viernes, 26 de julio de 2013

26 DE JULIO: " ESA MUJER" Nota de Norberto Galasso MI VOLUNTAD SUPREMA, Eva Perón



1952 - 26 de julio - 2013

"Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que toda mi vida"
Evita.-




26 DE JULIO: "ESA MUJER" POR NORBERTO  GALASSO

NOTA PUBLICADA EN MIRADAS AL SUR EL DOMINGO 26 DE JULIO PASADO.
Norberto Galasso


El 17 de mayo de 1919 nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, una niña que llamaron Eva María Ibarguren, denominación que ha suscitado el comentario maligno de una escritora por anteponer el nombre de una pecadora al nombre de la virgen. Era la quinta hija de doña Juana Ibarguren y su concubino, Juan Duarte (padre). Familiarmente, la apodarían Chola y pasaría a la posteridad como una de las mujeres más importantes del mundo durante el siglo XX con el nombre de Eva Perón, aunque en el rincón más cálido de las emociones populares en la Argentina sería, como ella quiso, simplemente Evita.

Desde su nacimiento, cargaba esta criatura con tres humillaciones: ser hija extramatrimonial, no reconocida por su padre (que, en cambio, había reconocido a sus cuatro hermanos), ser mujer, grave delito para aquella sociedad machista para la cual sólo debería servir para la cocina y la cama, y ser pobre, receptora, un 6 de enero, cuando tenía 7 años, de una muñeca con una pierna rota que era lo único que habían podido regalarle unos Reyes Magos demasiado menesterosos.

Probablemente de estas humillaciones brotó su rebeldía y su confraternidad con todos los desamparados de su tierra, marginados de las instituciones, expoliados por los poderosos, víctimas también de la discriminación por género. Trasladada con su familia a Junín, a los once años, se ahoga en el ámbito aletargado de la ciudad pueblerina, abrumado de prejuicios y rutinas, con la misa dominguera y la caminata alrededor de la plaza en los atardeceres. Allí recita en el escenario de la escuela para las fiestas patrias mientras remonta sueños, proyectos, triunfos en el mundo del espectáculo, hasta que a los quince años se lanza a la aventura de la Buenos Aires pletórica de músicas y luces de neón donde –está segura– habrá de alcanzar el éxito y dejará de ser la Chola para ser Eva Duarte en las carteleras de teatros y cinematógrafos.

Llegan entonces los años difíciles para abrirse camino en el campo minado de los productores, directores, representantes artísticos y periodistas, hasta llegar a la tapa consagratoria de la revista Antena (1939). Según algunos comentaristas, “mala en la cinematografía, era mediocre en el teatro y alcanzaba lo mejor de sí misma en la radiofonía”. Pero, a través de esas diversas vicisitudes mantiene una consecuencia: “Tengo en el corazón un sentimiento fundamental: mi indignación contra la injusticia”.

En 1943, antes de conocer a Juan Domingo Perón, ya interviene en la creación de un gremio: la Asociación Radial Argentina, de la cual es presidenta poco después. (Este suceso será sugestivamente olvidado en la lucha política pues le imputarán a Perón hacer pareja con una actriz –o cosas peores–, en vez de admitir que se une sentimentalmente con una gremialista.)
Como es sabido, un día de enero de 1944, en el festival del Luna Park para recaudar fondos para las víctimas del terremoto de San Juan, lo conoce al Coronel y esto marca un hito fundamental en su vida. Su rebeldía, su indignación contra la injusticia, inclusive su difusa vocación por una sociedad igualitaria aprendida de un novio anarquista de adolescencia, encuentra ahora cauce escuchando los proyectos que él le confía en una Munich de la Costanera, con el río por telón de fondo. No participa en el 17 de octubre –como pretende un mito innecesario– pero crece con el movimiento popular hasta hacerse símbolo de los descamisados y de los derechos femeninos. En esa época, goza los mejores días de su vida en la quinta de San Vicente, de enamoramiento y admiración por el líder que está emergiendo y el movimiento nacional en marcha.

En él ocupa inicialmente el lugar de “La primera Dama” vengándose, con los mejores vestidos, de las señoronas de la clase alta en las noches de gala del Teatro Colón. Pero a partir de 1946 se convierte en algo así como un ministro de Trabajo paralelo respecto del secretario de Trabajo y Previsión José María Freire, recibiendo los reclamos, anhelos y sugerencias de los trabajadores, que transmite al Presidente. Armando Cabo, uno de los principales dirigentes gremiales de la época, dirá que su labor fue fundamental “como puente entre Perón y la clase trabajadora”. En el armado policlasista del frente de liberación nacional, el General necesitaba un contacto directo con “la columna vertebral” –los sindicatos– y esa tarea la realizó ella, que ya empezó a ser “Evita” y dejó los vestidos lujosos por el traje sastre y el peinado con rodete. Después, vino su viaje a Europa y al regresar, la puesta en marcha de la Fundación, duplicando así la tarea social de apoyo al movimiento.

