domingo, 24 de mayo de 2015

REVOLUCIÓN DE MAYO: ESCRIBEN HUGO CHUMBITA Y OTROS DESTACADOS AUTORES






1810 – 25 de Mayo - 2009




Hugo Chumbita














Proyecto de liberación del dominio colonial español y de otras formas de subordinación a los intereses de las grandes potencias que influían en el mundo.




PRINCIPIO 37°: TODO PROYECTO NACIONAL ES GENERACIONAL 

(Belgrano, Artigas, Moreno, San Martin, Monteagudo, Dorrego O´Higgins) 




Examinando la condición social de los líderes revolucionarios, advertimos que:


- Belgrano era hijo de un comerciante de origen genovés que había perdido su fortuna al ser procesado por un caso de corrupción en la Aduana 77 ;

- Artigas era un jefe de gauchos que había roto lazos con la ciudad, ex contrabandista indultado para ser capitán de Blandengues 78 

- Moreno provenía del hogar de un funcionario de hacienda, medianamente ilustrado pero pobre de recursos;

- San Martín era prácticamente un descastado, de origen mestizo según testimonios de la tradición oral, y

- Monteagudo era otro mestizo de cuna humilde que había padecido impugnaciones por la condición de casta de su madre 79 ;

- Dorrego provenía de una familia portuguesa, por ende sospechosos de ser judíos conversos;

- O´Higgins era hijo natural de un ex virrey y una campesina criolla, que por ello no había podido ingresar al ejército en España.


Por un motivo u otro, ninguno de ellos entraba en el canon de posesión de fortuna y “pureza de sangre” que constituían los títulos de pertenencia a la aristocracia colonial y a los círculos de sus pretendidos sucesores.



PROYECTO NACIONAL DE LA INDEPENDENCIA

1800-1850




PRIMERA PARTE


La conciencia de la prioridad de la independencia, la liberación de la dominación externa, las demandas por la emancipación y derechos de todas las clases sociales y la idea de la revolución como modelo de cambio social. Como también el ejemplo de la movilización de todos los sectores del pueblo por la causa común, la concepción de la misión del Ejército como defensa de la patria, la solidaridad con los países suramericanos del mismo origen, el federalismo como forma de organización del Estado, el liderazgo de los movimientos populares y la figura del gaucho como símbolo de la libertad y la rebeldía nacional .San Martín demuestra de qué somos capaces los argentinos. El cruce de los Andes, como enseña Cirigliano, fue en aquella época equivalente a lo que más tarde sería llegar a la luna. El eje central, liberar liberando, marco el derrotero suramericano, de solidaridad y de libertad que para ser tal debe ser compartida.

Por Hugo Chumbita


Introducción


Principio 7º: Todo proyecto de país es metahistoria.


El proyecto nacional de la emancipación confiere un sentido a la historia argentina en la primera mitad del siglo XIX. Es el proyecto de liberación del dominio colonial español y de otras formas de subordinación a los intereses de las grandes potencias que influían en el mundo de aquel tiempo.

Implica la inauguración de un nuevo orden político y una profunda transformación de la sociedad colonial, en la cual se liberan las energías y las demandas del conjunto del pueblo.

Surge con la llamada generación de 1810, y su expresión más nítida es el programa de los dirigentes que conciben y conducen la guerra por la independencia. Aunque el enemigo frontal son los realistas, existen otras acechanzas exteriores, que tienen su correlato en la oposición interna que deben enfrentar los jefes revolucionarios.
El marco internacional en aquella época es la difusión de los grandes cambios que imponían, a partir de sus centros en Gran Bretaña y Francia, la revolución económica industrial y la revolución política del liberalismo.

La declinación del Imperio español fincaba en la imposibilidad de dar respuesta a esos desafíos.
La viabilidad del proyecto independentista dependía de que los países sudamericanos pudieran desarrollar, en tal contexto, las bases políticas, económicas y sociales de su autodeterminación, como habían comenzado a hacerlo las ex colonias norteamericanas.
Pero la estrategia del ascendente Imperio Británico, y en general las ambiciones de las potencias europeas, conspiraban contra la plena independencia de estas nuevas repúblicas, a las que trataron de controlar e incorporar a su radio de influencia por vía del comercio, la diplomacia, e incluso la agresión armada, practicando viejas y nuevas formas de colonialismo.

Un sector importante de la elite, afirmado en los negocios del puerto de Buenos Aires, va a inclinarse a favorecer esa estrategia y tendrá su expresión en los planes del círculo rivadaviano para implantar en nuestro país el modelo de la sociedad europea.
En la década de 1820, el proyecto de la emancipación logra imponerse por las armas en la guerra contra España, pero la construcción del Estado republicano tropieza con graves contradicciones políticas y regionales.

En las provincias del Plata, el conflicto entre unitarios y federales representa la exacerbación de las luchas internas de la década anterior, que se plantea entonces entre el partido de la elite y los caudillos provinciales formados en las filas de los ejércitos patriotas.
Las contiendas civiles llegan a un punto de ruptura, que conlleva el riesgo de la disgregación territorial, y de ese conflicto emerge como solución la dictadura de Rosas, que si bien proscribe a los unitarios, en otros órdenes propone una transacción de las tendencias en pugna. Frente a una oposición que se convertía en aliada de las potencias imperialistas, aquel gobierno mantuvo una política económica independiente y defendió la integridad del país contra los ataques externos.

En la primera parte del trabajo consideramos el período revolucionario de la independencia, de 1806 a 1820, que va desde la movilización que suscitan las invasiones inglesas hasta la disolución del gobierno nacional del Directorio.

