Por Carlos Raimundi

Panorama político

En términos de instrumentos electorales, el poder político argentino queda conformado por el PRO, novel espacio oficialista sin cohesión histórica ni gran despliegue territorial, pero que expresa nada menos que al presidente de la Nación, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y goza de amparo mediático, y de la simpatía de los sectores de mayor poder económico. Casi lo contrario de su principal aliado, la UCR, partido centenario, pero débil a la hora de definir los grandes proyectos nacionales. Una extrema derecha y una extrema izquierda que nunca están ausentes, esta última con algo más de perspectivas de crecimiento. Un pequeño espacio que, aunque no lo declare, ocupa el irrelevante lugar de la socialdemocracia tradicional. Un segmento que expresa al Partido Justicialista más tradicional y se expresó electoralmente a través de la candidatura de Sergio Massa. Y, obviamente, el Frente para la Victoria.

Probablemente acudamos a varias semanas de lo que en la jerga política serían "ajustes de cuenta" o "pases de factura", escaramuzas inevitables, pero que no definirán por sí mismas la estructura del FPV, que deberá hacer frente al próximo proceso electoral de medio término.

El Frente para la Victoria es el espacio articulado por Néstor Kirchner que tuvo al PJ como eje ordenador, más todas las incorporaciones experimentadas a partir de su propia gestión de gobierno y la de Cristina. Siempre fue eso, nunca dejó de serlo. Entre otras cosas, una expresión de una gama ideológica no necesariamente traumática, donde conviven liderazgos territoriales de cuño conservador y el grueso de los trabajadores sindicalizados, con jóvenes de gran voluntad transformadora, aunados por el ejercicio de una conducción política fuerte y centralizada. Es decir que cualquier crítica a "cómo se movió el PJ en el FPV", si jugó o no todas las cartas, si acompañó o no a los ganadores de las PASO, etc. que se pueda hacer hoy, a la luz de los resultados electorales, no es para nada nuevo. Todos y cada uno de nosotros sabía casi a la perfección cómo se movería cada uno de los actores políticos de la reciente elección.

¿Que había nuevas demandas una vez sorteados los mayores obstáculos de la crisis de la convertibilidad y de la Alianza? Tampoco es nuevo, es uno de los argumentos esgrimidos en la lectura de los comicios de 2011, y tuvimos dos años para procesarlo. En más de una publicación llamé a esto la necesidad de confeccionar la “agenda de la post-inclusión”.  

Más de una vez justificamos la conducción centralizada en manos de nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner, ante las acechanzas periódicas, en realidad golpes de Estado y de mercado, a las que se viera expuesto su gobierno. Ahora bien, la contracara de esa necesaria centralidad se expresó también en la dificultad para el surgimiento de figuras que pudieran no sólo sucederla en la candidatura presidencial, sino aproximarse a su estatura, a la claridad, la intensidad y el coraje con que Cristina se enfrentó al poder real, como el de las grandes corporaciones agrarias, mediáticas y financieras, así también a factores de poder intra-Estado, como las policías provinciales o los servicios de inteligencia. Todo esto llevó al Frente para la Victoria a presentar el candidato “posible”. Un candidato que, más allá de la dignidad con que afrontó el último tramo de campaña, no expresaba liderazgo territorial ni despertaba grandes pasiones en la militancia y el electorado.

Otras preguntas

Estas líneas no intentan eludir ningún análisis ni responsabilidad política a la que se pudiera atribuir la derrota electoral. Pero tampoco es cuestión de cargar las tintas ligeramente sobre tal o cual factor en particular, ni de hacer nada que debilite la construcción política del kirchnerismo, de modo que podamos retomar la conducción del Estado en el lapso más breve posible.  

