domingo, 23 de junio de 2013

UTURUNCOS. EL ORÍGEN DE LA GUERRILLA PERONISTA de Ernesto Salas / 2




Bandera de Uturuncos

Tucumán y la resistencia peronista


"La vida por Perón. Comando 17 de Octubre"

(Pintada en las paredes de San Miguel de Tucumán, 1956)



En 1956 la situación del peronismo en la provincia de Tucumán era similar a la del movimiento en todo el país. El gobierno de la Revolución Libertadora, decidido a borrar hasta el recuerdo de su paso por la política nacional, ordenó que todos los sindicatos fueran intervenidos y el partido proscripto. La Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (F.O.T.I.A.), el sindicato más importante de la provincia, fue descabezada. El interventor, coronel Antonio Spagenberg, procedió a nombrar en cada uno de los ingenios a delegados que no hubieran adherido al peronismo.
En abril de 1956, el interventor de Tucumán denunció la existencia de un plan insurrecional peronista en la provincia. El Ejército fue movilizado y se instalaron puestos de control en San Miguel de Tucumán, mientras se realizaban allanamientos y se detenía decenas de personas en la ciudad capital, en Monteros, Tafí Viejo y Concepción. El gobierno implicó en el levantamiento a militares retirados en combinación con dirigentes sindicales: Respondía además a las orientaciones que en forma reiterada hizo a sus partidarios el presidente depuesto en el sentido de que en un momento oportuno y cuando las circunstancias así lo exigieran todas las fuerzas del Partido Peronista debían pasar de la acción política pacífica a la acción subversiva... El número oficial de detenidos fue de 140. El edificio de la FOTIA fue allanado y muchos dirigentes fueron presos. El 4 de mayo, los obreros de los ingenios Aguilares y Santa Lucía, en solidaridad con los compañeros detenidos (en particular, el ex secretario general del sindicato del ingenio, Rodolfo Zelarayan), fueron al paro. La intervención provincial ordenó el envió de la Guardia de Infantería a ambos establecimientos. La Cámara Azucarera sostuvo que: ...considera oportuno recordar a los trabajadores de la provincia lo que oportunamente expresara el Ministerio de Trabajo y Previsión de que todo paro o acto de cualquier índole que interrumpa o altere el ritmo normal de producción será juzgado y reprimido como grave sabotaje a la Revolución Libertadora. Los obreros de los ingenios volvieron al trabajo cuando fueron liberados sus compañeros,. El 8 de mayo comenzó un paro de brazos caídos en el ingenio Concepción: 900 obreros abandonaron el trabajo en protesta por la detención de Bernardo Villalba y otros dirigentes gremiales. Villalba había sido delegado del ingenio y dirigente de la Federación. Aunque el paro fue declarado ilegal, al día siguiente sólo ingresaron 180 trabajadores que en el transcurso del día abandonaron las tareas.
La situación de los detenidos empeoró en el mes de junio con la intentona del general J.J. Valle. Benito Romano, ex delegado del ingenio Esperanza, al quién el ejército suponía ligado al golpe, se fugó a Bolivia. Su hermano Antonio fue detenido y llevado al subsuelo de la casa de gobierno. Allí se encontró con otros dirigentes peronistas. Lo golpearon duramente y lo liberaron luego de dos días y dos noches. Mientras le pegaban le preguntaban por Benito y su vinculación con el general Valle.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]