En la segunda parte tratamos el período de 1820 a 1835, que podemos ver como una etapa de transición, en la cual se constituyen las provincias, se despliega el programa unitario y el proyecto independentista encuentra sus continuadores dentro del movimiento federal.
En la tercera parte analizamos el período que comienza en 1835 con la consolidación del régimen rosista, que en algunos aspectos centrales asume la defensa del proyecto nacional de la independencia, hasta su caída en 1852.

Presentan

14 siglos de Historia, 7 Proyectos de país. ¡Vamos por el 8º!


Este trabajo de Investigación realizado Hugo Chumbita - junto a los investigadores que han tenido a su cargo esta etapa del Proyecto Umbral que son Jorge Bolívar, Armando Poratti, Mario Casalla, Oscar Castellucci, Catalina Pantuso y Francisco Pestanha- inspirados en el saber, en el pensamiento situado y en la propuesta metodológica del maestro Profesor Gustavo Cirigliano, ha sido llevado cabo con el auspicio del Sindicato Argentino de Docentes Privados SADOP, el Sindicato Único de Trabajadores de Edificio de Renta y Horizontal SUTERH, el Instituto para el Modelo Argentino IMA y en Centro de Estudios para la Patria Grande SEPAG bajo la coordinación político académica de Horacio Ghilini, Víctor Santa María, Daniel Di Bártolo y José Luis Di Lorenzo.

La secuencia de Proyectos de País que se aborda:


1. Proyecto de los habitantes de la tierra (600-1536). por Fco. José Pestanha.
2. La Argentina hispana o colonial (1536-1800), que aborda Mario Casalla.
3. Las Misiones Jesuíticas (1605-1768), a cargo de Catalina Pantuso.
4. Independentista (1800-1850), investigación a cargo de Hugo Chumbita.
5. El Proyecto del 80 (1850-1976), a cargo de Jorge Bolívar.
6. El Proyecto de la Justicia Social (1945-1976), por Oscar Castellucci
7. El Proyecto de la sumisión incondicionada al Norte imperial y globalizador (1976 – 2001…)


Por Armando Poratti.



PRIMERA PARTE

REVOLUCIÓN Y GUERRA POR LA INDEPENDENCIA


( 1 8 0 6 - 1 8 2 0 )


Principio 22°: Todo proyecto nacional tiene un comienzo y un cierre en vinculación con su viabilidad dentro del marco mundial.


En la primera etapa que consideramos, desde la resistencia a las invasiones inglesas en el Río de la Plata en 1806 y 1807, hasta la disolución del Directorio de las Provincias Unidas en 1820, la lucha por la independencia se superpone con la guerra.

Según veremos, los patriotas más decididos impulsan la movilización política y militar de todo el pueblo, y sus propuestas revolucionarias chocan en el frente interno con las actitudes más conservadoras o reformistas provenientes de algunos círculos de la elite, que debilitan los avances de la revolución sin llegar a frenarla.

El proyecto del país independiente era factible en el contexto de la revolución burguesa mundial.

Las consecuencias de aquellas convulsiones en Europa le ofrecieron la oportunidad inicial, con la crisis de la corona española.

Pero a la vez, ese mismo proceso impulsaba el ascenso del Imperio británico, cuyas miras ya estaban puestas en extender su dominación en el continente sudamericano.

Inspirados en las ideas del liberalismo europeo y español y en sus corolarios constitucionalistas, los patriotas concebían fundar una nación de personas libres e iguales. He ahí el argumento y la voluntad del proyecto; aún faltaba organizar una infraestructura económica que la sustentara.

En cuanto a la forma de gobierno, la “soberanía del pueblo” invocada por los criollos exigía tranformar la sociedad jerárquica y desigual heredada de la colonia, donde los derechos estaban restringidos a una minoría bajo el absolutismo realista.
Preparar a los nuevos ciudadanos para ejercer esos derechos se revelará como una tarea difícil de realizar de un día para otro.

Distinguimos tres vertientes del proyecto que, por encima de sus diferencias, comparten una orientación revolucionaria, americanista e integradora: la acción de los jacobinos porteños, de los federales de Artigas y de las logias lautarinas de San Martín.

A estas líneas se oponen, dentro del incipiente proyecto independentista, las posiciones de raíz elitista y europeizante que prevalecen en el Primer Triunvirato y en el Directorio.

Partimos entonces de una indagación de las propuestas explícitas de los revolucionarios, confrontadas con las de sus opositores. En la resolución de tales contradicciones se dirime el rumbo del país.

En esta fase inicial, el proyecto independentista logra triunfos decisivos en la guerra contra los españoles, pero pierde a sus principales conductores, víctimas de las disensiones que conspiran contra el desarrollo de la revolución.

La Generación Revolucionaria de 1810


Principio 37°:Todo proyecto nacional es generacional.


Dentro de la generación de 1810, los principales dirigentes que impulsaron la revolución, condujeron la guerra por la independencia y plantearon cambios políticos sustanciales, fueron Belgrano, Moreno, Castelli, Artigas y San Martín.

En los grupos que encabezaron –los “jacobinos”, los federales y las logias “lautarinas”– se formaron numerosos militantes,y muchos otros compatriotas sudamericanos compartieron la misma causa, ya que el proyecto de la emancipación era esencialmente una empresa de dimensión continental.

En el primer nucleamiento patriota, que vemos movilizarse ya en 1806, aparecen Juan José Castelli, Hipólito Vieytes y los hermanos Saturnino y Nicolás Rodríguez Peña, relacionándose con Belgrano y Moreno.

En 1811, Artigas se convirtió en el conductor de otro polo revolucionario, que desde la Banda Oriental extendió su influjo a las demás provincias y tuvo incluso partidarios en Buenos Aires.

