lunes, 10 de julio de 2017

UN CARTELITO DE CINCO RENGLONES Por Fernando Rosso



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PepsiCo y los despidos


UN CARTELITO DE CINCO RENGLONES








PepsiCo anunció el cierre de una planta en el Gran Buenos Aires. De las 600 personas que se quedan sin trabajo la mayoría son mujeres, algunas con casi 20 años en la empresa y un historial de lucha gremial tan largo como el historial clínico de sus cuerpos: son jóvenes que ya pasaron por quirófanos y sufren problemas cervicales, pinzamientos, hernias, tendinitis. Una crónica sobre la crisis de empleo, el sindicalismo de base y una multinacional que notifica a sus trabajadores despedidos con un hoja de cinco renglones pegada en la puerta.





Un whatsapp que llega una tarde tranquila de día feriado no puede traer una mala noticia. Puede ser un chiste reenviado en cadena, una invitación para un evento con amigos o un recordatorio de un compromiso con el que hay que cumplir al día siguiente, cuando el mundo recupere su frenético movimiento habitual. El 20 de junio, Día de la Bandera argentina, la mayoría de los 600 trabajadores y trabajadoras de la fábrica alimenticia PepsiCo Snacks amaneció con un mensaje: la planta ubicada en el partido de Vicente López cerraba sus operaciones para trasladar toda la producción a otra fábrica que la firma tiene en Mar del Plata.

El mensaje que circuló como un relámpago de celular en celular tenía una foto adjunta con la “esquela” rudimentaria que la gerencia dejó colgada en la puerta del establecimiento: la segunda multinacional alimenticia más importante del mundo alegaba “compleja estructura de costos” y, lo más fantástico, una supuesta crisis.

Apenas algunas horas después del wahatsapp, los trabajadores armaron un acampe frente a la fábrica. Inmediatamente llegaron los móviles de radio y televisión. En los días siguientes hubo cortes de calle, movilizaciones, reclamos al sindicato, al Ministerio de Trabajo, pedido de solidaridad a las personalidades públicas. Todo coronado por el ingreso y permanencia de los obreros en la planta para preservar sus puestos, antes de que se cumpliera una semana desde el cierre repentino.

El “caso PepsiCo” podría haber sido la crónica de un cierre anunciado. Desde hacía por lo menos tres años la empresa amenazaba con mudar la producción e incluso realizó movimientos en esa dirección que fueron denunciados y enfrentados por los obreros. El cierre se produjo cuando, según los últimos datos del Indec, el desempleo subió al 9,2 % en todo el país en el primer trimestre de 2017 (en el Gran Buenos Aires ya superó los dos dígitos: 11,8 %) y afecta a 1,15 millones de argentinos/as, es decir, 212 mil desocupados más que en el relevamiento previo del último trimestre de 2016.

Snacks, gaseosas y una carta

“Pasión para cambiar las cosas, Esperanza de un mundo mejor, Primero la gente más necesitada, Sentimos los problemas, Incidimos en la sociedad, Creemos en el cambio, Organizados para trabajar”.

Las primeras letras de cada palabra inicial de estos siete principios forman la marca PepsiCo. La fundación filantrópica puesta en pie en la Argentina por la multinacional norteamericana asegura que esos son sus valores esenciales. Junto con la responsabilidad social empresaria, la honestidad, el respeto y la integridad, entre otros tantos significantes vacíos de la narrativa que se escribe en las usinas publicitarias del lado patronal de la vida.

Podrían constituir parte de la nube de tags del relato de la coalición de gobierno que hizo campaña con la poesía “aspiracional” y propositiva y gobierna con la prosa del ajuste.

Según un video institucional del grupo, PepsiCo Argentina cuenta con dos líneas de negocios: PepsiCo Bebidas, fundada hace 58 años (1959) y PepsiCo Alimentos que empezó a operar en el país en la aurora menemista (1993). La línea alimentos cuenta con cuatro plantas productivas ubicadas, una en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Barracas), dos en la provincia de Buenos Aires (Florida y Mar del Plata) y otra en La Rioja. En marzo de 2017 vendió a la empresa Tía Maruca, la quinta fábrica que poseía en lo provincia de San Juan.