El comando 17 de octubre


A partir de 1956 los llamados comandos peronistas de la resistencia se organizaron espontáneamente en todo el país. El conocimiento que de ellos tenemos, aunque importante, es aún escaso y fragmentario. Todavía falta investigación sobre muchos comandos provinciales, dado que han sido analizados algunos grupos con actuación en las grandes ciudades, particularmente Buenos Aires, pero se desconocen sus pares de otras partes del país. El comando más importante, gestado por John William Cooke en 1955 desde su rol de interventor del peronismo en la Capital, fue el Comando Nacional Peronista. Este ejerció su influencia sobre muchos militantes, entre ellos los que se organizaban en la provincia de Tucumán.
A fines de 1955, Félix Serravalle, vecino de La Banda y militante peronista se reunía con otros compañeros de Santiago del Estero, angustiados por el reciente golpe militar. Conmovidos, se juntaban con la vaga sensación de que debían hacer algo. Serravalle provenía de una familia peronista. Su padre había sido anarquista y militante gremial ferroviario; como muchos otros, en 1943 se hizo peronista. Félix, quien había sido docente en el Chaco y luego dibujante de la Dirección Nacional de Vialidad, tenía 31 años. En 1956, de paso por San Miguel de Tucumán se enteró de la existencia de una agrupación organizada bajo el mando de Manuel Enrique Mena, el Gallego, con el nombre de Comando 17 de octubre y decidió conectarse con ella. Por intermedio de Florio Buldurini, ex diputado provincial, quién lo sondeó en una confitería del centro, conoció a la conducción del comando formada por Manuel Enrique Mena, Toscanito Pena (dirigente de mercantiles), el señor Vazquez Guzmán y el propio Buldurini.
Manuel Mena era un dirigente político barrial activo, contaba con múltiples casas seguras donde se hacían reuniones políticas en las que él mismo les explicaba a los muchachos jóvenes la necesidad de la lucha por el retorno de Perón. En su juventud había sido militante comunista, hasta que las luchas obreras de la década del cuarenta decidieron su apoyo al peronismo. Manuel Mena y su grupo no solamente desarrollaron una activa militancia barrial sino que establecieron rápidamente un nexo con el Comando Nacional Peronista de la Capital. Desde Buenos Aires, el comando formado por Cooke, Cesar Marcos y Raúl Lagomarsino, les enviaba información que recibían por medio de impresos que llegaban a Tucumán trasladados por compañeros ferroviarios que trabajaban en el salón comedor del tren expreso que unía ambas capitales. El 17 de octubre funcionaba de la misma manera que sus pares de todo el país: eran militantes peronistas que resistían escuchando la palabra de Perón en viejos discos de pasta, pintaban los muros con consignas a favor del retorno de Perón y en contra de la dictadura de la Revolución Libertadora o hacían estallar algunos caños de fabricación casera.

Pero su principal trabajo era político. Mena había establecido una sólida red de contactos y trabajo político en los barrios circundantes a la ciudad de Tucumán y, ahora, a partir del acercamiento de Serravalle extendía su acción a la vecina provincia de Santiago del Estero, particularmente la ciudad de La Banda. También estaban conectados con compañeros peronistas de Salta, Jujuy y Catamarca. Un par de años después la dirección del grupo había cambiado y estaba constituida por el propio Mena y por Genaro Carabajal, cuñado de aquel y empleado de la Universidad de Tucumán (Mena estaba casado con su hermana, Olga Carabajal) y más tarde, desde 1958, por Abraham Guillén, republicano español que había participado en la Guerra Civil Española y que aportó sus conocimientos militares para la empresa guerrillera.
En el plano de los contactos, formaban parte del comando algunos políticos peronistas de la zona, diputados provinciales y dirigentes de segunda línea que habían sido inhabilitados por el golpe militar. Pero fue su accionar político en los barrios el que le permitió establecer una red de casas seguras para desarrollar la resistencia. Los militantes las llamaban las casas de las tías porque eran viviendas de viejas militantes peronistas que se jugaron en momentos difíciles. Juan Carlos Díaz recuerda en particular a Mary Agüero, quién tenía más de 50 años y siempre se jugó mucho. Salía a pintar paredes aún en los peores momentos. Una vez en que nos habían fallado los contactos viajó ella misma a Bolivia para restablecer el tráfico de explosivos. Mary había sido ignorada por todos, su único premio había sido una pensión del gobierno peronista. Siempre repetía: Si Perón me dio todo lo que tengo, yo voy a dar la vida por Perón. El tráfico de explosivos desde Bolivia había sido organizado por Mena de acuerdo con John William Cooke, quién trataba de establecer una red entre los comandos dentro del país y los comandos de exiliados en los países vecinos. La gelinita era conseguida en las minas bolivianas y llegaba hasta la frontera. En Jujuy la ponían debajo de los vagones y en Tucumán era retirada para ser distribuida por el país. En la correspondencia que Perón y Cooke intercambiaron en esos años, el gallego Mena figura como el nexo entre los comandos de Bolivia y los comandos del noroeste argentino.
Entre los años 1955 y 1958 el Comando 17 de Octubre siguió desarrollando apoyos entre empleados de sectores medios y en los barrios humildes de San Miguel de Tucumán: ...cada barrio tenía su célula: en Villa 9 de Julio, en la calle Blas Parera 174, la tía Segunda y el tío Federico...en la Banda del Río Salí, en todos lugares teníamos refugio, en la calle Las Piedras estaba la tía Yarará, una vieja viuda y su hija que nos daba refugio a nosotros, gente a dejarse matar por Perón; en la Martín Berro, allá al lado de los mataderos[...] vale decir, el peronismo estaba en todos los niveles, la resistencia estaba en todos los niveles; la gente de la C.G.T. de Tucumán, con Benito Romano que estaba en la F.O.T.I.A.. En esos barrios humildes fue reclutado Juan Carlos Díaz, el comandante Uturunco. Díaz tenía 18 años en 1956 y un pasado de penurias. Su padre había sido foguista del ferrocarril Mitre y él y sus hermanos trabajaban duramente la tierra. De chico conoció el monte, recorriéndolo para vender los excedentes de su magra cosecha. En la casa de los Díaz, en la ciudad de Lamadrid, funcionaba una Unidad Básica peronista que atendía su madre, Dominga Heredia, en el tiempo que le dejaban las labores domésticas. A los dieciséis años, Juan Carlos migró a la ciudad de Tucumán, ingresó como aspirante en el ferrocarril y luego obtuvo empleo como obrero metalúrgico. Fue en las fábricas, en ese período de fuertes luchas gremiales, que conoció las primeras armas del sindicalismo, hasta que quedó desocupado y se integró con ahínco en los comandos de la resistencia. Su relación con Mena lo impactó; el gallego le explicaba que el sistema de represión y explotación se hacía cada vez más duro. Querían [el comando 17 de octubre] instaurar un gobierno que representara a la clase trabajadora, a los intereses populares. Yo hasta ese momento no entendía nada porque no tenía ningún tipo de formación. Pero vi bien claro que el peronismo era el motor del proceso revolucionario en el país