En 1812 se constituyó la Logia Lautaro, a la cual se plegaron algunos morenistas, como Bernardo de Monteagudo, y se dividió luego por la ruptura entre Alvear y San Martín.
En estos tres grupos revolucionarios encontramos afinidades, acuerdos y disidencias, pero sobre todo respuestas concordantes a las cuestiones nodales acerca de la lucha por la independencia y la nueva sociedad que proyectaban.

Los “jacobinos” porteños Si bien el calificativo de “jacobinos” es discutible, es usual caracterizar así al núcleo porteño que adhería a las ideas de Rousseau, los más radicales en el seno del primer gobierno patriota, que además propugnaron, como los jacobinos franceses, la aplicación de medidas drásticas contra los enemigos de la Revolución.

Las Memorias del general Enrique Martínez testimonian que el grupo de Castelli, Vieytes y los Rodríguez Peña era una sociedad masónica . Estas logias, a las cuales ingresaban incluso sacerdotes, no estaban reñidas con el catolicismo, aunque sí se oponían al absolutismo político y religioso, difundiendo el espíritu universalista y filantrópico propio del liberalismo burgués ilustrado de ese tiempo.
La finalidad básica de las logias “rituales” era la ilustración de sus miembros en esos principios, pero resulta evidente que se constituyeron asimismo logias “operativas” con propósitos políticos más definidos, como fue el caso de las sociedades secretas hispanoamericanas.

Los vínculos establecidos a través de la masonería explicarían la actitud del grupo de Vieytes y Castelli y los Rodríguez Peña en la época de las invasiones inglesas, en sintonía con los planes que instaba el venezolano Miranda, cuando se discutía la posibilidad y el alcance de la intervención de Gran Bretaña en Sudamérica: algunos políticos y militares ingleses planeaban establecer una especie de colonia, protectorado o base de negocios en el Río de la Plata, y los criollos pretendían que esa ingerencia se limitara a ayudarles a independizarse.


Ver Gandía, 1 961
Corbiere, 1 998: cap. XI y XIII


La invasión de 1806 defraudó tales expectativas, pues los ocupantes exigieron acatar la corona británica y se comportaron como conquistadores, practicando confiscaciones y otorgando la “libertad de comercio” sólo con Inglaterra.

Tras la reconquista de Buenos Aires, la fuga de Beresford, organizada por Saturnino Rodríguez Peña, se habría tramado según las reglas de solidaridad entre masones, buscando que abogara para rectificar la política de su gobierno.

Tras el fracaso de aquellas gestiones, en el grupo porteño ganó adeptos el proyecto de traer de Rio de Janeiro a la princesa Carlota, hermana de Fernando VII, para lograr la independencia bajo la cobertura de su reinado.

La Logia Independencia, que se habría organizado en 1810 presidida por el joven Julián Álvarez, se cree fue un precedente de la formación de la Logia Lautaro en Buenos Aires.
Álvarez era un teólogo y jurista que dejó los hábitos para sumarse a la revolución; estuvo cerca de Moreno, participó de las reuniones del café de Marco y de la Sociedad Patriótica y colaboró luego con la campaña de San Martín.

Como redactor de La Gaceta contribuyó a una prédica democrática y, siguiendo las ideas de Rousseau que recusaban la delegación de la soberanía en los representantes, propuso encauzar la participación popular mediante asambleas periódicas, articuladas incluso con reuniones asamblearias de los habitantes de la campaña: “Cuando se ha aceptado un ‘sistema popular’, nadie puede prohibirle al pueblo que se reúna en cabildos abiertos” .

Belgrano puede ser incluido en este grupo por su formación intelectual y sus coincidencias con Castelli y Moreno. Aunque sus reflexiones y sus actitudes políticas traducen en general un pensamiento menos “jacobino”, como jefe militar no dejó de aplicar medidas de extremo rigor en circunstancias críticas.

Castelli, Saturnino Rodríguez Peña, Moreno, Monteagudo y Álvarez habían estudiado leyes en la Universidad de Charcas, cuando aún estaban frescas las impresiones de la insurrección de Túpac Amaru de 1780 y la trágica represión posterior: allí, donde eran más visibles las injusticias y las contradicciones del régimen colonial, fue donde estallaron los primeros alzamientos patriotas en 1809.

El Plan de Operaciones de la Primera Junta, que por iniciativa de Belgrano se encomendó redactar a Moreno − un documento revelador, del que se hallaron copias en archivos de diferentes países y es reconocido como auténtico por la generalidad de los historiadores− condensa el proyecto revolucionario jacobino.

En él se recomiendan castigos ejemplares contra los enemigos, utilizar todos los medios a favor de la revolución, sancionar la libertad e igualdad de las castas, suprimiendo las discriminaciones por el color de la piel, abolir la esclavitud, incorporar las masas campesinas a la revolución y organizar la economía nacional bajo control estatal.

El Plan preveía sublevar la campaña de la Banda Oriental contra el bastión realista de Montevideo y ganar para la causa al capitán José Artigas, a sus hermanos, primos y otros individuos de acción, de gran ascendiente en las zonas rurales.

Esta parte del Plan debió ser inspirada por Belgrano, quien conocía la región por la estancia que tenía allí su familia. Aunque los términos con que se califica a los jefes gauchos trasuntan cierta desconfianza hacia quienes – como el mismo Artigas – habían participado en actividades clandestinas del contrabando de ganado al Brasil, queda claro que se les asignaba un papel primordial en las operaciones.

Ver Binayán, 1 960: 12 4 y ss.


