jueves, 4 de noviembre de 2010

UNA PEQUEÑA SEMILLA

«¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su huerto; creció hasta hacerse árbol y las aves del cielo anidaron en sus ramas.»
Mateo 13,31-35.-

Cómo entender a una sociedad que en general deja que  los problemas que más le afecten, pasen desapercibidos y se desentiende de ellos, los niega o peor aun les son indiferentes? Hay una explicación que en principio,  tiene que ver con la forma en que esa comunidad social ha sido formada y educada por las estructuras estatales, por su cultura y su ideología dominante.Cuando la llamada era de la globalización realiza su entrada, con todo lo que ello implica, la gestación y desarrollo de una identidad triturada  por  el sistema, ya estaba en marcha. Al no concebir más que un horizonte de expectativas que tiene que ver excluyentemente con las aspiraciones pequeño burguesas, el hedonismo y la subordinación socializada(puesta en valor en el grado de sublimación patriótica); el ser social  fue transformándose  progresivamente solo en  una masa indistinta de esclavos que reproducen su condición de generación en generación.Lo vemos todos los días cuando los hechos más graves nos invaden de modo obvio, es allí  cuando la indiferencia, la apatía, relucen sin la más mínima detección de la realidad: No vemos, no  oímos, no hablamos.La generación de instrumentos de comunicación con el avance geométrico de la tecnología, ha creado la posibilidad de estar más y mejor conectados a un mundo de características virtuales que plantea  falsamente la idea y el concepto de una calidad comunicacional superior. Al tiempo que creemos estar diciendo "algo" semánticamente, casi siempre, trasmitimos la vacuidad de mensajes  que en nada modifican la historia concreta de nuestro prójimo. Porque en verdad, así,  no lo  sentimos como tal. La comunicación ha sido  procesada y fragmentada paulatinamente en islas lingüísticas que solo conectan a la gente con lo transitorio, lo breve y lo superficial de la vida. Vivimos alienados en la fallida creencia que el otro no necesita de nuestra mirada, y progresivamente “lo hacemos transparente”, luego casi no existe o si lo hace no está registrado como persona en nuestro archipiélago existencial.Desgraciadamente,  la masividad de los medios de comunicación social, a grandes rasgos, solo se establece como régimen de la idiotez mediática permanente. Ya no solo es el anacronismo y la obsolescencia del modelo educacional  el que impera,  sino también y reforzado, un metodológico adoctrinamiento ideológico constante, enmascarado como siempre, en formas de realitys shows, espectáculos denigrantes del entretenimiento, o alguna otra variedad que en definitiva apela a los más refinados gustos del consumismo; de tal forma que la burbuja de la estupidez se agiganta sin solución de continuidad.Solo así es comprensible semejante estado en cuerpo social cuyo tejido mas intimo está intrínsecamente corroído por el acido narcisista del individualismo. Ni la mas ínfima gota de sudor solidario puede aparecer sino cambiamos la génesis del problema. La raíz del mismo se halla en nosotros mismos y en el sistema que hemos aceptado nos gobierne la vida. La regeneración es posible solo si la conciencia social se hace presente en la práctica,  y para ello es imprescindible una autentica transformación .  Alguna vez hay que empezarla, no hay que esperar que el cielo se de vuelta!!  Lo podemos hacer desde lo más cotidiano, lo más pequeño,   pero que como la semilla de mostaza es capaz de multiplicar su crecimiento,  porque esta lo lleva - en términos metafísicos-  “en potencia de ser acto”.De tal manera la única salida para trabajar seria y responsablemente es concientizarse y concientizar, no como si fuéramos iluminados, sino aprehendiendo del otro, construyendo un proyecto social en conjunto que nos conecte y nos interrelacione para alcanzar metas que nos sean comunes. Es un sueño!!  Sí,  pero también es cierto que es increíble lo que podemos hacer los hombres con solo un sueño.

Raúl Olivares.
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