martes, 11 de abril de 2017

POZO DE VARGAS, LA ÚLTIMA BATALLA / A 150 años



Homenaje

1867 -10 de abril- 2017



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Pozo de Vargas



LA ÚLTIMA BATALLA



Ni la caída de Rosas ni los combates de Cepeda y Pavón -que enfrentaron a la Confederación con la provincia de Buenos Aires- terminaron con las guerras civiles en nuestro país. El último gran enfrentamiento ocurrió en 1867, a pasos de la capital riojana

Después de los combates de Cepeda y Pavón cambió el mosaico político criollo. Justo José de Urquiza se retiró a su feudo, el ejército confederado cayó en el desbande y Bartolomé Mitre se adueñó de la escena nacional.

Ambos líderes, sin embargo, decidieron no profundizar el enfrentamiento entre ellos, a pesar del disgusto de muchos de sus respectivos seguidores: unos se sintieron traicionados por el entrerriano y otros creían que el porteño frenaba el camino de la revancha. (Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo, exigía la invasión a Entre Ríos y la eliminación de Urquiza. "Southampton o la horca", reclamaba, en alusión al exilio de Rosas.)

El proyecto político de Mitre aspiraba a reemplazar el enfrentamiento entre federales y unitarios por un orden liberal. Proponía la vigencia de la Constitución Federal como garantía de los derechos provinciales y las libertades política y civil.

Claro que para eso, según su entender, había que terminar con el caudillismo, lo que sólo se conseguiría removiendo por la fuerza a los gobiernos manejados por los federales, pues el liberalismo era fuerte en muy pocas provincias, como Tucumán, Santiago del Estero o Córdoba (a pesar de que ésta había sufrido una intervención federal). En pocas palabras, se trataba de derribar gobiernos que gozaban del consenso local en nombre de la libertad de los pueblos. 

¿Contradictorio? Si había algún problema de conciencia, éste se dejaba de lado con el argumento de que el caudillismo impedía que la gente eligiera libremente: antes había que liberarla y darle cultura política (esto no corría para Santiago del Estero, donde el clan liberal de los Taboada se manejó durante décadas al estilo feudal).

Comenzó entonces un movimiento que para algunos significaba una misión civilizadora, mientras que para otros no era más que otra muestra de la tradicional prepotencia de Buenos Aires, siempre dispuesta a imponer sus criterios.

Los alzamientos del Chacho

Aunque no se metió con Urquiza, Mitre comenzó por el Litoral: promovió una revolución en Corrientes y ocupó la ciudad de Santa Fe. Para el siguiente paso tuvo la excusa de la revolución liberal que había estallado en Córdoba: la división de ejército que envió a cargo del general Wenceslao Paunero fue derribando los gobiernos federales que encontraba en su camino y pronto quedó la región cuyana en manos liberales.

En la propia Córdoba, Paunero puso como gobernador provisorio a su segundo, el tucumano Marcos Paz, quien además de hacerse cargo de la provincia demostró un gran manejo político al pacificar la región del Noroeste mediante un acuerdo entre los gobiernos de Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero y Salta.

La única piedra en el camino se llamaba Ángel Peñaloza, el Chacho: federal, ya había luchado contra Rosas y rechazaba la idea de un Buenos Aires hegemónico. Él y sus montoneras no tuvieron suerte en lo militar, pero el propio Paunero ofreció una mediación, convencido de la capacidad del Chacho para pacificar La Rioja.

Peñaloza accedió, pero la tranquilidad no duró demasiado. Más que por oposición a las ideas liberales, lo exasperaba la falta de auxilio del gobierno nacional ante la miseria que se abatía sobre las provincias cordilleranas.

Aunque Paunero lo enfrentó militarmente, el manejo político de la situación estaba a cargo de Sarmiento, cuyo rencor hacia el Chacho (había perdido familiares a manos de sus huestes) dio piedra libre para su asesinato (el 12 de noviembre de 1863), que el propio Mitre deploró.

La nueva paz no duró demasiado. El descontento que provocó el comienzo de la guerra contra el Paraguay (las levas forzadas provocaron motines y deserciones) fue el fermento que terminó en la llamada "rebelión de los colorados" en 1866, último intento de los caudillos federales.