Artigas fue efectivamente atraído a la causa y se puso al frente de la insurrección, con su ejército de montoneras y con la estrecha colaboración de los indios. Incluso tentó la posibilidad de extender la revolución al sur del Brasil, según contemplaba el Plan.
Conduciendo el Ejército del Norte, Castelli actuó en consecuencia con las instrucciones que llevaba de “conquistar la voluntad de los indios” , a los que la Junta liberaba de los antiguos tributos y reconocía la dignidad de ciudadanos.

En el acto de las ruinas de Tiahuanaco, convocado el 25 de mayo de 1811, se leyeron los decretos que ponían un plazo perentorio para cortar los abusos contra los indígenas, repartir tierras, dotar de escuelas a sus pueblos, eximirlos de cargas e imposiciones y asegurar la elección de los caciques por las comunidades.

Monteagudo, redactor de aquellas resoluciones y militante del grupo morenista que integró luego la Logia Lautaro, al declarar en el juicio contra Castelli por la campaña del Alto Perú, no vaciló en declarar que ellos combatían la dominación española luchando por “el sistema de igualdad e independencia”.

Los federales artiguistas


El programa republicano radical de Artigas – entroncando con el movimiento de los llamados “tupamaros” orientales, que invocaban el ejemplo de Túpac Amaru– era una original combinación de las costumbres de las pampas con las lecturas de Rousseau: el orgullo de hombres libres de los gauchos resultaba congruente con la orientación democrática de la Revolución.


El caudillo recogía las aspiraciones del campesinado en armonía con las doctrinas liberales igualitarias, reclamando fundar el poder político en los derechos de representación de los hombres y de las regiones, todos en pie de igualdad.

Los diputados orientales a la Asamblea del Año XIII postulaban para las Provincias Unidas la forma de gobierno republicana y confederal.

Artigas contó con el asesoramiento de su sobrino y secretario, el cura José Monterroso, que conocía las doctrinas políticas de Thomas Paine y el sistema federal norteamericano.
Asimismo, los artiguistas proyectaron una constitución democrática para la Provincia Oriental, inspirada en la carta de 1780 del estado de Massachusetts.

El primer artículo declaraba los derechos esenciales e inajenables de las personas por los que el gobierno debía velar, y se establecía que el pueblo “tiene derecho a alterar el gobierno, para tomar las medidas necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad”.

Otras cláusulas establecían la educación pública universal como responsabilidad del Estado y obligación de los padres, para difundir la enseñanza de los derechos del hombre y el pacto social. Se garantizaba incluso a los ciudadanos el acceso a una recta justicia y la elección de funcionarios de gobierno que sean “unos sustitutos y agentes suyos”, porque el poder reside en el pueblo .

Estos principios se proyectaron en las acciones de gobierno que impulsó Artigas, y en particular en su plan agrario.


Ver Chumbita, 2 000: cap. 2 .
Ver Chaves, 1 944: 22 4.
Chaves, 1 944: 251 y ss.
Ver Echagüe, 1 950: 49-50.
Ver Ravignani, 1 929.

Las comunicaciones con el Cabildo de Montevideo, que representaba a los propietarios, reflejan su firme pero prudente relacióncon la elite, así como las reticencias de ésta ante las medidas más radicales.
Dada la necesidad de repoblar y poner en producción los campos asolados por la guerra, y ante las vacilaciones del Cabildo,


Artigas dictó personalmente el Reglamento de Tierras de 1815.


Antes había otorgado posesiones a sus partidarios y ocupado campos de los adversarios de la revolución, pero ahora se trataba de un nuevo orden rural, para recuperar la ganadería, poblar y distribuir la propiedad.

Las tierras no ocupadas y las confiscadas a “los malos europeos y peores americanos” debían repartirse en suertes de estancia a los solicitantes, con carácter de donación, dando preferencia a los libertos, zambos, indios y criollos pobres.

El Directorio había llegado a dictar un decreto que infamaba a Artigas como bandolero y ponía precio a su cabeza. Sin embargo, el Congreso de Oriente, reunido en junio de 1815, lo ratificó como “Protector de los Pueblos Libres” de cinco provincias disidentes: la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba.

Reiteradamente los gobernantes de Buenos Aires le ofrecieron un arreglo sobre la base de la independencia de la Banda Oriental, que él rechazó, manteniendo su proyecto de confederación.

El general José María Paz se preguntaba en sus Memorias por las causas del éxito de las guerrillas artiguistas frente a los ejércitos regulares. Aunque ciertas tácticas montoneras eran un factor no desdeñable, lo decisivo era “el ardiente entusiasmo que animaba a los montoneros” que se batían con fanatismo y a menudo preferían morir antes que rendirse.

En la raíz de este fervor, Paz no dejó de señalar “el espíritu de democracia que se agitaba en todas partes. Era un ejemplo muy seductor ver a esos gauchos de la Banda Oriental, Entre Ríos y Santa Fe dando la ley a las otras clases de la sociedad, para que no deseasen imitarlo los gauchos de las otras provincias”.

Si la agitación que cundía no era genuinamente democrática, “deberían culpar al estado de nuestra sociedad, porque no podrá negarse que era la masa de la población la que reclamaba el cambio.
Para ello debe advertirse que esa resistencia, esas tendencias, esa guerra, no eran el efecto de un momento de falso entusiasmo [...] era una convicción errónea, si se quiere, pero profunda y arraigada”.

Si bien Paz seguramente exagera, no cabe duda que el movimiento artiguista tenía fuertes componentes de democracia directa, con algunas expresiones asamblearias y prácticas que ejercitaban el poder popular armado.

En aquellos años surgían en Entre Ríos y en Santa Fe dos jóvenes caudillos que tomaron el poder y alinearon sus provincias tras el programa federal de Artigas: Francisco “Pancho” Ramírez y Estanislao López.

