"Esta globalización es nueva, más profunda. Los agentes de la globalización toman en sus propias manos el manejo del Estado. El 3 de enero de este año, en este diario, Fernando Krakowiak publicó un estudio de alto valor teórico. Su título era: El país atendido por sus propios dueños. Para quienes aman las nociones de patria, Estado nacional y soberanía el panorama es trágico. Por ahora, luego de una derrota que nadie ha explicado aún, y antes de lamentarse al extremo de no pensar, tratemos de (precisamente) pensar la originalidad de la nueva situación. Se han acentuado dos cosas: 1) el dominio del imperio capitalista occidental; 2) la inserción del país en la globalización que ese imperio propugna. La Cancillería está en manos de Telecom e IBM. El Ministerio de Hacienda en manos de JP Morgan. El Ministerio de Energía, Shell. La Secretaría de Finanzas, Deutsche Bank. El Directorio del Banco Central, JP Morgan y Goldman Sachs. Y así sucesivamente. Las empresas son: Thomson Reuters, Morgan Stanley, Exxon-Esso, Axion, General Motors, Techint, Coca Cola, Banco de Galicia, Edesur y Edenor, Pan American Energy y muchas más. La globalización, que sostiene la teoría del mercado libre, no es para todos. Ama más la economía que la política y la democracia. Suele ser expulsiva y no inclusiva."
La nueva globalización
Por José Pablo Feinmann
La política imperial de los actuales EE.UU. es nueva: quiere, sin más, el dominio del mundo. Tiene, se sabe, serios rivales. Pero nadie posee el armamento y la industria de armamentos de EE.UU. Ni –menos aún– nadie tiene ni por asomo su aparato mediático ideológico-propagandístico. Estamos, sin más, ante un imperio que lo quiere todo. Que no se conformará con menos. Su formidable poder mediático convence a su pueblo (no difícil de ser convencido) de que hoy más que nunca el destino manifiesto debe hacerse realidad. (Además, EE.UU. es ahora –junto a sus fuertes aliados europeos: Alemania, Francia, Gran Bretaña– el Occidente capitalista, un bloque con unidad de miras y objetivos, tan poderoso que su única posible derrota es su implosión.)
El Big Brother Panóptico es la culminación de una obra maestra: someter por medio del goce. Pasen horas frente a Internet, jueguen a todo lo que quieran jugar, escríbanse mails con sus amigos, métanse en Facebook, escriban esas breves, ingeniosas y limitadas palabras en Twitter. Cuando lleguen al final empiecen otro. Twitter puede no terminar nunca, ser infinito. Exhiban su ingenio que antes acaso algún tonto jefe de redacción no supo reconocer y los echó rumbo a cualquier parte que no estuviera dentro del diario. Algo más (y sustancial): insulten. Llenen de insultos a quienes quieran. Es gratis. Es impune. Es anónimo. Se sacan las ganas y se acabó. Siguen siendo los mismos de siempre: simples, oscuras personas sumergidas en una vida sin objetivos, errática, que chapotean en la infinitamente poblada ciénaga de los mediocres y no ignorando que la orilla está lejos, cada vez más, para siempre inalcanzable. Al Big Brother Panóptico eso no le importa mucho. Sólo quiere saber qué hacen. Incluso a quiénes insultan. ¿Insultan a quiénes ellos quieren o insultan a sus representantes en cada rincón del mundo? El Big Brother informa: en Ecuador se está insultando mucho a la oposición del dictador Correa, ese enemigo de la prensa libre, ese autoritario fanático de la Ley Mordaza que cierra la boca del periodismo libre y con ella la boca de la libertad de expresión y con ella, sin más, la boca de la libertad que nosotros defendemos. Recuerden a nuestros niños diciendo: Freedom, Freedom, Freedom. Como zombies, de acuerdo. Los hemos sepultado con films de zombies últimamente tratando de hacer uno más de cada uno de ellos. Sin embargo, América prefiere un zombie que diga libertad a otro que diga Castro o Lenin.
En el campo estrictamente filosófico, el Big Brother Panóptico implica una revolución. El sujeto se ha centrado. Se acabó su trizamiento, su deconstrucción, su fragmentación. Este sujeto –el Panóptico– es tan perverso como Heidegger (ese olvidado filósofo campesino) solía describirlo. Sí, está al servicio de la técnica. Palabra vieja, de comienzos del siglo XX. Antes de Heidegger, Oswald Spengler escribió un libro que llevaba por nombre La Decadencia de Occidente y luego otro llamado El hombre y la técnica. La palabra técnica, para nuestros científicos, huele a naftalina. Estamos mucho más allá de eso.