Allí entregó su vida. “No era beneficencia –recordaba su confesor, el padre Hernán Benítez–. Le llevaba remedios a un enfermo pero además lo besaba sin importarle sus llagas. Yo, pastor de Cristo, daba un paso atrás para no contagiarme y ella me reprendía: –No venimos a traer remedios, padre. Venimos a dar solidaridad, afecto, al compañero que sufre... Un día –recuerda Benítez– íbamos en el auto a la residencia cuando ella advirtió que en la puerta de un Banco una anciana lloraba. Hizo detener el auto y cuando se enteró que no le habían pagado la jubilación por una cuestión burocrática, entró con ella al Banco –y yo detrás, porque iba sin custodia– y dijo bien fuerte, en el medio del salón: ¿Quién fue el hijo de puta que le dijo a esta señora que viniera otro día? Esa era Evita”. (Así, los gobiernos populares “violan las instituciones liberales” con escándalo de los gorilas.)

En esa tarea entregó su vida, cuando el cáncer comenzó a roerla impiadosamente. Era preciso estarse hasta la madrugada para contestar las cartas porque ningún argentino debía ser defraudado por una falta de respuesta, superando la endeblez de los 38 kilos. El pueblo entendió ese amor desenfrenado. La oligarquía también y por eso la odió: “Viva el cáncer” escribieron en las paredes. Ella, consumida por la enfermedad, dijo sus últimas palabras: “Gracias, Juan”. Los evitistas de última hora jamás podrán comprenderlo, ese “evitismo antiPerón” que, como dijo alguien, “es la etapa superior del gorilismo”.

Luego vino la contrarrevolución y secuestraron su cadáver. Al devolverlo, dieciséis años después, en 1971, en Puerta de Hierro, abrieron el féretro y resultó evidente que la habían golpeado hasta quebrarle la nariz y hacerle un tajo profundo en el cuello. Tal era el odio, a niveles tan altos como, por contrapartida, la veneración de su pueblo. Perón sólo dijo la palabra que correspondía a ese furioso ensañamiento clasista: ¡Miserables!.

* Historiador

http://www.discepolo.org.ar



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26 de julio de 1952 - Muere Eva Perón

El 9 de enero de 1950, mientras inauguraba el nuevo local del Sindicato de Conductores de Taxis, Evita se desmayó. Poco después, los médicos le diagnosticaban cáncer de útero. A partir de ese momento, empezó un largo padecimiento. El 26 de julio de 1952, a las 20.25, Evita dejaba este mundo. Durante la última etapa de su agonía, Evita escribió Mi mensaje, el libro del que transcribimos el capítulo “Mi voluntad suprema”.

Mi voluntad suprema

Eva Perón, Mi mensaje, Ediciones del Mundo, Buenos Aires, 1987.

Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora, la última voluntad de mi corazón. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las tuerzas de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma. Si Dios lo llevase del mundo a Perón antes que a mí yo me iría con él, porque no sería capaz de sobrevivir sin él, pero mi corazón se quedaría con mis descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con mis ancianos, con mis niños para ayudarlos a vivir con el cariño de mi amor: para ayudarlos a luchar con el fuego de mi fanatismo; y para ayudarlos a sufrir con un poco de mis propios dolores. Porque he sufrido mucho; pero mi dolor valía la felicidad de mi pueblo... y yo no quise negarme -yo no quiero negarme- yo acepto sufrir hasta el último día de mi vida si eso sirve para restañar alguna herida o enjugar alguna lágrima.

Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón yo quiero quedarme con él y con mi pueblo, y mi corazón y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán en ellos, seguirán viviendo en ellos haciendo todo el bien que falta, dándoles todo el amor que no les pude dar en los años de mi vida, y encendiendo en sus almas todos los días el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume como una sed amarga e infinita.