En Corrientes, los artiguistas se afirmaron con el concurso de jefes populares como el capitán “indio” Blas Basualdo, ocupando la gobernación don José de Silva y un oficial de las milicias rurales, Juan Bautista Méndez.

En Córdoba prevaleció durante un tiempo la fracción política artiguista conducida por los hermanos Juan Pablo Bulnes y Eduardo Pérez Bulnes y el abogado José Antonio Cabrera.
El comandante Andresito Guacurarí, ahijado de Artigas, encabezó la lucha de los guaraníes para establecer una provincia autónoma en la región misionera.

El cuestionamiento de Artigas al centralismo porteño determinó que el Directorio consintiera la invasión portuguesa a la Banda Oriental para eliminarlo, y uno de los que levantaron su voz contra esa maniobra fue el joven oficial Manuel Dorrego, condenado por ello al destierro.




José María Paz, Memorias,1954, cap. IX y X.



Los lautarinos


Los planes revolucionarios de San Martín se basaron en las logias lautarinas, en las que participaron activamente Tomás Guido, Bernardo de O’Higgins, Monteagudo y otros colaboradores del Ejército de los Andes.

Pese a la reserva que mantuvieron sus miembros, existen evidencias del papel que jugaron estas asociaciones.

El nombre Lautaro concuerda con los gestos indigenistas de San Martín, una constante en su trayectoria que le llevó a coincidir con Belgrano y otros patriotas en la propuesta de la monarquía incaica.

San Martín se había incorporado en Cádiz a la logia de los Caballeros Racionales, presidida por Carlos de Alvear. La red de la Gran Reunión Americana, promovida en Europa por Francisco de Miranda con la colaboración de Simón Bolívar, previó la acción coordinada de los patriotas que se dirigieron a las ciudades más importantes de Sud América para impulsar la revolución, y San Martín retornó vía Londres a Buenos Aires, en 1812, como parte de esos planes.

La inicial Logia Lautaro, así como las ulteriores logias lautarinas fundadas por San Martín en Buenos Aires, Santiago de Chile y Lima, constituyeron una especie de partido secreto en el que se discutían las alternativas políticas y las decisiones estratégicas.

La Asamblea del año XIII fue controlada políticamente por la Logia Lautaro, en el momento en que comenzaba a escindirse en alvearistas y sanmartinianos. Aunque en su seno hubo contradicciones, como el rechazo de los diputados de Artigas, la Asamblea reafirmó el proyecto de la emancipación, declaró los derechos de igualdad ciudadana y dictó la libertad de vientres para terminar progresivamente con la esclavitud.

La constitución de la Logia Lautaro de Chile 10, que debió ser análoga a la de Buenos Aires, ilustra sobre los principios orgánicos de estas sociedades. La logia matriz se componía de un número determinado de “caballeros americanos”, no podía ser admitido ningún español ni extranjero, y sólo un eclesiástico, el “de más importancia por su influjo y relaciones”.

Los miembros que ocuparan funciones políticas o militares podían ser facultados para crear sociedades subalternas en otras localidades.

Todos quedaban obligados a “sostener, a riesgo de la vida, las determinaciones de la Logia” y mantener el secreto de la existencia de la misma bajo pena de muerte.

El rol político de la Logia aparecía claramente estipulado en el artículo 9°: “Siempre que alguno de los hermanos sea elegido para el Supremo gobierno, no podrá deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber consultado el parecer de la Logia, a no ser que la urgencia del negocio demande pronta providencia, en cuyo caso, después de su resolución, dará cuenta en primera junta”. También se prescribía que el hermano en funciones dirigentes “deberá consultar y respetar la opinión pública de todas las provincias”, reiterándose en varias disposiciones esta idea de gobernar conforme a la opinión pública.

San Martín se concentró en organizar la guerra, concibiendo y realizando el papel libertador del ejército. No obstante, contra la visión de Mitre, que enaltecía su 10 obra militar descalificando sus aptitudes políticas, podemos ver –especialmente en la gobernación de Mendoza y el Protectorado en Lima– su inteligencia como gobernante y estadista.


Publicada por Vicuña Mackenna en El ostracismo de O’Higgins; Obras completas, 1938.


San Martín promovió y aplaudió la lucha de Güemes al frente de sus gauchos en el norte, y no podía menos que apreciar la contribución de Artigas a la causa independentista en la Banda Oriental. Aunque discrepaba con la propuesta federalista, se negó a combatir a los federales cuando fue llamado para ello por el Directorio.

La correspondencia de San Martín con Guido entre noviembre y diciembre de 1816 revela su confianza inicial en la resistencia artiguista frente a la invasión de los portugueses al territorio oriental: “yo opino que Artigas los frega completamente”; asimismo, creyó inevitable entrar en la guerra: “veo también que cuasi es necesaria”; pero luego se resignó a la ocupación portuguesa: “no es la mejor vecindad, pero hablándole a V. con franqueza la prefiero a la de Artigas: aquéllos no introducirán el desorden y anarquía, y éste si la cosa no se corta lo verificará en nuestra campaña”11 .

A pesar de esta opinión, San Martín promovió una mediación del gobierno chileno entre el Directorio y los caudillos del litoral, y escribió personalmente a Artigas para que aceptara una tregua: “paisano mío, hagamos una transacción a los males presentes; unámonos contra los maturrangos, bajo las bases que usted crea y el gobierno de Buenos Aires más convenientes, y después que no tengamos enemigos exteriores, sigamos la contienda con las armas en la mano”12 . Pero el intento se frustró al ser terminantemente desautorizado por Pueyrredón.