Ilustración Revista Mayoría, enero de 1960 

Fue en esos días que la práctica del sabotaje se extendió por todo el país. Se realizaron miles de pequeñas acciones, en algunos casos atentados con explosivos, pero en general acciones inofensivas de alto contenido emocional. Cuando los militares decidieron la exhibición compulsiva de la única película que había filmado Eva Perón, La cabalgata del circo, que intentaba despojarla del aura mítica que el pueblo le depositaba para mostrarla en su papel de actriz de segunda en un melodrama mediocre, los comandos tucumanos entraron en acción. En un operativo se robaron la copia de la cinta que se iba a emitir en la ciudad y se la enviaron de regalo a Perón en Panamá. El hecho, inofensivo políticamente, los estimuló a cosas mayores. Porque fue en 1958 que sus acciones se tornaron particularmente activas. Como la mayoría de los grupos clandestinos, el 17 de Octubre apoyó el voto en blanco en las elecciones de 1957 para formar la Asamblea Constituyente y se opuso a apoyar la candidatura de Arturo Frondizi en las elecciones presidenciales de 1958, pese a la orden en contrario de Perón. En pocos meses, los integrantes del comando en Tucumán y Santiago del Estero realizaron algunas acciones locales resonantes. Félix Serravalle, su compadre Carlos Gerez y Aguilera, distribuidor de diarios, asaltaron la estación del Año Geofísico Internacional y se robaron el aparato receptor de cinco bandas; lo reformaron y fabricaron una emisora en onda larga que llamaron Patria Libre. Con el aparato interferían las radios de la zona para enviar por sus señales los mensajes de Perón. En otra ocasión, mediante un mecanismo simple de retardo, incendiaron una avioneta francesa en apoyo a la Revolución Argelina de la que eran admiradores . Pero la mayor parte de sus acciones buscaba obtener el apoyo activo de la población: enterados por los ferroviarios que venía a Santiago un tren cargado de azúcar, los comandos al mando de Serravalle lo descarrilaron sacando los tornillos de las vías en la cuesta de Chaupipozo. Al pasar la máquina, los rieles se abrieron y la formación se amontonó; el azúcar gratis corrió a raudales en la zona por un tiempo. Aquellos fueron días para los futuros uturuncos de vivir a salto de mata, en la clandestinidad, con la policía en los talones. Pero la red daba resultado. Ante cualquier problema acudían a las casas de las tías o recurrían a algunos viejos dirigentes de alguna de las líneas en que se dividía el peronismo o incluso podían pedir ayuda a algunos ex militares peronistas o a los sindicatos que los apoyaban.
Arturo Frondizi llegó a la presidencia de la nación en mayo de 1958. Su inesperado triunfo (había salido tercero en las elecciones de 1957) lo obtuvo gracias al apoyo que recibió desde el exilio de Juan Perón dado que, al estar el peronismo proscripto, ordenó a sus partidarios votar por Frondizi en contra de la fórmula que llevaba al radical Ricardo Balbín, que muchos significaban como la continuación del gobierno militar.
Frondizi ganó por amplia mayoría pero era conciente de que su efímero capital político se le diluiría de las manos en poco tiempo. Por ello desarrolló rápidamente una política dual: dio los pasos para la instalación de una política económica desarrollista y, al mismo tiempo, respetó algunas de las cláusulas del pacto firmado con Perón, en particular la sanción de un ordenamiento legal para los sindicatos, favorable a los líderes peronistas. Sin embargo, la implantación de una política económica desfavorable para los trabajadores y agresiva contra el clima nacionalista que imperaba en el país, colocó a los peronistas, particularmente a los gremios, en una disyuntiva. Por un lado, consideraban que el gobierno desarrollista dependía de que las Fuerzas Armadas no se vieran tentadas a una nueva intentona militar, con lo que la legalidad obtenida dependía del máximo sostén que Frondizi obtuviera. Por el otro, las agresivas políticas del desarrollismo deterioraron velozmente los ingresos de los asalariados y avanzaron sobre los convenios laborales imponiendo nuevas cláusulas de productividad, con lo que la rebelión de las bases no tardó en instalarse y poner en duda los liderazgos obtenidos en los años de la Revolución Libertadora. Si por unos meses, y pese a las críticas, lograron contener las huelgas desatadas entre los petroleros y los ferroviarios, a fin de año el anuncio de un duro plan de estabilidad monetarista acordado con el Fondo Monetario Internacional colocó a una gran parte de los sindicatos a la ofensiva. Durante todo el año de 1959 se libraron las batallas gremiales más extensas (en número de participantes y extensión de las mismas) e intensas de la época. Los comandos de la resistencia, que se habían opuesto activamente al apoyo a Frondizi y que se encontraban debilitados por la nueva centralidad que habían obtenido los sindicatos gracias a la política de cooptación y la semilegalidad otorgada por el nuevo gobierno, apoyaron con atentados y sabotajes las luchas gremiales. Las 62 Organizaciones, organismo que concentraba a los sindicatos peronistas fue descabezada por dirigente combativos de los gremios chicos y, por unos meses, pareció que la llamada línea dura tomaba el control de la central y de la lucha. En junio de 1959, Perón denunció, haciéndolo público, el pacto firmado por Frondizi. Metalúrgicos, bancarios, obreros de la carne, textiles, empleados de comercio, obreros de Luz y Fuerza y muchos otros gremios sostuvieron largas huelgas defensivas del salario y de las condiciones de trabajo. En el interior del país sobresalió el paro de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (F.O.T.I.A.), realizada en Tucumán en los meses de julio y agosto. La futura primer guerrilla peronista también se fortaleció gracias a los sucesos acontecidos durante la huelga.

[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]