PepsiCo Alimentos comercializa primeras marcas de avena, crackers, snacks y polvos chocolatados que inundan las publicidades, las góndolas y son fácilmente reconocibles: Lay’s, Twistos, Quaker, Doritos, Toddy, Pop Korn, Pehuamar, Cheetos, Pep y 3D. Su línea de bebidas produce gaseosas, aguas saborizadas, jugos, isotónicos y energizantes y sus marcas más destacadas son: Pepsi, 7Up, Gatorade, Paso de los Toros, Mirinda, H2Oh!, Propel, Tropicana, Sobe Rush, Twister y Green.

La compañía tiene ventas globales anuales por aproximadamente 60 mil millones de dólares y en sus empresas en todo el planeta trabajan más de 300 mil empleados. Su sede central está en Purchase, Nueva York, y en 2016 obtuvo ganancias por 10,3 mil millones de dólares a nivel global. El 8% de esa montaña de dólares se lo debe a su división en América Latina.

En Argentina, su facturación -sumando las divisiones bebidas y snacks- aumentó 800 millones de pesos en 2016 (y alcanzó los 3800), según el último balance publicado por la revista Mercado.

En el comando central del portaviones de Purchase hay una mujer de origen indio.Tiene la piel chocolate, una sonrisa que encandila y, dicen, la voz de una cantante góspel. En el lado oscuro de esa luna donde habita Indra Krishnamurthy Nooyi, está “La Dama de Hierro” (así la apodan) y en 2008 fue nombrada por la revista Fortune como la ejecutiva más poderosa del mundo.

La leyenda cuenta que escribe alrededor de 400 cartas al año a los padres de sus ejecutivos “senior”, como una muestra de gratitud en la cual ella les cuenta en dos líneas qué hacen sus hijos en la compañía y les agradece por la educación que les brindaron.

El día del cierre de la planta de PepsiCo de Vicente López, en la puerta no había una amable y personalizada carta de Indra. Colgaba solitario un cartel que anunciaba la “relocalización de su producción en otro establecimiento” e informaba que el personal quedaba “liberado de prestar servicios” mientras la compañía “da cumplimiento a las instancias legales correspondientes”.

Mujeres de clase

En la base de la planta ubicada en la concentración industrial más importante del país, en el conurbano norte de la provincia de Buenos Aires, las mujeres dicen que son mayoría en la producción. Las mujeres a las que Indra nunca les escribió son como Sandra, que tiene 43 años, hace 18 que trabaja en PepsiCo y tiene un hijo de 15. En todo este tiempo adquirió no sólo los saberes de una operaria de línea, sino también conocimiento clínicos: trabajando se lastimó el hombro y la operaron en 2014 y, además, tiene rectificada la cervical, pinzamiento, hernias, tendinitis en los codos, brazos y antebrazos.

O como Mara, que trabaja hace seis años en la empresa y explica la puesta en escena en las horas previas al cierre: “Yo era del turno noche, entramos el lunes a las 22 y salimos a las 6 de la mañana. La producción se había cortado a las tres de la mañana. Se nos comunicó que teníamos que hacer cambio de producto porque al otro día era feriado y no se iba a trabajar, pero la producción se iba a activar el miércoles a full. A la tarde nos fue llegando esa noticia”.


“Nos amputaron las manos”, dice, y hay en su tono, y también en la mirada, un eco de odio plebeyo que tanto caracteriza a los rostros curtidos de la clase obrera argentina. “Para nosotras esto es nuevo, nunca pensé que iba a estar juntando fondos. Como ayer en Colectora y San Martin, donde mucha gente te mira con esa cara de ‘no me toques el auto y andá a trabajar’ y vos tenés ganas de explicarle. Es difícil, es algo psicológico horrible y más para nosotras. Yo por ejemplo, tengo 43 años, ¿dónde voy a buscar un laburo?, para el sistema ya somos viejas”.