Cuando se produjo la caída del Directorio, preocupado por el peligro de disgregación del país, San Martín dirigió una “Proclama a los habitantes de las Provincias Unidas”, fechada en Valparaíso el 22 de julio de 1820, donde explicaba su oposición al federalismo:
"Diez años de constantes sacrificios sirven hoy de trofeo a la anarquía; la gloria de haberlos hecho es mi pesar actual cuando se considera su poco fruto. (...) El genio del mal os ha inspirado el delirio de la federación. (...) Pensar en establecer el gobierno federativo en un país casi desierto, lleno de celos y de antipatías locales, escaso de saber y de experiencia en los negocios públicos, desprovisto de rentas para hacer frente a los gastos del gobierno general fuera de los que demande la lista civil de cada estado, es un plan cuyos peligros no permiten infatuarse ni aún con el placer efímero que causan siempre las ilusiones de la novedad."

Si es evidente que estas palabras tenían por destinatarios a los federales, en un párrafo posterior se dirigía a los hombres de Buenos Aires, defendiendo su negativa a usar las armas contra aquéllos:


11 Pasquali, 2 000: 7 4, 77 , 80.
12 Orsi, 1 991: 3 4-35 .


"Compatriotas: yo os dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestra desgracia; vosotros me habéis acriminado aún de no haber contribuido a aumentarla, porque éste habría sido el resultado si yo hubiese tomado una parte activa en la guerra contra los federalistas: mi ejército era el único que conservaba su moral y me exponía a perderla abriendo una campaña en que el ejemplo de la licencia armase mis tropas contra el orden. En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar al Perú y suponiendo que la suerte de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sudamérica."


Las contradicciones internas desgarraban el proceso de la revolución, y San Martín se negaba a intervenir en luchas partidarias. En las provincias, como en Buenos Aires, las facciones disputaban el poder por la fuerza y la investidura de los gobernantes no lograba hacerse respetar.


El gobierno nacional del Directorio había sido disuelto, víctima de sus extravíos.


Artigas también había sido derrotado por su empecinamiento. San Martín, revolucionario pero hombre de orden, se alarmaba por las consecuencias disruptoras de la causa en la que se hallaba comprometido. No era el único en inquietarse ante los desbordes de la revolución.

El joven Monteagudo fue evolucionando desde su inicial democratismo ultra rousseauniano, junto a los morenistas de la Sociedad Patriótica, hacia una actitud moderada, cuando acompañó el Directorio de Alvear; y luego, incorporado al grupo lautarino, adoptó posiciones coincidentes con las de San Martín, colaborando en la experiencia chilena y en el Protectorado peruano.

En la Memoria de 1823 “Sobre los principios que seguí en mi administración del Perú” explica esa transición, desde que abrazara “con fanatismo” el sistema democrático, hasta que ya en Chile se pudo considerar recuperado de “esa especie de fiebre mental, que casi todos hemos padecido”.

En su opinión, “el furor democrático, y algunas veces la adhesión al sistema federal” habían sido para los pueblos de América una funesta caja de sorpresas13.

Monteagudo reconocía haber actuado severamente en Lima para desterrar a los españoles y haber seguido el principio de “restringir las ideas democráticas”, justificando esta actitud con penetrantes observaciones acerca de la sociedad peruana, donde creía que las diferencias sociales y la aversión entre las castas eran incompatibles con la democracia y la forma federal. Concluía esta Memoria llamando a los dirigentes del Perú a practicar las máximas en que se resumía la experiencia de la revolución: “energía en la guerra y sobriedad en los principios liberales”14 .

Como San Martín y Belgrano, Monteagudo, después de sus tropiezos con la realidad, descreía de la viabilidad de la república y del federalismo en aquellas circunstancias. Este era probablemente un estado de opinión que se generalizó hacia el fin de la década revolucionaria entre los dirigentes patriotas, abriendo camino a las posiciones autoritarias y centralistas que prevalecerían en la siguiente etapa.


13 Monteagudo, 2 006: 1 08-109.
14 Monteagudo, 2 006: 11 0-11 4.


Proyecto de la Emancipación


Principio 3° : Todo proyecto nacional es estructurante y totalizador.


El proyecto revolucionario se puede resumir en el concepto de emancipación, con el doble significado que adquiría este vocablo: liberarse del sometimiento a la metrópoli y de las formas de opresión inherentes a la sociedad colonial.

Los revolucionarios respondían así a los problemas que enfrentaban con una visión integradora: el propósito de liberación adquiría una dimensión a la vez política y social, y el “patriotismo americano” se definía en una perspectiva geográfica continental, con fuertes connotaciones indigenistas.

En el marco de estos grandes objetivos, se contemplaba la organización del nuevo Estado según los principios de la revolución burguesa mundial, basada en las teorías del pacto social y del constitucionalismo liberal.

Contra lo que afirma la historiografía tradicional, la influencia del liberalismo económico fue menor entre los patriotas revolucionarios, y en todo caso sus principios debían subordinarse a la necesidad de construir una economía que fuera el sustento de la autodeterminación nacional.

El enemigo externo


Principio 7°: Cada proyecto nacional determina −decide− a quién hay que considerar como enemigo.


Para los patriotas revolucionarios la lucha independentista era ante todo el rechazo al sometimiento colonial. Pero como lo advirtieron en el Congreso de Tucumán de 1816 los diputados de Córdoba, de influencia artiguista, no sólo se trataba de la independencia de la corona y de la metrópoli española, sino también “de toda otra potencia extranjera”, según se sancionó expresamente en una significativa adición.

A esa fecha estaba claro ya que la plena emancipación resultaba incompatible con otras formas de tutelaje de las potencias europeas que codiciaban estos territorios.