Este sujeto centrado, no en la razón sino en el poder bélico y comunicacional, se entrega a constituir a los restantes sujetos. Nos van a entretener hasta morir. No es la primera vez que lanzamos esta advertencia. Porque eso quieren de nosotros: erosionar nuestra subjetividad obligándonos a ver lo que nos dan. Y eso que nos dan nos lo dan para idiotizarnos. Es la cultura de estupidización.
Pero la globalización ha cambiado. Se ha hecho más profunda. Hasta ayer apenas implicaba el dominio del imperio y el control del mundo por medio del poder bélico y el comunicacional. Ahora van por más. Hunden sus raíces en los territorios que quieren manejar, controlar. En Argentina, esta segunda derrota de la izquierda peronista debe ser analizada adecuadamente. Pareciera –por decirlo tersamente– que los sueños de unidad continental, que la unidad bolivariana, que la América latina unida que predicó Felipe Varela, luego Manuel Ugarte, luego Forja y luego muchos otros hasta llegar al último intento en el siglo XXI con Hugo Chávez a la cabeza y el Mercosur y el triunfo sobre el ALCA ha llegado a su ocaso. Pero no se vuelve a los noventa. La nueva globalización siglo XXI toma el Estado por asalto. En el siglo XIX, en el Parlamento británico, notables políticos como Richard Cobden dijeron: nada de invadir las colonias, que tengan lo suyo, que tengan bandera, himno y Estado nacional. Pero que hagan negocios sólo con nosotros. Con los negocios nos alcanza. Con eso los dominaremos. A fines del siglo XX todo el mundo académico hablaba de la caída del Estado-nación. Hay un libro paradigmático: Las culturas de fin de siglo en América Latina (1994), se trata de una compilación llevada a cabo por Josefina Ludmer de una serie de ponencias en un Coloquio de Yale. Vale la pena comparar las posiciones de este Coloquio con las del Foro realizado en 2015, en Tucumán, organizado por Ricardo Forster. El de Yale daba por terminado el Estado-nación. El de Tucumán se deslizaba en su exaltación a-crítica. El primero era expresión de gobiernos como el de Carlos Menem, que habían destrozado la noción de soberanía. El segundo aún creía vivir los días de gloria del Estado nacional. Derrotado éste, se nos presenta la administración-Macri que globaliza al Estado desnacionalizándolo. Dejando atrás todas esas “viejas” ideas de soberanía, anticolonialismo, unidad latinoamericana, Mercosur, licuación de las desigualdades y los sueños de nuestros “padres fundadores”: Moreno, Bolívar, Artigas, Varela, Mariátegui, Ugarte, Forja, Perón, Hugo Chávez y los Kirchner. Hasta se dejan atrás las tesis de los parlamentaristas británicos. Esta globalización es nueva, más profunda. Los agentes de la globalización toman en sus propias manos el manejo del Estado. El 3 de enero de este año, en este diario, Fernando Krakowiak publicó un estudio de alto valor teórico. Su título era: El país atendido por sus propios dueños. Para quienes aman las nociones de patria, Estado nacional y soberanía el panorama es trágico. Por ahora, luego de una derrota que nadie ha explicado aún, y antes de lamentarse al extremo de no pensar, tratemos de (precisamente) pensar la originalidad de la nueva situación. Se han acentuado dos cosas: 1) el dominio del imperio capitalista occidental; 2) la inserción del país en la globalización que ese imperio propugna. La Cancillería está en manos de Telecom e IBM. El Ministerio de Hacienda en manos de JP Morgan. El Ministerio de Energía, Shell. La Secretaría de Finanzas, Deutsche Bank. El Directorio del Banco Central, JP Morgan y Goldman Sachs. Y así sucesivamente. Las empresas son: Thomson Reuters, Morgan Stanley, Exxon-Esso, Axion, General Motors, Techint, Coca Cola, Banco de Galicia, Edesur y Edenor, Pan American Energy y muchas más. La globalización, que sostiene la teoría del mercado libre, no es para todos. Ama más la economía que la política y la democracia. Suele ser expulsiva y no inclusiva. La expulsión genera delincuencia e inseguridad. Algo que la lleva a incurrir en la represión y a darle un peligroso vuelo autónomo a una policía no preparada para tenerlo. Todo esto le genera problemas que llevan a ponderar el autoritarismo como etapa necesaria para consolidar la balanza de pagos, la macroeconomía. Cuando Marx –en cierta etapa– dio su apoyo a las conquistas británicas en la India citó unas líneas de Goethe: “¿Quién lamenta los estragos/ si los frutos son placeres/ no mató a miles de seres/ Tamerlán en su reinado?” Un funcionario del Gobierno-Macri, sabiéndolo o no, dijo algo semejante: “Es espantoso, pero necesario”.
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