O como Vanina que hace 17 años trabaja en la alimenticia. Entró en el 2000 y revindica que “es la única fábrica dentro del gremio de la alimentación en la que las mujeres tenemos categorías de medio oficial”. Tiene dos hijas, una de 15 y otra de 18. Perdió la audición de la mitad del oído derecho y el 40% del izquierdo, por el ruido “que no es igual en todas las líneas pero en algunas es muy fuerte”. Vanina devela alguno de los motivos por los que cree que la fábrica tomó esta medida ofensiva: “La patronal tiene eso de querer maltratar a las mujeres psicológicamente y nuestros delegados (recuerda especialmente a uno) nos defendían, yo era una de las que no me quería meter en nada, pero me daban mucha bronca las injusticias”.

O como Catalina Balaguer que, junto Leonardo Norniella -ambos militantes del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), de él hablaba Vanina- fueron el alma mater de la reorganización de los trabajadores de esa fábrica, de la recuperación de derechos en los años ’90. Norniella murió en marzo 2015. Tenía apenas 39 años. Hoy es un referente para muchos delegados de fábrica de PepsiCo.

“Caty” metió su apellido en la historia del derecho laboral argentino con persistencia, determinación y buenos abogados. Su caso: “Balaguer Catalina C/ PepsiCo de Argentina S.R.L. s/ juicio sumarísimo” se estudia en todas las facultades de derecho del país. Logró un fallo de reinstalación que resistió varias instancias y que la reconocía como “delegada de hecho”. Había sido despedida con la excusa del “bajo rendimiento” y tuvo que ser reincorporada cuando quedó demostrado que fue una acción antisindical y discriminatoria efectuada por la empresa por su actividad gremial. Pudo hacer que lo legítimo, alguna vez, sea legal. Tiene cierta experiencia, conoce al enemigo desde hace mucho tiempo y usa definiciones tajantes: “Tenían todo calculado, todo lo que hicieron en los últimos días fue una puesta en escena, un acting, como dicen ahora”, afirma en una charla con varios compañeros luego de una de las múltiples reuniones a las que asiste por estos días.




Ellas no escribieron -como Indra-, muchas cartas individuales para algunos padres de ejecutivos, sino que redactaron todas juntas una sola carta para los cientos de miles de trabajadores y trabajadoras que hoy experimentan el ajuste en la Argentina:

“Muchas de nosotras, cuando entramos en PepsiCo, trabajábamos 16 horas para poder quedar efectivas, con ritmos agotadores y sin más derecho que media hora para comer y casi cinco minutos para ir al baño. Si te quedabas embarazada, tenías que trabajar como cualquier otra compañera, con turnos rotativos y con los mismos ritmos, haciendo siempre el mismo trabajo para no quedarte sin empleo. Años en el mismo puesto, siendo la extensión humana de esas máquinas que te tiraban paquetes a morir para que empaquemos en las cajas, todos los días el mismo trabajo que iba dañando nuestros cuerpos. Teníamos los peores salarios, pero nunca podíamos acceder a mejores categorías, ya que nuestro convenio no lo permitía. Si ya no podíamos estar en las líneas de producción, porque nos dolían los brazos o la espalda, nos echaban. No sabíamos ni siquiera que teníamos ART. Y si estábamos descompuestas e íbamos al departamento médico, éramos tratadas como mentirosas, acusadas de ‘vagas’, de no querer trabajar, y entonces nos medicaban con cualquier cosa y otra vez a la línea de empaque.”, dice la carta de la Comisión de Mujeres de PepsiCo en lucha.

Dicen también que todo ese maltrato les enseñó a pelear, a organizarse. Por eso lograron acceder a tareas que sólo estaban asignadas a los varones, mejoraron las categorías, pasaron por encima del convenio, conquistaron la licencia para las compañeras embarazadas, aumentaron sus tiempos de descanso y quienes estaban lesionadas comenzaron a acceder a otras tareas y a reclamar por las enfermedades laborales, defendiendo el derecho de todas a no ser despedidas cuando ya no nos consideraban útiles. Y sentencian: “Hoy la multinacional PepsiCo pretende pisotear nuestras conquistas y dejarnos en la calle”.

