lunes, 11 de mayo de 2015

MARCAS DE UNA MADRE DESAPARECIDA EN LA DICTADURA



María Cristina Alvira, con su esposo, Horacio Martínez, y su hijo Fernando, antes de la tragedia.





EL PAIS › POR PRIMERA VEZ SE IDENTIFICA A UN NN GRACIAS A LAS HUELLAS DIGITALES DE UN VIEJO DOCUMENTO


Marcas de una madre desaparecida en la dictadura

La identificación por este procedimiento permitió que se completara toda documentación e incluso se cambiara el certificado de defunción de María Cristina Alvira, secuestrada en San Nicolás, el 5 de mayo de 1975.


Por Alejandra Dandan



Fernando Alvira tiene 37 años, es licenciado en Química, investigador del centro de investigaciones ópticas con láseres de alta potencia del Conicet. Vive en La Plata. Es hijo de María Cristina Alvira y de Horacio Martínez, dos militantes de la JUP y Montoneros secuestrados el 5 de mayo por un comando del Ejército en San Nicolás. Ese día también se llevaron a una hermana de María Cristina, Raquel. Y a Fernando, que estuvo en un orfanato hasta que sus abuelos lograron ubicarlo. Sus padres y su tía están desaparecidos. En agosto del año pasado, el Equipo argentino de Antropología Forense y el Ministerio de Seguridad identificaron la ubicación de su madre a partir del análisis de una huella digital, dormida durante casi cuarenta años en un expediente del Consejo de Guerra. La Cámara Federal porteña acaba de ordenar la rectificación de la partida de defunción. Ahora se sabe: a María Cristina la mataron el 2 de junio de 1977 en un operativo fraguado como “enfrentamiento” en la calle Canalejas de esta capital. Ella estuvo en el Atlético. Y fue enterrada como NN en la Chacarita. En 1982, y ante la falta de reclamos de esa familia que en realidad la estaba buscando, la pasaron al osario común.

“Yo tengo dos hijos, uno 2 años y medio, y otro que nació el 2 de junio del año pasado: ahora sé, el mismo día que mataron a mi mamá”, dice Fernando. “Cuando recibí la noticia me pasó algo con esto del Atlético. Hace cuatro o cinco años, estuvimos ahí trabajando con una técnica de láser distinta a la que uso normalmente. Fuimos a sacar información de fotografías y procesar datos. No obtuvimos nada, pero estuvimos ahí, en ese lugar: no en otro. No estuvimos en la ESMA. No estuvimos en Orletti. No, estuvimos ahí.”

El 26 de agosto de 2014, Carlos Somigliana, Maco, del EAAF lo llamó para darle la noticia de la identificación. Maco tenía una foto en su computadora de la autopsia de su madre, tomada en aquel momento y archivada en el expediente. “Todavía me acuerdo qué importante fue para ustedes ver esa foto”, le dice. Es que Fernando se acercó a la imagen: “haberla visto –explica– fue como estar al lado del féretro”. A Fernando lo acompañó su tía Adriana, la única hermana que sobrevivió. “Cuando tuvimos la confirmación fue muy importante, pero también fue un shock ver esa foto porque la reconocimos inmediatamente: ¡si a mí me hubiesen mostrado a esta fotografía antes no necesitaba las huellas digitales!”. Lo que más la impresionó “fue ver que tenía puesto el mismo batoncito con el que la secuestraron. Era mayo, quiere decir que habrá hecho frío. No tenía medias. La mataron en junio, eran días como los de ahora, pero mamá todas las mañanas se levantaba y decía: ‘¡Hace tanto frío! ¿Tendrán abrigo esas dos?’ Son esas imágenes que todavía duelen y siguen doliendo”.

María Cristina fue identificada con un método que compara huellas de personas inhumadas como NN durante el período 1975-1983 con las huellas ciertas de personas desaparecidas. El método es trabajado desde hace poco mas de dos años de modo coordinado entre el EAAF y el Ministerio de Seguridad. Ella no fue la primera persona identificada, pero quienes trabajan lo mencionan como el “primer caso cerrado” por la rectificación de la partida. “Es el primer caso de manera completa –dice Maco–, no el primero que surgió, pero sí el primero en el que pudo hacerse todo el proceso, que se hubiese sido mas completo si hubiésemos recuperado los restos, pero eso no se pudo hacer. Es muy importante porque cuando uno lo cuenta en el primer relato parece que fue una cosa simple, pero fue un trabajo enorme de adecuación y lo mas interesante hoy para resaltar es que hubo un compromiso de la gente que lo hacía.”