La construcción de un nuevo Estado independiente requería enfrentar tales acechanzas. Es importante advertir aquí que el iberalismo de la época –tanto en los modelos que brindaba la política europea como en la práctica de los patriotas americanos– se asociaba estrechamente con el nacionalismo, fundado en el axioma de las soberanías estatales.
Los criollos revolucionarios tenían fuertes expectativas sobre la ayuda que podía prestar Gran Bretaña a la causa independentista, y por diversas vías solicitaron su auspicio.

Claro que, después de las invasiones de 1806 y 1807, no podían engañarse respecto a las propensiones colonialistas de los ingleses; y como lo demostró la resistencia a aquellos intentos, no estaban dispuestos a aceptar una mera mudanza de coloniaje.

Belgrano cuenta en sus memorias habérselo manifestado así a un prisionero inglés, el brigadier Crawford: “nosotros queríamos el amo viejo o ninguno”; agregando, con respecto a la posible y futura independencia de las colonias españolas, por qué ésta no podía sujetarse a la tutela inglesa: “aunque ella se realizase bajo la protección de la Inglaterra, ésta nos abandonaría si se ofrecía un partido ventajoso a Europa, y entonces vendríamos a caer bajo la espada española; no habiendo una nación que no aspirase a su interés, sin que le diese cuidado de los males de las otras”15 .

Acerca de las ambiciones de los británicos, Belgrano le escribía a Moreno el 27 de octubre de 1810: “esté Vd. siempre sobre sus estribos con todos ellos, quieren puntitos en el Rio de la Plata, y no hay que ceder ni un palmo de grado”16 .

En el Plan de Operaciones es evidente que las recomendaciones de efectuar diversas concesiones a Inglaterra se formulaban con plena conciencia de que la política exterior de aquel país se guiaba ante todo por los intereses mercantiles: “Nuestra conducta con Inglaterra, y Portugal, debe ser benéfica, debemos proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos, y preferirlos aunque suframos algunas extorsiones”

El nacionalismo defensivo de los patriotas aparece inequívocamente en un artículo periodístico de Mariano Moreno:


"Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos; y no deben fiar sino de sí mismos. El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse. Recibámoslo en hora buena, aprendamos las mejoras de su civilización, aceptemos las obras de su industria y franqueémosle los frutos que la naturaleza nos reparte a manos llenos; pero miremos sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas en medio del embelesamiento que les habían producido los chiches y abalorios" 18 .

En cuanto a San Martín, no obstante su admiración por las instituciones europeas y las amistades que cultivaba con los británicos, su categórica oposición a las intervenciones anglofrancesas en el Río de la Plata en la época de Rosas demuestran cuáles eran sus ideas al respecto.

Por encima de las especulaciones tácticas, para los revolucionarios la emancipación debía ser completa.

Claro que el independentismo radical tropezaría con fuertes presiones externas, con los partidarios de soluciones negociadas y los grupos locales interesados en estrechar lazos políticos, comerciales y financieros con las metrópolis industriales de Europa, por lo que la lucha emancipadora estaba lejos de alcanzar sus objetivos.


15 Belgrano, 1 966: 33 .
16 Levene, 1 949.
17 Moreno, 1 961: 2 91.
18 Gaceta de Buenos Aires, 2 0 de septiembre 1810.

La nueva legitimidad



Principio 28°: Cada proyecto nacional implica una inevitable ruptura con el proyecto nacional anterior, originando una nueva legitimidad.


Los dirigentes de la revolución entendían a ésta como la creación de una nueva legitimidad constitucional que asegurara los derechos ciudadanos.

El prólogo de Moreno al Contrato Social 19 enunciaba el propósito de dictar una constitución que restituyera los derechos usurpados a los americanos por los conquistadores: “La gloriosa instalación del gobierno provisorio de Buenos Aires ha producido tan feliz revolución en las ideas, que agitados los ánimos de un entusiasmo capaz de las mayores empresas, aspiran a una constitución juiciosa y duradera que restituya al pueblo sus derechos, poniéndolos al abrigo de nuevas usurpaciones”.

Moreno advertía que los nuevos principios no debían quedar “reservados a diez o doce literatos”, y la difusión del libro de Rousseau perseguía un objetivo trascendente:
"El ciudadano conocerá lo que debe al magistrado, quien aprenderá igualmente lo que puede exigirse de él; todas las clases, todas las edades, todas las condiciones participarán del gran beneficio que trajo a la tierra este libro inmortal, que ha debido producir a su autor el justo título de legislador de las naciones. Las que lo consulten y estudien no serán despojadas fácilmente de sus derechos".

Se ha debatido en la historiografía en qué medida la revolución de 1810 era parte del proyecto de la revolución liberal española, y si fue más importante o más directa la influencia de Rousseau que la de Suárez u otros precursores del liberalismo en España.
Lo que parece claro es que las formulaciones contractualistas de cepa hispana no eran tan liberales ni democráticas como han querido ver algunos historiadores.

Por de pronto, la teoría del origen pactado del poder admitía muy diversas interpretaciones: siguiendo a Hobbes podía ser la justificación de la monarquía absolutista; según Locke adquiría un sentido liberal, fundando los derechos naturales de los individuos; y con Rousseau llegaba a ser una propuesta más radicalmente democrática.

Un ejemplo de las “ambigüedades infinitas” a que podía dar lugar la noción del pactum societatis es el caso del deán Funes, quien en su Biografía se jactaba de haberse adelantado a “poner la primera piedra de la revolución” al reconocer la existencia del contrato social –en su oración fúnebre a la memoria de Carlos III, en 1790–, siendo que tal invocación no era entonces sino un modo de ensalzar el sometimiento al poder del monarca.20

El análisis de Halperín Donghi sobre la tradición del pensamiento político español en relación con las ideas de la Revolución de Mayo, señala las limitaciones del contractualismo y del constitucionalismo en las teorizaciones de Francisco de Vitoria, el padre Francisco Suárez y Gaspar de Jovellanos, ligadas a distintas fases de la evolución de la monarquía en la península, y demasiado reticentes sus autores a extraer de ellas una concepción amplia de los derechos de los súbditos, como para que puedan ser consideradas fuentes ideológicas de los patriotas americanos.