El preventivo y las trampas

“Cese de operaciones” fue el eufemismo que utilizó PepsiCo, cuando en realidad daba comienzo a una cadena de operaciones ilegales para justificar lo injustificable: alegar una crisis mientras sus ganancias son inimaginables para la gente de a pie.

La empresa notificó a los trabajadores que inició un “Procedimiento Preventivo de Crisis (PPC)” en el Ministerio de Trabajo de la Nación y preavisó que, una vez terminado ese proceso, automáticamente quedarían despedidos. En paralelo explicó en un comunicado público que los fundamentos para el cierre de la planta de Florida son los “obstáculos en la ubicación” y una “compleja estructura de costos” y aseguró que trasladará la producción a la feliz Mar del Plata por “la cercanía con los agricultores y productores de papas”.

La insostenible fábula empresaria cuenta que pretende trasladar la planta donde está la papa, pero “la papa” está en otro lado.

La decisión de PepsiCo tiene todos los condimentos de la práctica discriminatoria y antisindical. Es conocido en el gremio de la alimentación que en la planta de Florida los trabajadores lograron mantener sus conquistas durante todos estos años. En el sindicato que conduce “El Turco” Rodolfo Daer las últimas paritarias en el gremio cerraron por debajo de la inflación, se perdieron más de 7.500 puesto de trabajo y las empresas vienen avanzando con mayores ritmos de trabajo. En PepsiCo no han podido implementar estos cambios.




La Comisión Interna forma parte de un proceso de reorganización y recuperación sindical que se extendió en todo el gremio como parte de una oposición clasista que disputa en los últimos años la conducción del sindicato y que ha llegado a conquistar comisiones internas como las de Kraft-Stani-Mondelez (Victoria y Pacheco, en distintos momentos).

El abogado de los trabajadores, Edgardo Moyano, dice (LINK a nota de La Izquierda Diario) que en esta maniobra fraudulenta la multinacional no dio un paso sin cometer en el mismo acto una o varias ilegalidades. Un paso “adelante”, mil trampas atrás.

Formalmente, el PPC es un mecanismo por el cual las empresas que atraviesan crisis deben echar luz sobre sus libros contables y demostrar que pasan por una malaria real y que la desgracia lleva por lo menos un plazo de tres años. El objetivo es explorar todas las medidas posibles que tiendan a evitar que se pierdan los puestos de trabajo y amortiguar las consecuencias nocivas. Incluso, el generoso PPC llega a admitir que se abone el 50% de las indemnizaciones de quienes eventualmente queden despedidos.

PepsiCo, en el mismo momento que presentó el PPC, llegó a ofrecer el 200% de la indemnización a los trabajadores.

Pero además de los números generales y locales, si abriese sus cuentas también debería informar que no estuvo precisamente en proceso de prevención de crisis alguna en los últimos años.

En la planta que PepsiCo posee en el Parque Industrial General Savio (ubicado sobre la ruta provincial N° 88 que une Mar del Plata con Necochea) y donde pretende llevar la producción, en los últimos años lleva invertidos más de 50 millones de dólares (15 millones en 2009, 16,5 millones en 2011) y a comienzos de este año, por un vuelto contabilizado en moneda nacional (2 millones de pesos) se quedó un inmueble del Parque que tiene una superficie de 3.750 metros cuadrados y que presuntamente destinará a la construcción de un “centro recreativo y productivo”.

Si como dice el lugar común, toda crisis es una oportunidad, también toda oportunidad puede camuflarse como crisis: PepsiCo se apresuró a aplicar el cierre de la planta, suspendió en forma masiva al personal y preavisó que quedarán automáticamente despedidos cuando termine lo que considera un “trámite”. De acuerdo a la estricta normativa legal vigente, esto tiene un nombre y apellido: lock-out patronal ofensivo.