La ministra Rodríguez acentúa esta ultima línea: “Es todo un proceso en la construcción de ciudadanía: de los peritos y de la sociedad reconociendo esta cuestión. Es un proceso en el que nos falta. Que también se da con las Fuerzas Armadas que tiene que ver con un proyecto de país en el que esa construcción dependerá de todos. Mientras otros hablan de grieta, nosotros tendemos puentes, historia, verdad y justicia: una síntesis diferente”.

Aunque no les gusta hablar de números, la base de huellas NN reúne unas 3000 de aquel período, compatibles con desaparecidos. Es una base difícil, que está en permanente construcción y reconstrucción, sobre todo de calidad, pero contiene una técnica que empieza a abrir otros caminos. La estandarización del método les hace hablar de “masificación” o de “barridos” de datos con distintos efectos. Algunos, como estos: impensados con las técnicas tradicionales del uno a uno porque nunca nadie imaginó que María Cristina podía haber sido trasladada a Buenos Aires.
El caso

Los Alvira están en una mesa de reuniones en el Ministerio de Seguridad. En la punta, los escucha la ministra Cecilia Rodríguez. Está Maco y Carmen Ryan, asesora de la dirección nacional de derechos humanos a cargo del equipo de huellas. “Este ese el primer caso donde el proceso se cierra”, dice Ryan. “Cada resultado abre un proceso bastante más complejo que el resultado en sí mismo. Eso es solo una parte. Este es el primer caso con rectificación de la partida. Hay varios más que están en distinto estadio. O se tiene la identificación, pero se está buscando a la familia o están en proceso de resolución. Intervienen distintos actores. El EAAF, la secretaria de derechos humanos y la propia justicia porque cuando existe un hallazgo alguien tiene que avisar a la familia.”

Fernando pregunta números. Su tía admite que, ahora que saben, quieren más. Falta saber qué pasó con Raquel y Horacio. Fernando tiene preguntas. “¿Qué hacía mi mamá acá”, dice. Habla de paradojas. “Si ella estudiaba en Santa Fe, nació en el norte de esa provincia, se mudaron a San Nicolás a seguir militando. ¡¿Qué hacía acá?!”, le dice a Maco.

Maco responde a las paradojas. “Es una palabra hermosa”, dice. “La paradoja acá es que un sistema más tradicional, más antiguo como el sistema de comparación dactiloscópica, no se había aplicado a esta cuestión de manera masiva hasta ahora. Mientras que un sistema muy posterior como el genético, sí se pudo aplicar de manera masiva. Y lo que pasa cuando uno aplica un método de modo masivo es que encuentra muchos resultados: muchos ya se conocían y quizá se podrían haber obtenido de la manera tradicional. Pero lo más interesante es que encuentra resultados que son paradójicos: es el caso de tu madre.” Es paradójico, dice, “porque nadie pensaba que tu madre podía estar acá. Y sólo mediante el armado de este peine pudimos establecerlo”. Había un hecho; un NN; esa persona podía haber pasado por el Atlético. Pero todo el mundo siempre pensó que ese NN era una persona vista en el Atlético: este examen muestra que justo es una de las no vistas en el Atlético, tal vez parte de una enorme mayoría. “Cuando uno empieza a ver en términos no sólo de lo que se sabe –que está bien y es bueno pero también limita–, sino de todo lo que no se sabe, en ese o en otro centro clandestino, estas soluciones masivas que son complejas en el arranque y el armado, después traen casos como estos.”
La paradoja

Los Alvira eran de San Roque, una colonia agrícola en el norte de Santa Fé. María Cristina tenía dos hermanas: Raquel y Adriana. En 1977, María Cristina vivía en San Nicolás, estudiaba Bioquímica en la Facultad de Ingeniería Química, donde su hijo Fernando se recibió años más tarde de licenciado en Química. Ya estaban en pareja con Horacio Martínez, él “obviamente –comenta Fernando– era dirigente del centro de estudiantes de Derecho”. Los dos militaban en JUP y Montoneros. Había nacido Fernando, para mayo tenía nueve meses. El 5 de mayo los secuestró un grupo operativo de la Policía de Santa Fe y el Batallón de Ingenieros de Combate 101. La patota secuestró también a Raquel que estaba con ellos. Y a Fernando, que al comienzo lo dejaron con un vecino pero después el coronel Fernando Saint Amant se lo llevó al orfanato, desde donde lo rescataron sus abuelos días después. María Cristina, Horacio y Raquel fueron vistos en el circuito de centros clandestinos de San Nicolás hasta el 20 de mayo de 1977. Ahí se les perdió la pista.

