Un nuevo campo de disputa
Por Emir Sader
La globalización neoliberal buscó imponer un nuevo sentido común en el mundo: sería imposible oponerse a la globalización económica, cada país tendría que abrirse inevitablemente hacia el mercado mundial, cada economía tendría que hacer sus adecuaciones correspondientes, con el debilitamiento de los Estados nacionales. Los grandes capitales, a su vez, buscarían desterritorializar sus inversiones, buscando las mejores condiciones de explotación de la fuerza de trabajo, de los recursos naturales, así como de acceso a los nuevos mercados mundiales.
Se pretendía que todos ganarían, salvo los que tardaran en rendirse a esa ola supuestamente inexorable y avasalladora. Los Tratados de Libre Comercio serían los pasaportes hacia ese inmenso mercado mundial, con cada región preparándose para converger con las otras en las mejores condiciones.
La unificación europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte serían apenas los primeros pasos hacia esa nueva configuración mundial que, sin darse cuenta, iba dejando hacia atrás contingentes cada vez más grandes de desamparados, de excluidos, de olvidados, de marginados, de huérfanos de la globalización. Países enteros, sectores de la economía, contingentes enormes de trabajadores, se fueron sintiendo víctimas impotentes de la globalización, que era la fiesta del capital internacional.
La actitud frente a los inmigrantes en Europa fue definitoria de la nueva configuración política e ideológica del continente. La extrema derecha se ha fortalecido en la crítica a la llegada de los inmigrantes, despertando con fuerza los sentimientos chovinistas y racistas que alimentan a esa corriente. A la vez critican la renuncia a la soberanía nacional representada por la Unión Europea y por el euro.
Al mismo tiempo en que las políticas de austeridad han pasado a desgastar aceleradamente a los partidos tradicionales, dado que tanto los conservadores como los socialdemócratas se unieron en la política suicida asumida como una especie de destino inexorable impuesto por la globalización neoliberal. La extrema derecha pasó a disputar con las nuevas corrientes de la izquierda los espacios que habían quedado vacíos por la asimilación de los partidos tradicionales a la unificación europea y a su moneda común.
El Brexit fue tan solo la proyección internacional del malestar y del rechazo a la globalización como respuesta de sus víctimas. No por casualidad sectores de la clase obrera blanca, víctimas de la desterritorización de las inversiones hacia países periféricos y, según la propaganda, de la llegada de los inmigrantes, fueron protagonistas del Brexit, al igual que componentes esenciales de la votación por Donald Trump.
Junto a esa postura, se difundió la crítica a la política tradicional, a la forma de hacer política, cada vez más parecida entre sí, de parte de los partidos tradicionales. La rotación entre la derecha tradicional y la socialdemocracia dejó de funcionar como alternancia real, para tan sólo hacer que se sucedan en el gobierno modalidades cada vez más similares de aplicación de diversas formas de neoliberalismo.
Al Brexit se suma ahora la victoria de Trump en EE.UU., que se asemeja a ella no solamente por la sorpresa respecto de las encuestas, sino principalmente como forma de protesta en contra de la globalización y de la política tradicional, de la que Washington y su más legítima representante, Hillary Clinton, son los símbolos.
La izquierda que no se ha rendido al neoliberalismo, sino que lucha por su superación, tiene que participar de esa disputa en los dos frentes: por una parte, no rendirse a la globalización neoliberal y sus tratados de libre comercio, ahora en retracción. Tiene que proponer y promover un nuevo orden mundial, del que los Brics son el eje emergente.
Y debe, a la vez, proponer nuevas formas de hacer política, distanciándose radicalmente de las formas tradicionales, con liderazgos transparentes, con estrechos vínculos populares, con crítica de toda forma de desvío de recursos públicos, con formas de rendición de cuentas regulares, con mandatos parlamentarios limitados en el tiempo, con refundación del Estado por medio de asambleas constituyentes, que genere un Estado realmente democrático, en su forma y en su contenido, representante de la ciudadanía, al que deben tener acceso en igualdad de condiciones todos los individuos.
Se trata ahora de una fase de la globalización neoliberal que se cierra con esos nuevos fenómenos, de los que el Brexit y la elección de Trump son expresiones más claras. Se abre un nuevo campo de disputas sobre la geopolítica mundial y nuevas formas de hacer política. Le toca a la izquierda formular nuevas perspectivas para estar a la altura de esos nuevos desafíos.
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