Ésta estalló en Mendoza y se extendió rápidamente a varias provincias bajo la dirección de Juan de Dios Videla en Mendoza, Felipe y Juan Saá en San Luis y Felipe Varela en Catamarca. Dos triunfos (Luján de Cuyo y Rinconada del Pocito) pusieron en serios aprietos al gobierno nacional, que se vio obligado a sacar tres mil quinientos hombres del frente paraguayo. Pero Juan Saá fue derrotado en San Ignacio por José Miguel Arredondo el 1º de abril de 1867, mientras los hermanos Manuel y Antonino Taboada se dirigían hacia La Rioja con dos mil hombres reclutados en Santiago del Estero y Tucumán para salirle al paso a Varela.

La última batalla

Con Felipe Varela ocurre lo mismo que con casi todos los personajes de nuestra historia: se lo adjetiva según el cristal con que se lo mire. De origen unitario, después de la caída de Rosas combatió junto al Chacho. Para unos encarnaba el ideal bolivariano y sólo quería la paz con el Paraguay; para otros era una bestia sanguinaria y corrupta. Pero así como la canción dice que "Felipe Varela matando llega y se va", el propio Sarmiento -tan vehemente a la hora de denostar a sus enemigos, sobre todo si eran federales- alguna vez dijo de él que, cuando ocupaba una ciudad, no la saqueaba ni fusilaba a los vencidos, como solía hacerse.

Lo cierto es que en más de una ocasión tuvo actitudes como la de la víspera del combate de Pozo de Vargas, cuando le pidió a Manuel Taboada que combatieran en las afueras de La Rioja "a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni Vuestra Señoría podremos evitar". Cabe agregar que tuvo la presencia de ánimo para mandar ese mensaje, aun sabiendo que su gente estaba exhausta.

Venía del destierro en Copiapó, Chile. Debía levantar todo el Noroeste, particularmente Catamarca y Salta, para lo que contaba con cuatro mil seguidores y dos cañoncitos. En eso estaba -había llegado al límite entre Catamarca y La Rioja- cuando cometió un error fatal: enterado de que los riojanos estaban desgobernados (y de que los Taboada iban hacia allí), decidió cambiar de rumbo y forzar la marcha por el desierto para apoderarse de la ciudad.

Cuando llegaron a las afueras de la ciudad, el calor y la sed los habían diezmado. Para entonces no tenía salida: la tropa no podía recuperarse, pues ya divisaban las tropas de los Taboada, y retroceder en esas condiciones significaba mandar al matadero a sus hombres.

Se encontraron, como Varela había indicado, a dos kilómetros del centro de La Rioja, en una hondonada de donde se había extraído tierra para fabricar ladrillos. Allí, en el Pozo de Vargas, se habían parapetado los hombres de Taboada.

El combate comenzó con una carga exitosa de los federales y el desbande de las fuerzas nacionales. Sin embargo, éstos pudieron rehacer sus filas y dieron vuelta la tortilla. Cuenta la leyenda que el motivo del cambio fue una zamacueca, el ritmo antecesor de la zamba: la música infundió tanto vigor en santiagueños y tucumanos que se pusieron a pelear como fieras.

Mito o verdad, los Taboada se hicieron dueños de la situación, a pesar de que el segundo de Varela -Estanislao Medina- logró penetrar dos veces en las filas enemigas y de que un tal Elizondo se apropió de la caballada y el parque de armas de los nacionales.

Pero cuando Elizondo consiguió el botín, se mandó a mudar: estaba allí como mercenario y el resto le importaba tres pepinos. Los federales habían sido derrotados. Paradójicamente, la traición de Elizondo (sumada a una lluvia milagrosa) salvó a Varela, pues la falta de caballos impidió que lo persiguieran.

Aunque el caudillo federal sostuvo unas cuantas escaramuzas mientras escapaba hacia Bolivia, el de Pozo de Vargas fue el último gran combate de las guerras civiles argentinas. Varela murió de tuberculosis en Chile tres años después, a los cuarenta y nueve años. 

A pesar de su investidura presidencial, Mitre condujo personalmente la guerra contra Paraguay, respaldado por la capacidad política de Marcos Paz. Sólo cuando murió el tucumano se vio obligado a volver a la Argentina. Pacificado el país, se estableció el orden liberal que había soñado y pareció asegurada la hegemonía porteña... Aunque no tanto: después de él -y durante más de dos décadas- le sucedieron el sanjuanino Sarmiento, los tucumanos Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca y el cordobés Miguel Juárez Celman.




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