Moyano asegura que el procedimiento está tipificado como un delito y el Código Penal en su artículo 158 establece una pena de un mes a un año de prisión para “el patrón, empresario o empleado que, por sí o por cuenta de alguien, ejerciere coacción para obligar a otro a tomar parte en un lock-out”.

PepsiCo está coaccionando no sólo a los trabajadores a tomar parte (como víctimas) en el lock-out, sino también a las demás empresas que prestan servicios en la planta y que tienen personal que no es dependiente directo: ISS de limpieza con 64 trabajadores a los que se les adelantaron vacaciones, Aramak del comedor con 35 trabajadores a quienes se los ha licenciado.

Al PPC capcioso y al lock-out ofensivo, la empresa sumó otra ilegalidad: liberó de prestar servicios a los empleados. Los suspendió colectivamente, sin acuerdo previo firmado por el sindicato, ni homologación ministerial como establece la Ley de Contrato de Trabajo. Realizada la denuncia por los trabajadores y su Comisión Interna e incluso por el sindicato, el Ministerio de Trabajo debió hacer cesar de inmediato el lock-out antes de empezar cualquier negociación intimando a la empresa a reabrir su planta y dar tareas a la totalidad de los trabajadores.



Pero el ministro de Trabajo Jorge Triaca, rechazó el PPC (una resolución a la medida de la empresa) y en el mismo reportaje en el que denuncia la fantasmal “industria del juicio” justifica en modo zen a la multinacional: “El proceso de producción de la planta de Vicente López está migrando hacia la planta que la empresa tiene en Mar del Plata. La compañía nos dice que va a incorporar 150 trabajadores ahí”. Ningún trabajador ha recibido esa propuesta.

La (quinta) columna vertebral

“¿Qué quieren que haga compañeros?, si la empresa dice que no va a haber más despidos, no podemos iniciar acciones de fuerza. Es un asunto delicado. Yo le decía a los delegados, no tiren de la piolita que se va a cortar, todo tiene un límite ¿Qué querían?: dos delegados nuevos, un bebedero, zapatos protectores, que los baños, que los comedores… Ahora hay que aguantarse, porque sino, mandamos a estos tipos a la quiebra y nos quedamos sin trabajo eh!”, amenazaba Roberto Barrera, el modelo de burócrata sindical que construyó Raymundo Gleyzer. El magistral film se llama “Los Traidores” y narra el itinerario de un trepador profesional desde que se destaca como delegado de base hasta que asciende a la secretaría general del sindicato.

Rodolfo Daer se parece hasta físicamente al personaje de Gleyzer, pero las coincidencias mayores no son de forma, sino de contenido. La situación por la que atraviesan los trabajadores y las trabajadoras de PepsiCo es ininteligible sin el accionar de la conducción del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación (STIA) y de su secretario general, que tiene un largo itinerario en el sindicalismo argentino.

Luego de pasar un breve periodo de “enfermedad infantil” por el Partido Comunista, Daer saltó el cerco a la Juventud Sindical Peronista. Hizo su carrera política las 62 Organizaciones y al lado del histórico jerarca de la UOM, Lorenzo Miguel. Llegó a la titularidad de la seccional Capital del sindicato en 1984. Desde esa época considera que tiene “el mejor culo para su sillón”. En los años alfonsinistas fue parte de un grupo al que bautizaron los ‘jóvenes brillantes’ del ubaldinismo. Menemista de la primera y última hora, con relaciones diplomáticas con el kirchnerismo y en el presente muy buen vínculo con el gobierno de Macri. “Daer, un precursor de la flexibilización”, tituló La Nación en septiembre de 1996, cuando el sindicalista pactó modificaciones al convenio de su gremio que habilitaron “negociaciones por empresa donde se puede modificar la jornada laboral; auspicia la polivalencia y flexibilidad funcional; la simplificación de las categorías; y el trabajo de menores, entre otros puntos”.