La huelga azucarera de 1959: del 23 de Julio al 12 de Agosto


El 30 de abril de 1959, luego de un largo período de intervención, se realizaron las elecciones en la FOTIA, en cumplimiento de lo dispuesto por la Ley de Asociaciones Profesionales sancionada el año anterior. Se presentaron tres listas. La lista Azul representaba a la intervención saliente y su cara visible era Balbino Martínez, candidato por el ingenio Santa Ana. A pesar de su declaración de prescindencia política, estaba ligado al partido Bandera Blanca, cuyo presidente era Isaías Nougués, perteneciente a la más rancia oligarquía tucumana. La Lista Verde llevaba como candidato a Rodolfo Palacios, antiguo dirigente de la FOTIA, delegado por el ingenio Los Ralos y se proponía como lista independiente (con adhesión al Partido Socialista y a los 32 gremios democráticos) con posiciones conciliadoras. Por último, la lista Blanca llevaba como candidato a Benito Romano. Romano se había iniciado en el sindicalismo en 1945 a los 17 años de edad, era delegado por el ingenio Esperanza y había ocupado diversos cargos en la FOTIA hasta llegar a protesorero en 1955, cargo que ocupó sólo cinco meses debido al golpe militar. La lista Blanca era la única que presentaba candidatos en todos los ingenios y fincas. Juan Farías, carpintero del ingenio La Florida y Simón Campos, activos militantes de la huelga de 1949 por la que fueron separados de la Federación, volvieron a ganar en sus establecimientos. Romano volvía de su exilio boliviano y Bernardo Villalba, que había sido detenido en 1956 debido al golpe de Valle, regresó triunfalmente al gremio. Se impusieron por amplia mayoría: 43.302 votos contra 5.172 de la lista Azul. En el plenario, 72 delegados de 55 filiales adheridas eligieron a Benito Romano como nuevo secretario general. Bernardo Villalba fue elegido Tesorero.


Solicitada en la revista Militancia Peronista por la Liberación Nº 10, 16/07/73, publicación que dirigía Rodolfo Ortega Peña