Muchas preguntas podrían formularse, y en cada respuesta encontraríamos parte de esas causas. El no haber resuelto positivamente la relación entre los grupos más tradicionales del PJ y del sindicalismo histórico con las nuevas expresiones del kirchnerismo; el no haber profundizado algunas líneas de intervención estatal sobre nuestra matriz productiva oligopólica; el no haber mensurado correctamente cuánto influyeron en el estado de ánimo colectivo la inseguridad, el aumento de precios o la presión del impuesto a las ganancias sobre el salario; el demorar una reforma tributaria progresiva; el no consolidar los nuevos derechos en una reforma constitucional; la gestión concreta del gobernador Scioli al frente del Estado bonaerense. Estos y otros planteos podrían hacerse desde la placidez de imaginar una historia contrafáctica que nunca avanza en lo concreto más allá del cuento de nunca acabar. “¿Qué hubiera pasado si…?” o “esto no hubiera pasado si…” son hipótesis de imposible demostración, que sólo ayudarían a bloquear nuestro indispensable crecimiento. El adversario del proyecto nacional y popular no está entre sus componentes internos, sino que es el aparato de poder real. Por ello, todas nuestras insuficiencias deben ser analizadas en términos de superación creativa y no de pase de factura interna.  

Además, hay momentos políticos en los que los procesos no se guían por una racionalidad absoluta del comportamiento social, sino que devienen de una inercia social que se apodera, más o menos duraderamente, del sentido común mayoritario. En esa inercia de cierto cansancio por algunas modalidades del kirchnerismo, podemos encontrar parte de la respuesta a ese ¿por qué la derrota?  

 Panorama institucional

Institucionalmente, el PRO conducirá la administración nacional, la provincia de Buenos Aires, la ciudad capital y muchas intendencias importantes, y tiene el apoyo del poder económico y de los grandes medios. Pero no domina la mayoría de las gobernaciones y no cuenta con una fuerza sindical considerable ni con las mayorías en el Senado y Cámara de Diputados como sí las tuvo el FPV durante la mayor parte de su mandato. Todo esto, sumado a la escasa ventaja electoral que obtuvo Mauricio Macri en segunda vuelta, habla de un escenario que, en el futuro más próximo, permite formular tantas afirmaciones como interrogantes.

Afirmaciones tales como ratificar el sesgo oligárquico del proyecto de Macri, que surge de sólo mirar la composición de su gabinete, expresión de una recolonización de las oficinas del Estado poniéndolas en manos de representantes de los intereses de las grandes corporaciones. Y de observar las consecuencias de desigualación social de sus primeras medidas. Con su pedido de suspender la pertenencia de Venezuela al Mercosur, Macri da una clara señal de realineamiento con los EE UU y desune a la Argentina del espacio de los gobiernos populares de la región. Esto, sumado al contexto mundial de estos tiempos, implica un claro cambio de posicionamiento regional respecto de los ejes geopolíticos en pugna, con cabeza en los EE UU, y China-Rusia, respectivamente. La devaluación y la apertura de mercados van en línea con este reposicionamiento en política internacional y regional.

Algo similar ocurre con las medidas económicas. El descenso y eliminación –según el caso- de retenciones agropecuarias apunta a beneficiar a los sectores concentrados, mientras la recategorización del impuesto a las ganancias hace lo propio con los sectores medio-altos de la población. Y ambas implican un drenaje de fondos estatales. Del otro lado, la eliminación de los subsidios a los principales servicios refinancia al Estado, pero haciendo caer su peso sobre las economías domésticas. Es decir, una clara transferencia de ingresos de los sectores menos poderosos hacia los de mayores recursos. Y esto, como se ve en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, no le impide formar mayoría electoral, con una orientación bien determinada en favor de los segmentos más acomodados de la sociedad. Para los humildes no habrá políticas, sino paliativos. La tarifa social en servicios es, sin ir más lejos, el regreso del certificado de pobreza, en detrimento de las políticas universales que equiparan, no sólo económica sino moralmente.  

Ahora bien, ¿puede esto llevar a grandes levantamientos sociales de protesta en el corto plazo? Puede, pero también esto podría posponerse, y darse una sensación de estabilidad política, económica y social para los primeros meses, o incluso años, de gobierno. Posponerse a partir de un colchón de recursos obtenido por el ingreso de divisas a tasas moderadas, tras un arreglo con los fondos-buitre al que los kirchneristas consideramos seriamente perjudicial para el país. «



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