Yo estaré con ellos para que sigan adelante por el camino abierto de la justicia y de la libertad hasta que llegue el día maravilloso de los pueblos. Yo estaré con ellos peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro, en contra de todo lo que no sea la "ignominiosa" raza de los pueblos. Yo estaré con ellos, con Perón y con mi Pueblo, para pelear contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los mercaderes de los pueblos. Dios es testigo de mi sinceridad; y él sabe que me consume el amor de mi raza que es el pueblo. Todo lo que se opone al pueblo me indigna hasta los límites extremos de mi rebeldía y de mis odios. Pero Dios sabe también que nunca he odiado a nadie por sí mismo, ni he combatido a nadie con maldad sino por defender a mi pueblo; a mis obreros, a mis mujeres, a mis pobres "grasitas" a quienes nadie defendió jamás con más sinceridad que Perón y con más ardor que "Evita". Pero es más grande el amor de Perón por el pueblo que mi amor; porque él, desde su privilegio militar, supo encontrarse con el pueblo, supo subir hasta su pueblo, rompiendo todas las cadenas de su casta. Yo, en cambio, nací en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne y alma y sangre del pueblo. Yo no podía hacer otra cosa que entregarme a mi pueblo. Si muriese antes que Perón, quisiera que esta voluntad mía, la última y definitiva de mi vida sea leída en acto público en la Plaza de Mayo, en la Plaza del 17 de Octubre, ante mis queridos descamisados.

Quiero que sepan, en ese momento, que lo quise y que lo quiero a Perón con toda mi alma y que Perón es mi sol y mi cielo. Dios no me permitirá que mienta si yo repito en este momento una vez más, como León Bloy que "no concibo el cielo sin Perón".


Pido a todos los obreros, a todos los humildes, a todos los descamisados, a todas las mujeres, a todos los pibes y a todos los ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen a Perón como si fuese yo misma. Quiero que todos mis bienes queden a disposición de Perón como representante soberano y único del pueblo. Deseo que todos mis bienes, que considero en gran parte patrimonio del pueblo y del movimiento peronista que es del pueblo; y que todo lo que dé La Razón de mi Vida y Mi Mensaje sean considerados como propiedad absoluta de Perón y del pueblo argentino. Mientras viva Perón él podrá hacer lo que quiera de todos mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso quemarlos si quisiera, porque todo en mi vida le pertenece, todo es de él, empezando por mi propia vida que yo le entregué por amor y para siempre, de una manera absoluta. Pero después de Perón, el único heredero de mis bienes debe ser el pueblo y pido a los trabajadores y a las mujeres de mi pueblo que exijan, por cualquier medio, el cumplimiento inexorable de esta voluntad suprema de mí corazón que tanto los quiso. Todos los bienes que he mencionado y aún los que hubiese omitido deberán servir al pueblo, de una o de otra manera. El dinero de La Razón de mi Vida y de Mi Mensaje lo mismo que la venta o el producido de mis propiedades deberá ser destinado a mis descamisados. Quisiera que se constituya con todos esos bienes un fondo permanente de ayuda social para los casos de desgracias colectivas que afecten a los pobres y quisiera que ellos lo aceptasen como una prueba más de mi cariño.

Deseo que en estos casos, por ejemplo, se entregase a cada familia un subsidio equivalente a los sueldos y salarios de un año, por lo menos.

También deseo que, con ese fondo permanente de Evita, se instituyan becas para que estudien hijos de los trabajadores y sean así los defensores de la doctrina de Perón por cuya causa gustosa daría mi vida. Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte fueron regalos de mi pueblo. Pero aún las que recibí de mis amigos o de países extranjeros, o del General, quiero que vuelvan al pueblo. No quiero que caigan jamás en manos de la oligarquía y por eso deseo que constituyan, en el museo del Peronismo, un valor permanente que sólo podrá ser utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así como el oro respalda la moneda de algunos países, mis joyas sean el respaldo de un crédito permanente que abrirán los bancos del país en beneficio del pueblo, a fin de que se construyan viviendas para los trabajadores de mi Patria. Desearía también que los pobres, los ancianos, los niños, mis descamisados sigan escribiéndome como lo hacen en estos tiempos de mi vida y que el monumento que quiso levantar para mí el Congreso de mi Pueblo recoja las esperanzas de todos y las convierta en realidad por medio de mi Fundación; que quiera siempre pura como la concebí para mis descamisados. Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los descamisados y Perón. Por fin quiero que todos sepan que si he cometido errores los he cometido por amor y espero que Dios que ha visto siempre mi corazón, me juzgue, no por mis errores, ni mis defectos, ni mis culpas que fueron muchas, sino por el amor que consume mi vida. Mis últimas palabras son las mismas del principio: quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo.

Dios me perdonará que yo prefiera quedarme con ellos porque él también está con los humildes y yo siempre he visto en cada descamisado un poco de Dios que me pedía un poco de amor que nunca le negué.

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Fuente: www.elhistoriador.com.ar

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