluso el regreso a la democracia estuvo marcado por la lectura liberal: las instituciones defendidas como democráticas en realidad enfatizaron la representación territorial con el voto esporádico, quitando todo resabio de democracia social o económica (recordemos cómo le fue a Alfonsín cuando habló de que con la democracia se come y se educa). Del republicanismo sólo se tomó la división de poderes, quitando toda idea de bien común y educación ciudadana. Es decir, el liberalismo fagocitó ideas democráticas y republicanas, y las ajustó a su medida.
En cierta forma, parte de esta forma de entender la política fue lo que colapsó en 2001. El kirchnerismo lo supo leer, al ajustar su discurso a la idea de una democracia “con contenido”, una democracia con derechos sociales y económicos, además de los políticos y civiles. No estamos evaluando sus logros en este sentido, sino remarcando cuál fue su propuesta de programa. Los derechos de nueva generación (ley de medios, de género, etc.) y la idea de la inclusión social eran, en el discurso oficial, una democratización de la democracia. Para ejecutar esto, el Estado debía crecer, y esto no era un problema para el pensamiento democrático: lo era para el liberal.
Cambiemos vino a enarbolar de nuevo esa bandera, la del liberalismo. Esta vez con menos “contaminaciones”: despojado del énfasis en la democracia (que veladamente viene a combatir) pero también del componente conservador que tradicionalmente lo acompañó en nuestro país. Aunque persisten conservadores en el “equipo” de Cambiemos, su impronta general es de liberales de pura cepa. Los elementos ajenos incorporados vienen de esa versión reducida del republicanismo, que serían prontamente desechados.
Representación en el Estado
Una vez en el poder, Cambiemos mostró sus sesgos reales. Combinó funcionarios que son representantes directos del capital más concentrado y extranjerizado en algunos ministerios (petroleras en Energía, automotrices en Transporte, servicios tecnológicos en Cancillería, la banca internacional en Economía) con viejos políticos en otras áreas. No son todos gerentes, pero sí los suficientes para mostrarle a los capitalistas para quién quieren gobernar. Durante el período de elecciones, todas las organizaciones del capital concentrado se habían reunido para discutir sus necesidades, y el acuerdo común más amplio fue el de “reglas claras”. ¿Qué significa esto? Que no existan dudas de cómo se va a resolver cualquier conflicto, como existían con el kirchnerismo, donde la política intervenía a menudo. Un esquema político donde los ganadores estén claros. Esto les otorgó vínculos directos que permitió, por ejemplo, la rápida gestión de nueva deuda externa con la banca extranjera y el contacto veloz con las trasnacionales en el Foro de Davos.
Estos primeros casi dos meses de gobierno, nos han mostrado la cara real de su gestión. La eliminación de los controles de comercio y financieros fueron el primer anuncio, de acuerdo con el viejo reclamo agropecuario y acorde al discurso liberal de “dejar hacer” al mercado. La devaluación con aumento de tarifas, que impulsa la inflación y pulveriza los salarios, fue el mecanismo para explicar cómo se va a repartir el ingreso a partir de ahora. A las paritarias que recién están por comenzar (con docentes en febrero), el gobierno ya les puso un tope esperado del 20%, inferior a la inflación estimada en 35%.
Para ejecutar este programa, Cambiemos no ha tenido reparos en echar por la borda su propio discurso. Macri y su “equipo” han mostrado tres rasgos de totalitarismo que alarman:
Libertad de expresión y de prensa: Macri ha cerrado canales de comunicación (Radio Nacional Rock o 6,7,8), despedido trabajadores de esta área (Infojus), se niega a responder preguntas incómodas (episodio en Davos con Bercovich). En un episodio bizarro, se reconoció abiertamente que se espía a los trabajadores revisándoles el Facebook. Se censuró al informativo de Radio Nacional, prohibiéndoles hablar de los despidos que el gobierno está haciendo. Es decir, hay serios problemas de libertad de expresión y de prensa.
División de poderes: Macri se ha olvidado de su propio discurso, vulnerando completamente la división de poderes, tanto cuando intentó nombrar por decreto los jueces de la Corte Suprema como por el festival de Decretos de Necesidad y Urgencia, que supera a todos los presidentes anteriores. No ha tenido reparos en no respetar la ley, por ejemplo con el caso de la Ley de Medios, donde ya dos jueces y dos camaristas han fallado contra la intervención. Aquí es donde el atisbo de republicanismo se fue por la alcantarilla.
Persecución ideológica: Cambiemos hizo de la militancia comprometida un mal a erradicar de la sociedad, reemplazándolo por su versión gerencial del “voluntariado”. Los despidos en el Estado están guiados por esta lógica: se presume que toda persona contratada en los últimos años es militante kirchnerista y por lo tanto debe irse. Esto es persecución política por las ideas, lo que es un peligro terrible. Macri ni siquiera investiga si se trata o no de militantes: presume que lo son, y por ese motivo son despedidos. Si quisiera despedir “ñoquis” tendría que investigar y hacer sumarios; lo que se está haciendo no es eso. La cárcel preventiva a Milagro Sala va en el mismo sentido: presa por pensar distinto.
Macri no vino a representar las expectativas de algunos contra el supuesto autoritarismo de Cristina Fernández; vino a aplicar un programa de ajuste a favor de una reducida minoría. Y esa minoría quiere un gobierno de dominación abierta, sin concesiones. Estos rasgos de totalitarismo en un gobierno elegido son señal de alarma, sabiendo que el liberalismo local no ha tenido problemas en asociarse con dictaduras. El programa de ajuste contrario a las clases populares y trabajadoras no admite el disenso. Aún no vimos dirigentes agrarios ofuscados por todo esto que tanto les “molestaba” en el gobierno anterior.
El gobierno de Cambiemos fue votado, pero para hacerlo tuvo que esconder su proyecto. Todo lo que previmos está ocurriendo, pero más rápido y brutal de lo previsto: no era ninguna campaña de miedo, era una previsión correcta. El gobierno está cerrando todos los canales de expresión de disenso, pero no nos puede quitar la calle.
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