La nueva conducción debió actuar con rapidez dado que de inmediato comenzó a reunirse en Buenos Aires la paritaria azucarera. Para fortalecer su posición en la paritaria los obreros tucumanos se nuclearon en el FUNTA (Frente Único Nacional de Trabajadores azucareros), que nucleaba a los obreros de Tucumán, Salta, Jujuy, Chaco y Santa Fe. Los dueños de los ingenios ofrecieron un 20% de aumento contra el 90% que reclamaban los trabajadores. A mediados de junio comenzó la zafra, la oportunidad esperada por los obreros para hacer valer sus demandas con la amenaza de la huelga. Siempre había sido así, las huelgas se producían en el momento del corte de las cañas. El tiempo que se pierde en cortar la caña o la tardanza, una vez cortadas, en molerla, hace perder una parte de la sustancia base del azúcar, la sacarosa. Para los obreros, era el momento en que los patrones estaban más dispuestos a ablandar sus bolsillos.
Luego de 90 días de pacientes gestiones ante las autoridades nacionales, los dirigentes de la FOTIA volvieron a Tucumán y llamaron a un plenario general para decidir las medidas de fuerza. El plenario tomó la decisión de organizar y realizar un paro por tiempo indeterminado a realizarse desde la hora 0 del jueves 23 de julio. Uno de los delegados, del ingenio Amalia, fue drástico: ...estamos dispuestos a la lucha y no queremos morir de hambre ni de rodillas. Mociono para que de inmediato se discuta el paro a declarar.... La medida de fuerza fue acatada masivamente en toda la provincia.
Cuando la huelga promediaba los industriales comenzaron a quejarse por los perjuicios ocasionados por el paro. José M. Paz, presidente de la CAR (Cámara Azucarera Regional), declaró: ...esta huelga afecta seriamente la economía, en particular la de Tucumán que pierde por día 70 toneladas del producto, en los campos faltan unos 80.000 trabajadores y en las fabricas unos 25.000. Hay un enorme tonelaje de caña en los canchones, los cargadores y los cercos, ya cortadas, a la que no hubo tiempo de elaborar. Las pérdidas de jugo son considerables, en especial en Bella Vista donde el personal abandonó las tareas dejando azúcar difícilmente recuperable en fermentación y en las templas.
El paro tenía un amplio apoyo. Pese a ello, al reunirse nuevamente la paritaria, los obreros bajaron sus pretensiones al 70% de aumento, pero su propuesta fue rechazada por los empresarios. El 1º de agosto, la CGT Regional decidió un paro general de apoyo al conflicto de la FOTIA para el 6 de agosto. La huelga provincial dispuesta por la CGT local fue acompañada por diversas movilizaciones durante los días previos. Los obreros del ingenio Concepción y los de el ingenio Libertad (ex Esperanza) realizaron concentraciones en sus establecimientos; también hubo actos en la zona sur de la ciudad. Los obreros llegaban en caravanas de camiones y carros metálicos, exhibían banderas argentinas, carteles con leyendas alusivas al paro... . Al mediodía, una manifestación llegó hasta la plaza Independencia, en el centro de la ciudad, vivando a Perón y arrojando naranjas contra el Banco Provincia, el Banco Hipotecario y la Casa de Gobierno. El 7 de agosto el gobierno provincial ordenó la vigilancia policial en los accesos de la ciudad, pero de todas maneras los obreros sortearon los piquetes cruzando los ríos o por caminos secundarios. A la tarde una importante concentración manifestaba frente al local de la FOTIA, que estaba rodeada por escuadrones de la policía montada, mientras otros efectivos militares custodiaban diversos lugares de la ciudad.