En el plenario de delegados que se hizo en el salón de actos del sindicato para discutir la cuestión PepsiCo, Daer, eufórico, habló del origen de la tristeza, de la falta de conciencia sindical que ya no existe como “existía antes de 1976”, de la tradición, de las dictaduras, de los gases lacrimógenos y hasta de los sindicatos clasistas cordobeses Sitrac y Sitram. Aseguró que el sindicato rechazó con vehemencia el Procedimiento Preventivo en el Ministerio y exigió la reapertura de la planta, no sin antes aclarar que “no tiene el poder para que se reabra la fábrica”. Y casi en tono de campaña llegó a comparar el plan económico del gobierno con el del mismísimo José Alfredo Martínez de Hoz. Dos días después, Daer compartió una cena con Macri con motivo del 130 aniversario de la fundación del sindicato de los conductores de trenes (La Fraternidad).

La resolución más significativa fue la negativa a convocar a alguna medida de fuerza en apoyo a los trabajadores PepsiCo. En una clásica votación “confusa”, Daer dictaminó que el plenario rechazaba el paro. Algunos periodistas, aseguraron que la empresa ya había informado a Daer hacía un mes de la decisión de cerrar. Otros miembros de la conducción del sindicato declararon en off que los sorprendió la decisión de la empresa: no pensaban que podían perder el 10% de los afiliados de golpe.


En la audiencia siguiente, los representantes del STIA Capital, con Rodolfo Daer en persona, aceptaron la “propuesta” de no reabrir la fábrica y que los 600 trabajadores firmen acuerdos voluntarios individuales de desvinculación cobrando el 200% de la indemnización.

La resolución permanente

En la mañana del lunes 26 de junio, los trabajadores decidieron entrar a la planta en resguardo de su fuente de trabajo y de la maquinaria. Más de mil almas solidarias, en una mañana helada, acompañaron el pacífico ingreso al grito de “PepsiCo no se cierra, ya la reincorporación”.

El apoyo se multiplicó entre personalidades de distintos ámbitos: desde Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora) como Nora Cortiñas, Mirta Baravalle y Elia Espen, las primeras impulsoras de una campaña cuyo lema es “No al cierre. No compre productos Lay’s y PepsiCo”; pasando por el premio nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel, hasta cientos de referentes de todos los gremios, como los pertenecientes a la “competencia” Coca Cola y su complemento natural: los obreros de Fernet Branca, los colegas de la fábrica Pepsi de Trelew (también despedidos), y hasta los periodistas Ivan Schargrodsky, Alejandro Bercovich, Darío Villarruel o Pedro Brieger. Más de 250 intelectuales, docentes e investigadores sumaron su apoyo a la lucha. También 200 artistas como el actor y dramaturgo Norman Briski, el escritor Sergio Olguín, el cineasta Adrián Caetano y la actrices Valentina Bassi y Florencia Benítez, sumaron su respaldo.

Los trabajadores y trabajadoras hicieron cortes sorpresivos en la Panamericana y en el microcentro porteño, bloquearon depósitos que la empresa tiene en la localidad de Tortuguitas, realizaron eventos y festivales solidarios, viajaron a Mar del Plata y realizaron bloqueos en las entradas de la planta y fueron a la municipalidad de Vicente López, gobernada por el primo del presidente, Jorge Macri, a preguntarle por qué mientras la empresa estuvo operativa en su territorio fue dos veces a sacarse fotos, y ahora no se pegaba una vuelta.

Hay frases, slogans y lemas que nacen en momentos difíciles desde las entrañas del dolor, la bronca, pero a la vez de la creatividad y el ardor. Esas máximas fueron escribiendo la lírica del Gran Libro de Historia de la Clase Obrera a lo largo de estos casi doscientos años de marchas y contramarchas. “Vivir trabajando o morir combatiendo”, por ejemplo, exclamaron los rebeldes tejedores franceses de Lyon en el albor del movimiento obrero en los años ‘30 del siglo XIX. Los obreros y las obreras de PepsiCo inscribieron en ese tono y con sello propio, un grito que flamea en una bandera en las alturas de la fábrica y que llamó la atención de muchos observadores y una amplia propagación en las redes sociales: “Si no hay pan para nuestros hijos que no haya paz para los empresarios”.






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