“Por algún motivo, a Cristina la trajeron acá”, les dice Maco en la mesa. “Es razonable pensar que si la trajeron a ella eventualmente lo pueden haber traído a su compañero y su hermana, pero de eso no estamos seguros. ¿Por qué suponemos, en cambio, que a ella sí la trajeron hasta acá? Porque las otras dos personas que estaban con ella fueron identificadas en 1977 con la misma técnica, las huellas, pero a ella no se la comparó en ese momento con las bases de datos de huellas de Santa Fe porque si no esto hubiese saltado en su momento.”

Es cierto. En ese momento, el caso fue muy conocido. Los diarios dieron cuenta de la noticia. Las notas del 4 de junio narraban la masacre al uso de la época, con la explotación de la propaganda política, la difusión del terror, un comunicado del Primer Cuerpo del Ejército datando la existencia de tres muertes producto de un “enfrentamiento” entre “subversivos” y las fuerzas de seguridad. El hecho se produjo en la calle Canalejas, entre Acoyte e Hidalgo. Los Alvira esos días leyeron la noticia publicada en los diarios de Santa Fe. No se imaginaron que era María Cristina. Por entonces, vendían una parte del campo para financiar la búsqueda de su hijas. En México leyó la noticia una de las recién exiliadas. Y el dato la sacudió. Entre los muertos, además de esa joven de sexto femenino identificada como NN estaba José María Salgado y Carlos Alberto Gaud. A Salgado le decían Pepe, estudiaba Ingeniería y militaba en Montoneros. Hasta comienzos de marzo de 1977, había trabajado en la Superintendencia de la Policía Federal y era uno de los principales colaboradores de la agencia de noticias clandestina (Ancla). Primero lo tuvo el Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA, y luego pasó a la Policía Federal, donde lo acusaban de un atentado. El ensañamiento dejó marcas: las pericias mostraron que la Policía lo torturó y le arrancó los ojos antes de ejecutarlo. Sus padres lo identificaron el 26 de julio de ese año. El expediente siguió camino en la Justicia militar como parte de las causas del Consejo de Guerra. En esas páginas, habían quedado las referencias de la persona NN y una huella digital. A fines de 2013, el juzgado de Daniel Rafecas desempolvó el expediente como parte de la causa por los Consejos de Guerra que investiga estos asesinatos tramitados por la Justicia militar y fraguados como enfrentamientos.

Carmen Ryan recuerda cuando esa huella llegó al ministerio. “En el juzgado de Rafecas les llamó la atención que tenían un Consejo de Guerra con dos personas identificadas y un NN con las huellas. Entonces, nos mandan las huellas para trabajar con cierta urgencia. Las huellas se llevaron a Policía y como ya estaban bien cargados los originales en la base, se logró tener la identificación”, explica. “Esta era una primera parte de un proceso que logramos cerrar hace unos días con la decisión de la Cámara Federal. Esa identificación se logra porque la huella estaba bien cargada pero además porque los peritos ya estaban capacitados y habían dejado de hacer el trabajo de la misma manera rutinaria con que lo hacían antes: en vez de descartar una huella cuando no tiene la mejor calidad, ahora que saben por qué lo hacen, lo trabajan tramo por tramo, como si tuvieran una pieza en una escena del crimen.”

Fernando camina por Gelly y Obes. Acaba de dejar la reunión. Adriana viajó de Santa Fe especialmente para este encuentro. Están pensando ir al cementerio, próximos al aniversario del secuestro. Pero esta vez algo es distinto, dice él. “Este 5 de mayo no es como los otros: por lo menos mamá sabemos dónde esta.” Adriana camina al lado. “Hoy tenemos al menos una certeza. Lamentablemente nos hubiese gustado poder sepultarla en Romang, donde no- sotros nacimos, donde yo vivo. Pero también yo le decía a Fernando que de algún modo ella está cerca de él, que vive acá, aunque no sepamos por dónde está exactamente en este sitio tan enorme que es la Chacarita.”





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