19 Moreno, 1 961: 23 4 y ss.
20 Halperín Donghi, 1 985: 71 -76.


No obstante esas salvedades, es evidente que los postulados de la soberanía del pueblo y del pacto social, asociados a la idea de la Constitución como garantía de los derechos ciudadanos frente al poder, habían penetrado simultáneamente en los sectores ilustrados de España y en sus colonias.

Ello provenía principalmente de la difusión de los autores franceses, y en especial la descripción de las instituciones inglesas efectuada por Montesquieu, que servían de fundamento a los partidarios de la monarquía constitucional, entre los cuales sobresalen dos hombres que se formaron intelectualmente en la metrópoli: San Martín y Belgrano.

La independencia de las colonias norteamericanas, los acontecimientos de la Revolución Francesa y los términos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano presentaban como realidades históricas las consecuencias revolucionarias de aquellos principios. Belgrano cuenta en su Autobiografía cómo recibió esa influencia junto con los círculos “letrados” españoles: “Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad”.21

Lo cierto es que la confluencia con el movimiento liberal y constitucionalista español tropezó con la incomprensión de las demandas de igualdad e independencia de los americanos en las Cortes liberales de Cádiz, y el posterior interregno de la monarquía constitucional fue pronto abatido por el absolutismo de Fernando VII. La revolución independentista en América triunfó contra los ejércitos de España y tuvo que fundar su propia legitimidad.

Un proyecto existencial


Principio 33° : Todo auténtico proyecto nacional es terapéutico.


Monteagudo señala que el clamor independentista surgió, más que de los ejemplos extranjeros y de una convicción de principios, de un sentimiento generalizado de rechazo a los dominadores: “Con la idea de independencia comenzaron también a difundirse nociones generales acerca de los derechos del hombre; mas éste era un lenguaje que muy pocos entendían”.

Las afirmaciones de Monteagudo son muy enfáticas en cuanto a la motivación emocional que predominaba entre los criollos: "Digámoslo francamente: con excepción de algunas docenas de hombres, el resto de los habitantes no tuvieron más objeto al principio que arrancar a los españoles el poder de que abusaban, y complacerse a vista del contraste que debía formar su semblante despavorido y humillado, con esa frente altanera donde los americanos leían desde la infancia el destino ignominioso de su vida".22

21 Belgrano, 1 966: 2 4.
22 Monteagudo, 2 006: 1 09.

Belgrano, no obstante su paciente disposición para tratar de ganar la voluntad de los virreyes y las autoridades coloniales, describe en términos semejantes la soberbia española y el ánimo de los criollos en el momento en que, al disolverse el poder en la península, se presentaba la ocasión de expulsar a los conquistadores: “No es mucho, pues, no hubiese un español que no creyese ser señor de América, y los americanos los miraban entonces con poco menos estupor que los indios en los principios de sus horrorosas carnicerías, tituladas conquistas”.23

Estos testimonios sugieren cómo, a partir de los ejemplos y las ideas revolucionarias del exterior (las “razones generales” o fundamentos ideológicos), la “pasión eficiente” radicaba en las vivencias propias de la opresión colonial.

En el propósito de abatir a la clase de los dominadores latía el anhelo de rescatar la plena dignidad de los colonizados, “inferiorizados” por aquella dominación. Mediante la realización del proyecto independentista irían emergiendo de su depresión como personas y como pueblo.


La liberación de un pueblo


Principio 1° : Todo proyecto nacional libera y moviliza reservas (población y recursos naturales) hasta ese momento sin uso o marginadas o conflictivas.


El proyecto de liberación, y en particular la guerra contra los realistas, exigía movilizar las energías de todo el pueblo.

Los patriotas apelaron así a sumar, además de los criollos de la “clase decente”, al bajo pueblo, a los gauchos y a las castas, sectores que en la sociedad colonial estaban excluidos de la ciudadanía, sometidos incluso a estatutos que los esclavizaban o les privaban del reconocimiento pleno de su dignidad humana.

En un manifiesto a los indios del Perú, Castelli los llamaba a apoyar la causa de la independencia garantizándoles la restitución de sus derechos:

"Sabed que el gobierno de donde procedo sólo aspira a restituir a los pueblos su libertad civil, y que vosotros bajo su protección viviréis libres, y gozaréis en paz juntamente con nosotros esos derechos originarios que nos usurpó la fuerza. En una palabra, la Junta de la capital os mira siempre como a hermanos, y os considerará como a iguales".24

Conduciendo los primeros ejércitos patriotas, Castelli y Belgrano se empeñaron en ganar el apoyo de los pueblos del interior. Belgrano, al atravesar la zona misionera en la expedición al Paraguay, incorporó a los guaraníes a sus fuerzas, y desde el cuartel general de Curuzú-Cuatiá promulgó el estatuto para los pueblos de las Misiones del 30 de diciembre de 1810, en el cual se les reconocía la igualdad civil y política, se les eximía de tributos y se ordenaba distribuir tierras y crear escuelas. 25

La movilización para la campaña libertadora de San Martín puso en práctica la conscripción de los negros esclavos –a menudo forzosa para sus amos– que los liberaba después de prestar servicios militares, y procuró sumar como auxiliares a las comunidades indígenas, reconociendo sus cacicazgos y costumbres.



Fuente: Nac&Pop




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