A las 17 horas, la policía cargó contra los trabajadores. Los obreros la obligaron a replegarse con cascotes y baldosas. Las fuerzas de represión intentaron una nueva carga a los sablazos mientras el lugar se llenaba de gases lacrimógenos:
A las 18 horas la confusión era total por los gases que penetraban en el local obrero, numerosos trabajadores instaban a los refugiados a hacer frente a la policía y pretendían avanzar sobre ella portando una bandera argentina. Los policías repelían el avance arrojando gases. Cuatro de ellos, de la montada, avanzaron desde General Paz y Las Heras y una intensa pedrea trató de detenerlos. Pero estos utilizaron sus armas, una pistola y tres carabinas, abriendo fuego indiscriminado contra los obreros y el edificio. Desde el tercer piso se anunció que un trabajador había sido alcanzado por un disparo muriendo instantáneamente. Otros dos resultaron heridos, siendo trasladados a la clínica de la Federación.
La confusión reinaba en todo el lugar. El obrero asesinado era Manuel de Reyes Olea, tractorista del ingenio San Pablo. En el interior de la provincia se sucedían también graves incidentes. En el ingenio Leales, el propietario de una de las fincas decidió actuar por mano propia resistiendo una manifestación. Un obrero de Finca de Parra resultó herido. Como consecuencia de la grave represión, la CGT regional decidió el paro por tiempo indeterminado y declaró día de duelo al sábado 8 de agosto. La provincia se encontraba sumida en el caos y era posible una intervención. El presidente Arturo Frondizi ordenó la movilización de tropas y varios jefes militares viajaron a Tucumán. Para cubrirse, el gobernador Gelsi atribuyó los hechos a un vasto plan subversivo.
En los días siguientes la FOTIA quedó en soledad al romperse el frente único con los gremios azucareros de las demás provincias (FUNTA). Estos aceptaron la propuesta patronal mientras que la FOTIA la rechazó y los acusó de testaferros de Arrieta, Blaquier y Patron Costas . Las 62 organizaciones y la CGT declararon entonces un paro nacional el 11 de agosto en apoyo de las demandas de la FOTIA, el que se cumplió con alto acatamiento de los gremios adheridos a las 62 Organizaciones. El ministro Alvaro Alsogaray anunció el cese de la personería gremial del sindicato, argumentando que las medidas de fuerza de la Federación tenían un carácter extragremial. Pero la intervención no eliminaba el conflicto y, pese a la medida ministerial, los empresarios siguieron negociando con las autoridades del gremio y ofrecieron una mejora en la oferta por los salarios de los días de huelga. Finalmente, el 13 de agosto, se firmó el acuerdo que daba por levantado el paro, con el triunfo de los huelguistas. Habían obtenido un 70% de aumento, 600$ de pago por los días de huelga, el abono de los salarios familiares y el aporte de fondos para asistencia medica de los obreros del surco; los ingenios también reconocerían el pago por enfermedad inculpable. La huelga le había costado la vida a dos obreros, Manuel de Reyes Olea y Eusebio Ruiz, quién había sido herido en los incidentes y falleció a principios de setiembre.
A diferencia de otros largos conflictos desarrollados en el año de 1959 y que fueron derrotados, la FOTIA resultó ganadora del suyo y se fortaleció como la organización madre del noroeste argentino. Apenas dos meses después, un grupo de ocho personas del Comando 17 de Octubre subió a la selva para organizar la primera guerrilla rural de la Argentina.


[De Ernesto Salas: "Uturuncos. El orígen de la guerrilla peronista (1959-1960)"]





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